BITÁCORA

Florentino Murrieta, ciencia en equipo

Cuando cursaba sus estudios universitarios, el profesor Rafael Oropeza Largher invitó al entonces joven Florentino Murrieta Guevara, junto a otros compañeros, a escalar el volcán Pico de Orizaba. La experiencia lo ayudó a entender el valor del trabajo en equipo, situación que convirtió en una filosofía de vida y que a lo largo de su carrera le ha ayudado a escalar posiciones hasta convertirse en director de Investigación en Transformación de Hidrocarburos del Instituto Mexicano del Petróleo (IMP).

“Siempre me gustó el deporte, fui parte de la selección de basquetbol de la universidad, acostumbraba correr 15 kilómetros diarios, así que cuando el profesor nos invitó al ascenso me animé rápidamente; no obstante, luego de abandonar el refugio y comenzar la caminata me di cuenta de que es una experiencia física y mental muy demandante.

”Recuerdo que la caminata comenzó a las tres de la mañana para estar cerca de las siete en la cima, un hermano del profesor nos guiaba y nos acompañaba su novia; todo iba relativamente bien, y digo relativamente porque todos experimentamos el mal de montaña —dificultad para adaptarse a la baja presión de oxígeno— e íbamos físicamente exhaustos, cuando escuchamos un grito ‘hombre va’ y vimos a un alpinista que no era de nuestro grupo que se resbaló, pasar rodando colina abajo.

“Esa situación provocó una crisis de estrés en la novia de nuestro guía y sencillamente ya no pudo moverse, estaba paralizada, la cima se encontraba a escasos 400 metros. El guía decidió no seguir y muchos —incluido yo— cuestionamos la decisión; sin embargo, nuestro guía dijo: ‘Somos un equipo y como equipo no nos separamos’, así se hizo, bajamos sin llegar a la cima. Posteriormente intentamos el ascenso un par de veces más y fue hasta el tercer intento que logramos llegar a ella, pero todos juntos”.

Con un matiz de nostalgia y orgullo en su tono de voz, el investigador que hoy en día es candidato a doctor en ingeniería química recordó que su papá, el señor Florentino Murrieta Herrera, era farmacéutico en la pequeña localidad de Altotonga, Veracruz, y que a él le gustaba mucho acompañarlo a la farmacia, donde se realizaban actividades entonces propias de una rebotica, es decir, un lugar donde se preparaban compuestos que los médicos recetaban a los pacientes.

“Yo estaría en la secundaria y acompañar a mi papá a su trabajo hizo que desde esa época me llamaran mucho la atención los procesos de mezclado, purificación y preparación de ciertas soluciones. Ya en la preparatoria reconfirmé ese gusto a través de materias como química, química orgánica, además de otras ciencias duras como matemáticas; desde entonces me nació la convicción por estudiar ingeniería química”.

De su etapa de estudiante de preparatoria y universidad, Murrieta Guevara recuerda que le resultó relativamente fácil gracias a que siempre se consideró un hombre de retos.

“Recuerdo, por ejemplo, que cuando iba en la primaria no era bueno para el futbol, pero yo deseaba ser considerado para el equipo de la escuela, así que entrené hasta que fui seleccionado y así me he guiado a lo largo de mi vida, enfocado en cumplir metas, mentalidad que me ayudó incluso a adaptarme al cambio que significó dejar a mi familia para estudiar la licenciatura en ingeniería química en la Universidad Veracruzana en Xalapa y después trasladarme a México para realizar mi tesis de licenciatura en el IMP y titularme”.

El becario del IMP que llegó para quedarse

Al concluir sus estudios universitarios, el entonces joven Murrieta Guevara se propuso integrarse al IMP a través de las becas que otorgaba para titularse a los egresados de ciertas carreras, entre ellas la suya, así que hizo la solicitud y obtuvo un lugar que le permitió desarrollar su tesis ahí.

“Supe de la existencia del IMP antes de concluir mi licenciatura —durante el sexto semestre— cuando acudí, durante un periodo vacacional, a la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para realizar un curso sobre termodinámica, durante ese viaje, aproveché para visitar los laboratorios del instituto y esa visita me abrió los ojos, recuerdo que pensé ‘de aquí soy’, así que cuando terminé la carrera, ya había hecho los trámites para solicitar una beca”.

Fue ese su primer acercamiento formal con el quehacer científico, ya que desarrolló un proyecto en torno al tema de endulzamiento de corrientes gaseosas, donde se especializó en la solubilidad de dióxido de carbono (CO2) y ácido sulfhídrico (H2S) en disolventes. Para lograrlo, el entonces joven investigador diseñó, armó y construyó un aparato que a la fecha se encuentra en el laboratorio donde trabajó en esa época.

Esa etapa de formación en el IMP, la complementó con el estudio de una maestría en la Facultad de Química de la UNAM y más adelante con su ingreso al doctorado, estudios durante los cuales dio continuidad a su trabajo de purificación de corrientes gaseosas en sistemas mucho más complejos (mezclas de gases y de soluciones) y el modelamiento de los mismos. Al graduarse de licenciatura, fue contratado como empleado del IMP y fue escalando posiciones a lo largo de 36 años de trabajo, ascendiendo desde becario,  investigador, jefe de proyecto, jefe de departamento, ejecutivo de investigación y secretario técnico de la Dirección de Investigación y Posgrado, hasta llegar a director de área.

Una exitosa carrera en el servicio público

A lo largo de 36 años de trabajo en el IMP, muchos han sido los logros que han permitido al investigador escalar posiciones en la organización; no obstante, él considera el desarrollo de un disolvente para la purificación de corrientes gaseosas una de sus principales aportaciones.

“Este no es un logro personal, fue logro de todo un grupo de trabajo, el cual concebimos desde la investigación básica hasta su aplicación”.

Se trata de una mezcla de alcanolaminas —metildietanolamina con dietanolamina— que fue comercializada por el IMP a través de una alianza con la empresa IDESA, la cual la probó en el Complejo Cactus —orientado al endulzamiento de gas— y donde logró elevados niveles de eficiencia en la parte de selectividad hacia CO2 y H2S, así como en el índice energético del proceso.

Otro de los logros que el investigador considera la base del éxito profesional que ha conseguido fue iniciar en el propio IMP un área de transformación de biomasa, la cual sentó las bases para que el instituto amplíe su portafolio energético de combustibles fósiles a la investigación en biocombustibles.

“Desde hace 10 años comenzamos a generar este tipo de proyectos y hoy en día contamos con una gerencia relacionada con transformación de biomasa, donde tenemos proyectos interesantes en materia de bioturbosina, biodiesel y bioetanol”.

En voz del propio investigador, mención aparte merecen los esfuerzos dedicados a la formación de recursos humanos altamente especializados, tarea que le ha dado la oportunidad de trabajar con jóvenes a quienes les ha dado clases y asesorado diversos proyectos de tesis.

Fuente: CONACYT.

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