BITÁCORA

El feminicidio, una mirada desde la academia

El feminicidio es considerado la forma más extrema de violencia contra una mujer. El estrangulamiento, sofocación, ahorcamiento, quemaduras, golpes, ahogamiento o heridas con objetos punzocortantes son causas de muerte tres veces más comunes en mujeres que en hombres, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) informó que de 2015 a 2017 se han iniciado en México mil 640 carpetas de investigación por feminicidio. En su reporte “Información delictiva y de emergencias con perspectiva de género”, se observa un incremento de 2015 a 2017 de 72.4 por ciento a nivel nacional. También informa que 389 feminicidios se investigaron en 2015; 580 casos en 2016 y para 2017 abrieron 671 carpetas de investigación por este delito.

Los estados que lideran la lista de feminicidios denunciados en 2017, de acuerdo con este informe son: Sinaloa, Veracruz, Oaxaca, Estado de México, Nuevo León, Ciudad de México, Sonora, Chiapas, Tabasco, Jalisco, Puebla y Morelos; mientras que Querétaro, Baja California Sur, Aguascalientes, Tamaulipas y Campeche registran de cero a una carpeta de investigación iniciada por el delito de feminicidio.

I.
¿Quién era Chely?

Para la señora Amada Barranco, la memoria puede ser una forma de atenuar el dolor. Su sonrisa se dibuja discreta y sus ojos se pierden mientras recuerda a su niña, a su Chely, como la llamaba. Araceli Vázquez Barranco vivía en el municipio de Acajete, en Puebla. Fue la cuarta de seis hijos, cuatro mujeres y dos hombres.

Siempre tuvo claridad en sus metas y su carácter le valió enfrentarse a las vicisitudes, sobre todo económicas, para lograr sus objetivos, estudiar una ingeniería en la universidad y trabajar duro para ayudar a su mamá.

“Era una mujer sencilla, alegre, con ganas de superarse. Siempre decía que le echaría ganas para sacarme de trabajar. Todas las metas que se proponía las lograba. En el bachiller se metió al área de mecatrónica y la criticaron pero ella siguió adelante. Después se fue a la BUAP para estudiar ingeniería textil. Se graduó en 2013 y su título salió unos meses después, cuando ya había muerto. Antes de eso estaba feliz porque ya trabajaba y estaba decidida a subir de puesto”.

Amada Barranco sigue recordando a Chely. Siente su ausencia pero también pensar en ella la llena de sensaciones por todo lo que vivieron juntas. Esos años de convivencia nadie se los quita, ni siquiera el que la mató, asegura doña Amada.

A lo lejos, una joven de espaldas, de cuerpo muy delgado, estatura media, pelo negro y largo llama su atención; la señala y asegura que así era su Chely. “Cada vez que veo a alguien así, pienso que es ella, que cuando voltee veré su cara”.

Araceli Vázquez tenía un panorama alentador, sus sueños empezaban a cobrar forma. Acostumbraba correr los domingos y después ir a los partidos de beisbol. Al igual que sus hermanos y su mamá, le gustaban mucho los deportes. Era la más hogareña y cercana a sus hermanos, sobre todo al más pequeño. Tenía 23 años cuando la asesinaron.

La academia observa y visibiliza la violencia de género

La violencia que día con día mata a las mujeres representa un desafío no solo para el Estado sino para la sociedad en general, incluyendo la mirada de la academia desde distintas disciplinas. En respuesta, algunas universidades crearon espacios de análisis y seguimiento. Un ejemplo es el Observatorio de Violencia Social y de Género (OVSG) de la Universidad Iberoamericana Puebla, conformado en 2010.

En entrevista para la Agencia Informativa Conacyt, la doctora Ana Jetzi Flores Juárez, responsable del OVSG, declaró que el primer interés fue monitorear e identificar la violencia contra las mujeres en Puebla, bajo el impulso del Instituto Nacional de Desarrollo Social (Indesol), en el marco de la creación de otros observatorios en el país. Recibió financiamiento dos años y ahora se mantiene con recursos de la Ibero, constituyéndose como la primera acción de institucionalizar el tema de violencia de género al interior de esta universidad.

