BITÁCORA

Por qué hacer una re-ingeniería de la propia ingeniería

Un debate muy largo que sigue vigente trata sobre la forma en que se debe socializar el conocimiento, y más importante: cuándo y en qué medida hacerlo. Esto, lógicamente, alcanza e incluye de manera particularmente intensa a la ingeniería, y en general a todas las ramas del conocimiento que se ligan de alguna forma con la tecnología.

No es ningún secreto que el conocimiento y su aplicación en la tecnología avanzan más rápido que nunca, y que hoy se habla cotidianamente de cosas que hace unos pocos años habrían sonado demasiado futuristas. Pero ¿estamos listos para mantener este paso o seremos rebasados por nuestros propios avances colectivos? ¿Qué tanto somos capaces de separarnos individualmente para evaluar esta colectividad? – Y, en caso de no serlo ¿Somos al menos capaces de ubicar en dónde detenernos?

Ejemplos de esto hay muchos, y se han imaginado historias fascinantes a su alrededor por grandes como Julio Verne, Isaac Asimov, Ray Bradbury, Michael Crichton, o el mismo Stephen Spielberg; la verdad es que nuestros descubrimientos, o más bien su aplicación, se asemejan más a nuestras distopías que a las utopías.

Lo cierto es que si no queremos terminar encerrados en un mundo en el que la tecnología nos haga cuestionar (más) nuestra propia esencia como creadores y generadores de saber, debemos darnos cuenta que no solo debemos crear y generar, sino abrir, ampliar, explicar a otros y justificar lo que hacemos.

En 1990, Crichton vislumbró una realidad en “Parque Jurásico” en la que la ambición por saber y generar sin un valor social agregado, nos llevaba a retar esquemas naturales. Una de las frases más interesantes de uno de los personajes dice: “Dios, ayúdanos, estamos en manos de ingenieros.” Y me parece bastante comprensible en el contexto en el que la historia misma los muestra. Ingenieros sin más, que hacen por hacer, que no van más allá de su propia lógica y funcionalidad.

 

Si no comenzamos a relacionar nuestro saber con otras ramas, ciencias y disciplinas, vamos a acabar trabajando hasta el agotamiento en sitios subterráneos, sofocantes y lúgubres, donde nuestra humanidad y relaciones interpersonales se pierden entre el olor a aceite y el vapor de las máquinas, y no lo he imaginado yo; en 1927, Fritz Lang nos mostró este mundo capturado en una obra clásica del cine alemán: “Metrópolis”, un mundo colectivo totalmente funcional que devora al individual y le roba felicidad, identidad y sentido.

Es ahora cuando más se nos presenta la oportunidad de acercar la ingeniería a cualquier persona, y no solo eso, sino también explicarla y justificarla para que pueda comprenderse la gran importancia que tiene para cada persona y la sociedad. Pero para ello requerimos compromiso: Comprometernos a generar y cosechar tecnología y conocimiento socialmente responsable que en todo momento tome en cuenta al individuo. Acercar este conocimiento y esta tecnología a todos quienes sea posible, de forma que su utilidad e importancia sean tangibles y comprensibles.

 

¡Atrevámonos a hacer una re-ingeniería de la propia ingeniería! Y rompamos esquemas, paradigmas y prejuicios. Atravesemos barreras y complementemos nuestro trabajo con mejores diseños, campañas, canales, filosofías, intenciones y permitámonos humanizar mucho más lo que creamos como raza humana, en conjunto. Seamos más conscientes y responsables, e incluso eso nos traerá un reconocimiento mucho más fuerte y sincero.

No caigamos en el miedo a lo que otros saben y nosotros no, no tomemos el camino de despreciar lo que otro puede enseñarnos o terminaremos quemando avances y descubrimientos a 451 grados Fahrenheit, huyendo de nuestra propia tecnología. Aprendamos e incluyamos a otros en nuestro propio saber, y así nosotros mismos entenderemos qué tanto, y para quiénes, es en verdad útil.

Por José Bedolla del CTIN

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