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Lluvia ácida, ¿problema del pasado?

La lluvia ácida es un fenómeno ocasionado por la presencia de contaminantes ácidos en la atmósfera. Este fenómeno puede ocasionar daños severos en los ecosistemas terrestres y acuáticos, además de un daño indirecto en la salud humana por el consumo de peces o agua contaminados.

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Pero además de los daños ocasionados a los seres vivos, existe una alta contribución de la contaminación ácida al deterioro de monumentos históricos y culturales patrimonio de la humanidad. Incluso, existen casos en donde ruinas enteras han desaparecido a causa de este fenómeno.

En México, esto cobra relevancia a partir de la gran cantidad de construcciones de valor histórico con que cuenta el país. Tal es el caso de El Tajín, en el estado de Veracruz, que, según estudios dirigidos por el doctor Humberto Bravo Álvarez, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es una zona arqueológica gravemente afectada por la deposición ácida.

Para compartir el estado en que se encuentran el monitoreo y las investigaciones sobre la lluvia ácida en otros países y analizar su contraparte mexicana, el Departamento de Contaminación Ambiental del CCA invitó al científico David A. Gay, a través del ciclo de conferencias Panorama Actual de las Ciencias Atmosféricas, a compartir sus experiencias con estudiantes e investigadores.

David A. Gay es director del Programa Nacional de Deposición Atmosférica de los Estados Unidos (NADP, por sus siglas en inglés), que ha monitoreado la química de las deposiciones atmosféricas en el ambiente y sus efectos desde 1978, y ha realizado colaboraciones con el grupo de investigación de contaminación ambiental, dirigido por el doctor Humberto Bravo.

¿Problema del pasado?

David A. Gay comenta que, en Estados Unidos, para muchos políticos y para la opinión pública, la lluvia ácida ya no es un problema. La mayoría considera que el dilema quedó solucionado en los años 70, cuando se dejó de utilizar carbón como combustible en las ciudades. Pero la comunidad científica reconoce que en realidad el problema sigue existiendo y es grave.

Antes de la década de los 70, 90 por ciento de las veces que se analizaba una muestra de lluvia esta resultaba tener un pH abajo de 5.8, con lo que se podía considerar como lluvia ácida.

El principal causante de la lluvia ácida durante este periodo era el sulfato, contaminante atmosférico que al disolverse en el agua forma ácido sulfhídrico (H2S). Estas deposiciones ácidas eran un problema preocupante y se consideraba que sus afectaciones a las cosechas y a otras fuentes de alimentos merecía una atención pronta del gobierno.

Debido a ello, en los Estados Unidos se tomó la decisión de restringir las emisiones provenientes de la combustión del carbón, pues son la fuente mayoritaria de sulfuro en la atmósfera, aunque una parte también proviene de las gasolinas.

Al restringir la generación de energía a base de carbón, resultó muy claro que el problema de la lluvia ácida se reducía drásticamente, señala el investigador.

Problema actual

Pero a pesar de que el problema se ha mitigado sustancialmente, todavía la mitad de las muestras de lluvia analizadas tiene un pH más bajo de lo que debería, comenta David A. Gay. Pero la fuente del problema, que eran las chimeneas y el uso del carbón como combustible en las ciudades, ha cambiado. Es ahora la actividad agrícola la que se ve involucrada.

Se ha presentado un cambio de los constituyentes principales de la lluvia ácida, de los sulfatos hacia los óxidos de nitrógeno, que en parte provienen de los fertilizantes. Ha aumentado el amoniaco, proveniente de los fertilizantes y del confinamiento de los animales, además del sodio, cloro y bromo, componentes de los herbicidas.

Al parecer, el problema causal de la lluvia ácida ya no es provocado por el azufre sino por los óxidos de nitrógeno, utilizados en los fertilizantes con el fin de obtener una cosecha de maíz más rápida y abundante que permita alimentar el ganado, las vacas si se quiere ser más específico, comenta el investigador.

“Antes se trataba de proteger la fuente de comida y la industria alimentaria nos apoyaba, pero ahora que les decimos que ellos son la fuente de lluvia ácida, ya no les gusta tanto”.

Protegiendo los monumentos históricos y culturales de la lluvia ácida

Aunque la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos establece sus parámetros de contaminantes para la protección de la salud de los seres humanos y luego la de los ecosistemas, como lo señala David A. Gay, en México existe además una preocupación por la grave afectación que los contaminantes ácidos tienen sobre los monumentos históricos.

En el Departamento de Contaminación Ambiental del CCA de la UNAM, el grupo de investigación dirigido por el doctor Humberto Bravo Álvarez se encarga de la evaluación de la deposición ácida en la Ciudad de México y en la costa del estado de Veracruz, teniendo importantes proyectos dirigidos a estudiar el efecto de estos contaminantes sobre la zona arqueológica de El Tajín.

Según el doctor Humberto Bravo, en la Ciudad de México se vive en una cuenca cerrada, en donde la salud de la población está siendo seriamente afectada por niveles de contaminación que incluso exceden 200 veces los límites permitidos. En este caso, tomar las medidas contingentes necesarias debería ser prioritario para los gobernantes, lo cual, en su opinión, no se ha materializado.

Investigaciones futuras

Para David A. Gay, crear redes de monitoreo integradas que trabajen con objetivos a largo plazo y publiquen sus resultados en Internet sin restricciones, como lo ha hecho la NADP, permitirá que la ciencia desarrolle con mayor facilidad soluciones a los problemas de contaminación ambiental. Por el momento, existen puntos de monitoreo en Veracruz, la Ciudad de México, la UNAM y en Yucatán, pero es necesario un mayor esfuerzo.

Además, sugiere que para México sería necesario agregar el amonio a los monitoreos de rutina, pues como en otras partes del mundo, hay una tendencia al aumento en la producción y consumo de productos cárnicos, cuyo proceso libera este contaminante al entorno.

El mercurio, otros metales y compuestos de hidrocarburos también deberían comenzar a monitorearse, pues con el uso del gas de lutita o shale gas y el fracking, estos contaminantes pueden aumentar en la atmósfera, considera David A. Gay.

Al investigador le gustaría pensar que llegará el día en que se puedan establecer cargas críticas o límites de los contaminantes atmosféricos que un ecosistema puede soportar sin alterarse. Esto sería una gran herramienta para el manejo de parques nacionales y otros entornos protegidos, aunque también considera que para esto hace falta mucho trabajo.

“Estamos muy lejos de llegar a concienciar sobre este asunto, pues en lo personal nos gusta el agua caliente, tener cuatro autos y un celular que enchufo cada 15 minutos. Una combinación de este estilo de vida y un cero impacto al ecosistema es imposible. La pregunta es qué queremos y qué podemos dejar ir”, opina el investigador.

Fuente: CONACYT.

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