“Desde entonces damos seguimiento hemerográfico, como herramienta incluso metodológica ante la ausencia o debilidad de datos oficiales, pero además generamos materiales de información dirigidos a población estudiantil y público externo, principalmente al personal de instituciones públicas, pensando no solo en visibilizar el fenómeno y cuantificarlo, sino en incidir en políticas públicas y en operadores de justicia con el propósito de coadyuvar en el derecho de la mujer al acceso a la justicia”, declara la doctora Flores Juárez.

Parte de este trabajo refleja un registro de feminicidios en Puebla. El OVSG documentó que de 2010 a 2016 se registró un promedio de 329 feminicidios, lo que revela un aumento de más de 300 por ciento en un periodo de cinco años si se considera que en 2010 documentaron 30; en 2015, el número fue de 81 feminicidios; para 2016 fueron 85, y en 2017 la cifra alcanzó 106 casos. No obstante, reconocen que estas cifras se deben también a la visibilización del problema y a la tipificación del delito en el estado, aprobada en 2013.

“También analizamos la violencia sexual y política por razones de género. Parte de este seguimiento se concentra en documentos con lenguajes sencillos, recurriendo también a infografías, generación de boletines analíticos y la emisión de pronunciamientos en el sentido de la exigencia a las autoridades para que se haga el cumplimiento de los compromisos acordados por estándares internacionales de Derechos Humanos”.

De forma paralela, el Observatorio también ha generado materiales didácticos para identificar qué es la violencia contra las mujeres, cuáles son los tipos de acuerdo con la Ley General de Acceso a las Mujeres a una vida libre de violencia y a la ley local en la materia, así como materiales para poder reconstruir los estereotipos de género y referentes imaginarios que están en el fondo del ejercicio de la violencia hacia las mujeres, entre otras acciones.

II.
Perder la noción del tiempo

Javier Mauricio Díaz era albañil, fue compañero de Araceli Vázquez desde la primaria. A los 14 años emigró a Estados Unidos pero regresó a Acajete cuando su mamá murió. Buscó a Araceli y su relación se convirtió en un noviazgo que duró dos años.

“Se veía bien tranquilo, era muy respetuoso, en realidad era dos caras porque nunca sospeché. Era muy celoso, siempre iba por ella a la universidad, después a su trabajo. Nunca la quería dejar. Al principio no le importaba a mi hija, pero después le reclamó y él prometió que cambiaría”, relata doña Amada Barranco.

Javier se ganó la confianza de la familia. Doña Amada le empezó a lavar su ropa, después a cocinar, hasta que el hermano de Araceli sugirió que Javier se quedara con ellos de lunes a viernes para que no se arriesgara cuando salía de la casa, ya que la zona es peligrosa por la presencia de huachicoleros. Javier dormía con los hermanos de Araceli, ella se quedaba con su mamá.

“Él sabía el movimiento de la casa, nuestras rutinas, conocía los días y la hora en los que Chely se bañaba, como no tenemos regadera hay que calentar agua, todo eso lo sabía”.

En la casa de la familia Barranco las cosas empezaron a cambiar, el dinero se empezó a perder y los vecinos llegaron a cobrarle a doña Amada préstamos que Javier había pedido a su nombre. Araceli se sentía incómoda porque Javier era muy posesivo, además sospechaba una infidelidad y decidió terminar la relación. Pasaron dos meses y Javier, que ya vivía con otra mujer, nunca dejó de acosarla con llamadas y mensajes para que regresaran. Ella pensó en presentar una denuncia, pero no le dio tiempo.

Ese miércoles 11 de noviembre de 2013 hizo mucho frío, el viento hacía crujir las láminas que cubren la casa de doña Amada. Recuerda que su hija se levantó a las seis de la mañana para calentar agua para bañarse.

“El día estaba horrible y yo seguí en la cama. Después escuché un grito y pensé que eran las vecinas, me levanté con una sensación extraña, descalza me acerqué a la puerta y vi a Javier cruzando el patio de la casa. Le grité que dejara en paz a mi hija, pero no levantó la cara ni dijo nada, solo se salió. Regresé a ponerme mis sandalias y cuando llegué de nuevo al patio empecé a gritarle a Chely pero no contestó”.

El cuarto donde se bañan está cruzando su patio, como a ocho o diez metros de donde duermen, y doña Amada al no obtener respuesta caminó hacia el baño. Volvió a llamar a su hija y entonces abrió la puerta; vio el cuerpo desnudo de Araceli, tirada boca abajo. Pensó que se había caído o que tenía una hemorragia y por eso la sangre.

“Nunca imaginé que la habían matado, pero cuando me acerqué para levantarla vi el puñal clavado en su espalda. A partir de ahí perdí la noción del tiempo (…) Ahora pienso que si no hubiera estado desnuda, desprevenida, ella se hubiera defendido y quizá no estaría muerta”.

¿Por qué el feminicidio?

Para dar respuesta a este fenómeno, la academia refiere que de manera consciente o inconsciente hay una continuidad en los estereotipos que contribuyen a la validación del “deber ser” tanto del hombre como de la mujer, sustentando su relación en un ejercicio de poder y desigualdad que contribuye en gran medida a que la violencia y el feminicidio no disminuya.

Al parecer, lo común es que a un feminicidio le anteceda una relación violenta. El OVSG ha establecido, de acuerdo con su base de datos, una división entre feminicidios íntimos y feminicidios no íntimos. Los primeros son los perpetrados por personas que la víctima conocía (pareja, expareja, compañero de trabajo, amigo, etcétera) y corresponden a 90 por ciento del total de feminicidios en su registro. En el caso de los no íntimos, el crimen es perpetrado por desconocidos.

“Esto nos refleja un contexto sociocultural que normaliza la violencia, partiendo de la idea de que el hombre tiene el control y el derecho a decidir sobre la vida de las mujeres y que se puede manifestar en su peor forma”, advierte Flores Juárez.

Otro punto a tomar en cuenta tiene que ver con el cambio de roles, específicamente cuando las mujeres llegan a espacios como la política, la educación, las direcciones, el trabajo o en general a espacios que tradicionalmente estaban reservados para los hombres.

“Desde la sociología, el feminicidio se aprecia como una resistencia al cambio, es decir, notamos que incrementa esta violencia justamente como un mensaje porque hay de fondo un tema cultural, estructural. Estela Serret menciona que el género como un ordenador primario de la cultura está presente, entonces cuando las mujeres salen al espacio público y además tienen protagonismo donde tradicionalmente no lo tenían, lo que opera es lo que Bourdieu denomina ‘un llamado al orden’, para que las mujeres regresen al lugar que tradicionalmente les corresponde. Eso opera de manera simbólica, no de forma directa, pero al final es un mensaje social”.

Dulce María Judith Pérez Torres, psicóloga social y doctora en pedagogía, aseguró a la Agencia Informativa Conacyt que no existen definiciones claras para describir qué papel y qué acción debe realizar cada miembro en una familia para que la sociedad sea armónica y que las normas sociales sean respetadas.

La académica de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) refirió que en psicología las definiciones de los roles dentro de una familia tienen que ver con la parte de la socialización, dividida en: primaria, que se da en el seno familiar, luego el sistema relacionado con la escuela, la universidad o la capacitación para el trabajo, y la socialización terciaria en el plano laboral. Estos tres espacios, señala la doctora Pérez Torres, darán un perfil al individuo y cambian según la época.

“Antes la familia se quedaba en el campo, todos tenían un espacio para convivir y los hijos solían formar pareja con las personas cercanas. Después, con la migración las personas empiezan a buscar nuevas rutas. A partir de 1910, cuando se dio la Revolución Mexicana, la gente empieza a tener una gran movilidad y muchos abandonan el campo para ir a la ciudad. Ahí empieza una nueva forma de relación en el sistema familiar”.

La doctora Pérez Torres añade que el padre de familia, quien era el pilar de la autoridad, tendrá la posibilidad de seguir con este poder, pero la madre, que era catalogada como abnegada y con roles muy específicos, empieza a cambiar cuando este modelo de familia llega a la gran ciudad. Ahora la mujer tiene que salir a buscar un salario para compensar el ingreso familiar y la feminización en el plano laboral dará a la familia un cambio, aunque no necesariamente romperá con el esquema de obediencia entre el padre y la madre, advierte la especialista.

Pérez Torres encuadró los cambios que han sufrido a lo largo de las épocas los integrantes de la familia y señala por ejemplo que en los años 40, la mujer se convierte en la “gran secretaria”, tiene que ser sigilosa, guardar secretos, estar callada, bonita y al mismo tiempo ser eficiente. En los años 70, la mujer toma un papel protagónico y empieza a ser jefa de familia. Hay una reestructura del sistema familiar porque ya es independiente, trabaja y cría sola a sus hijos. En los 90, las mujeres se convierten en científicas y líderes aunque no por eso dejan de atender a la familia, lo que implica una doble carga de trabajo y un desgaste constante.

Estas formas de adoptar nuevos espacios y roles de conducta se reflejan en la educación de los hijos, quienes reafirman patrones culturales de conducta que observaron en sus padres.

“Una de las palabras que fortalece el contexto feminicida es que al perpetuador le hayan dicho en su casa que siempre tenía la razón; no te dejes, si te pegan, pega; tú eres el que manda. Por eso cuando llegan a esa violencia extrema está la parte de ‘no me dejé, me defendí’, porque estaba intentando abusar, es decir, cómo voy a dejar que me abandones o me digas qué hacer”, explicó la doctora Pérez Torres.

III.
¿ Y el acceso a la justicia?

“Ese día, cuando reaccioné estaba en la presidencia de Acajete, les pedí que lo buscarán, pero me dijeron que no, que sin una orden de aprehensión no podían ir por él. Después todo fue confusión y malos tratos. Hace como un año que no voy a preguntar nada porque siempre me dicen lo mismo, que lo busque y cuando lo ubique y sepa dónde está, cómo viste, les avise para que vayan por él. Desgraciadamente no tengo recursos para andarme trasladando, sino ya lo hubiera buscado. Después fui a Derechos Humanos y levanté una queja por el trato que me dieron y entonces los ministeriales me dieron un escrito donde decía que ya lo buscaba la Interpol, pero no creo, él no tiene dinero para esconderse por tanto tiempo”.

“En el fondo creo que es mejor que (Javier) no regrese a Acajete, sobre todo por mis hijos que todavía están muy dolidos. Yo les digo que no, que nosotros no somos así. El más chico era muy apegado a su hermana. A veces se queda pensando y empieza a golpear las paredes sin razón, es cuando se acuerda de ella, pero cómo no va a tener coraje si nunca nos hicieron justicia”.

Hace 20 años el tema de los feminicidios se colocó en la agenda nacional con las muertes de mujeres en Ciudad Juárez, desde entonces visibilizar estos hechos y realizar un conteo encaminó a instancias como la OEA y Naciones Unidas a focalizar su atención en México, esto derivó en acuerdos internacionales que el Estado Mexicano adoptó como compromisos.

En México, la Ley general de acceso a una vida libre de violencia para las mujeres se convirtió en el instrumento jurídico, publicado en 2007, en el que se establece por primera vez el reconocimiento del feminicidio.

En Puebla, fue hasta 2013 cuando se incluyó en el Código Penal del estado la figura del feminicidio en el artículo 338, estableciendo criterios específicos para investigar muertes violentas de mujeres por razones de género. Esto permitió al OVSG generar criterios para analizar y explorar en las cifras oficiales, solicitudes de transparencia y notas periodísticas cuando se enfrentan a un probable feminicidio, pues quien finalmente determina si se trata de este delito es la Fiscalía del estado.

En este sentido, las cifras oficiales se han mantenido por debajo de los reportes de los observatorios; sin embargo, destaca que más de 50 por ciento de los feminicidios registrados en Puebla no tuvo avances en su investigación.

En este contexto, a mediados de enero se emitió un acuerdo del Sistema Nacional de Seguridad Pública para que la Procuraduría General de la República y las Fiscalías de las entidades federativas investiguen de inicio toda muerte de mujeres de forma violenta como un feminicidio, esto quiere decir, con perspectiva de género.

Parte de esta resolución se deriva del caso del feminicidio de Mariana Lima Buendía y de cómo intervino la Suprema Corte de Justicia de la Nación emitiendo una sentencia a favor de la exigencia de la familia para que su homicidio no se considerara suicidio, como su perpetrador planteó en un inicio.

La prevención, un punto clave

Como parte de las obligaciones del Estado no solo está investigar y sancionar el feminicidio, también tiene la responsabilidad de prevenir, y el hecho de que se registre un incremento en las cifras hace pensar que son urgentes las acciones de la prevención de la violencia hacia la mujer en todos los espacios en los que se desenvuelve, advierte la doctora Flores Juárez.

Al respecto, en Puebla existe una exigencia por parte de organizaciones civiles de emitir una alerta de género; sin embargo, esta ha sido considerada innecesaria por los poderes estatales. Como respuesta, el gobernador del estado, Antonio Gali Fayad, ordenó la creación hace un año de una Coordinación Especializada para Prevenir la Violencia contra las Mujeres y las Niñas, como parte de un área de gestión especial en el Instituto Poblano de la Mujer.

La maestra Claudia Gray Verboonen, titular de esta coordinación, desestimó en entrevista las cifras en cuanto al incremento de violencia contra las mujeres en el estado, lo mismo que los feminicidios. Señaló que el hecho de que se registren más casos es porque hay mayor visibilización de la violencia de género y el feminicidio.

“Hay que tomar las cifras con cuidado, no siempre van aumentando sino que se reconoce y se condena el problema, lo que me parece que es un avance importantísimo”.

La funcionaria indicó que la coordinación que encabeza, en 2017 atendió a 11 mil 104 mujeres de diferentes partes del estado específicamente por casos de violencia. Indicó que en estas más de 11 mil mujeres, se incluyen las que solicitan apoyo a través de una llamada telefónica (Telmujer) como otra ventana de atención.

Gray Verboonen informó también que durante 2017 recibieron en el albergue para mujeres víctimas de una violencia extrema, un total de 60 mujeres, acompañadas de sus hijos e hijas por estar en una situación de mucho riesgo.

“Para recibirlas se hace un tamizaje. Medimos su capacidad de respuesta para ponerse a salvo, la peligrosidad del agresor, se mide la historia de violencia que trae, si tiene redes de apoyo y, finalmente, se evalúa si tiene recursos o no para moverse. Si no tiene, la canalizamos a nuestro refugio, junto con sus hijos. En este espacio puede permanecer un promedio de tres meses mientras se le aportan herramientas para que persiga un proyecto libre de violencia”, añadió la funcionaria, quien advirtió que de acuerdo con el número de casos que atienden, 80 por ciento de las mujeres víctimas de violencia la sufren a manos de su pareja.

“El 80 por ciento de feminicidios que tenemos contabilizados los comete una pareja o expareja, es decir, hay una historia de abuso y violencia sistémica, aunque también hay casos por parte de desconocidos, pero creo que nuestra contribución en el modelo de prevención es justamente alejarlas del agresor”.

Asimismo, informó que como parte de las estrategias que su coordinación encabeza se instauró un nuevo modelo de atención a las víctimas de violencia, además de organizar talleres, conferencias, pláticas, seguimiento a los casos, capacitación a medios de comunicación y grupos de autoayuda, donde las mujeres se reconocen y espejean sus vivencias.

La violencia no es natural

La violencia de género implica una relación de poder que se justifica con argumentos culturales. De acuerdo con lo que establece la ley, el hombre violento tiene que ser canalizado al sector salud de cada entidad, donde tiene que tomar terapia y ayuda para tratar su violencia. No obstante, en México existen solo cuatro estados con modelos alternativos para erradicar la violencia masculina: Puebla, Tlaxcala, Ciudad de México y Baja California.

José Gabriel Licea Muñoz, psicólogo fundador del Colectivo Equidad, Bienestar y Salud, explicó que el modelo con que trabajan tiene 30 años de existencia y fue implementado por el psicólogo Antonio Ramírez y ahora se replica en países como Uruguay, Panamá, Chile, Estados Unidos y México.

En Puebla, este modelo se ha probado desde hace 10 años a través del grupo Hombres trabajándose y se sustenta en tres perspectivas: de género, ecológica y espiritual. Busca que los hombres que reconocen su violencia hagan conciencia de ella y a partir de eso accedan a un abanico de resoluciones creativas para enfrentar tensiones y no se transformen en formas violentas de relacionarse.

“La violencia no es natural y para cambiar hace falta compromiso, se puede lograr. En promedio calculamos que de 24 a 26 sesiones semanales pueden servir para registrar cambios sustanciales en la forma de manejar la violencia. En nuestro grupo hacemos conciencia y eso es difícil porque no muchos están dispuestos a soltar los privilegios y la autoridad que culturalmente se les ha concedido, pero hay quien sí lo logra. Aquí no juzgamos, no se aconseja, más bien se exponen experiencias que sirven para espejear y detectar cuando ejercemos la violencia, para reconocernos, no es una terapia, es un modelo de reeducación para los hombres, para trabajar con las relaciones más íntimas”.

Licea Muñoz detalló que el enfoque de trabajo se centra en las relaciones más cercanas porque es a partir de estas interacciones como se pueden reproducir modelos de conducta que tengan eco en otras esferas sociales, de ahí la importancia de implementar otros patrones de conducta opuestos a la hegemonía machista que generen cambios en otras escalas más grandes.

IV.
La vida después de Chely

“Yo sé que ya no tengo a mi hija físicamente, pero todo lo que viví con ella me da gusto. Antes lloraba mucho, pero 15 días antes de que muriera me dijo platicando que yo había llorado lo que tenía que llorar, que no lo hiciera más. Por eso ahora me acuerdo de sus palabras y trato de echarle ganas (…) Muchas veces me sentí desesperada, tenía mucha rabia, sentía que ya no podía más y cuando iba a trabajar veía pasar los carros y pensé en aventarme y acabar con todo; lo único que quería era ver a mi niña, entonces me acordaba de mis otros hijos y por ellos sigo aquí”.

“Hace como dos años me pasó algo hermoso, la soñé, fue algo muy especial. Salía al patio y ella iba entrando. Cuando la vi corrí para abrazarla. Mi niña estaba feliz, con una sonrisa grande, así como siempre era. En ese momento recordaba que estaba muerta, pero ella me decía que por ser buena le habían permitido regresar a verme; me sentí muy contenta, entonces la llevaba con sus hermanas y le decían ‘Chelona, ya regresaste’, y todos nos poníamos muy contentos, la abrazábamos. Le juro que podía sentir su cuerpo, sentía esa sensación de tenerla de nuevo. En ese sueño la tuve otra vez conmigo, yo sé que así fue”, recuerda doña Amada.

Los restos de Araceli están en el mismo lugar donde descansa su padre, muerto años atrás en un accidente. Ahí su mamá y hermanos la visitan constantemente, le llevan flores, globos o adornos para que quede presente que su familia nunca la olvidará.

Fuente: CONACYT.

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