BITÁCORA

Intervención lingüística para fortalecer identidad indígena

Azucena, niña indígena integrante del pueblo amuzgo, tiene once años de edad y estudia quinto grado de primaria en la escuela ubicada en el albergue de los cortadores de caña de la población de El Cóbano, municipio de Cuauhtémoc.

unto con su familia, la menor llegó a Colima proveniente de su pueblo natal, Xochistlahuaca, Guerrero, pues ante la falta de empleo en su lugar de origen, su padre encontró trabajo como cortador de caña en los sembradíos que abastecen el ingenio azucarero de Quesería.

Hasta antes de migrar a esta entidad, hace año y medio, Azucena solo hablaba amuzgo, su lengua materna, y fue aquí donde aprendió español, escuchando hablar a los demás y con la enseñanza por parte de su padre.

El alumnado de la escuela se conforma con los hijos de jornaleros indígenas migrantes originarios principalmente de pueblos de Guerrero y Oaxaca, unos hablantes de náhuatl y otros de amuzgo. Aunque no sabe la razón, a Azucena le da pena que el resto de sus compañeros sepa que ella habla una lengua indígena, por lo que solo se comunica con ellos en español y reserva su lengua materna para comunicarse con sus familiares en su casa o con sus “paisanos”.

En otra situación se encuentra Gely, quien tiene doce años de edad y estudia sexto grado en la misma escuela. Originaria de San Francisco Ozomatlán, Guerrero, lugar donde se habla náhuatl, ella solo entiende esta lengua pero no la practica. Le gusta más el español porque puede comunicarse con más personas. Cree que si aprende náhuatl ya no podrá hablar español, por lo que cuando sus familiares emplean la lengua indígena para comunicarse con ella, la respuesta es en español.

Después de varias ocasiones de venir y regresar a su tierra natal, de acuerdo con las fechas de inicio y final de la zafra, los últimos dos años la familia de Gely ha permanecido en Colima, donde su padre encontró empleo en otra área al concluir el periodo de corte de caña. A la menor le gusta más vivir aquí porque, a diferencia del pueblo en que nació, hay más trabajo y siente menos calor.

A su edad, Gely tiene múltiples obligaciones de ayudar a su madre con los quehaceres domésticos de su casa y cuidar a un sobrino de seis meses de edad, a quien a veces se tiene que llevar a la escuela con el fin de no faltar a las clases.

La escuela de Azucena y Gely fue seleccionada como uno de los planteles muestra para la aplicación de un proyecto de intervención lingüística, que dio como resultado un modelo para permitir a los profesores la comprensión de los contextos de los niños indígenas y les proporcionó herramientas para motivar el uso de sus lenguas originarias en el ámbito escolar.

Este proyecto, coordinado por Cecilia Caloca Michel, catedrática de la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima (Ucol), propicia un acercamiento a las lenguas indígenas para contribuir al fortalecimiento de la identidad y la cultura en el ámbito de la escuela.

Intervención lingüística

De acuerdo con la académica, maestra en antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con especialidad en el área de lingüística, fue necesario realizar un trabajo de campo para reconocer que existe una dinámica constante de migración hacia Colima de las comunidades nahua, amuzgo y mixteca del estado de Guerrero y dar cuenta de su situación cultural, social y lingüística, con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) a través del programa Fomento a Proyectos y Coinversiones correspondiente al 2016-2017.

Se realizó una intervención lingüística en dos albergues para jornaleros migrantes, Cóbano y Simón Bolívar, donde participaron padres de familia y alumnos de las dos escuelas del Programa para la Inclusión y Equidad Educativa (PIEE), antes Programa de Educación Básica para Niños y Niñas de Familias Jornaleras Agrícolas Migrantes (Pronim), y por separado se replicó este taller con los profesores, donde se describió de forma comparativa el contexto de uso de las lenguas para generar una reflexión, crear una agenda de actividades para fortalecer su uso y generar material didáctico coherente a sus necesidades lingüísticas.

El material didáctico resultante de ese proyecto fue el libro-manual Mi lengua vive en la escuela, donde se retrató la vida de los jornaleros fuera y dentro de la escuela y fue entregado a los profesores en abril del presente año. Cecilia Caloca comenta que, si bien estos albergues no son considerados como zonas indígenas, sí tienen una población integrada por nahua-hablantes, mixtecos y amuzgos, quienes cada seis meses vienen a trabajar en el corte de caña y que, en su mayoría, preservan su lengua materna.

Por lo anterior, explica, al incorporarse a la escuela se les dificulta el proceso de aprendizaje, además de que los maestros son mestizos y pocos hablan alguna lengua indígena. Por ello, afirma que este material será de ayuda para la intervención lingüística, pues los hijos de migrantes tienen muchas ganas de aprender, pero el maestro no les puede ayudar porque generalmente no conoce su lengua.

En ese sentido, el manual está elaborado de tal manera que los docentes puedan trabajar y construir, a partir de las necesidades lingüísticas de estos niños, elementos que les ayuden a dominar su lengua materna y la segunda lengua, que sería el español.

Estructura del documento

El documento se divide en tres partes: “Mi lengua raíz, entre lenguas y dialectos”, en el que los maestros realizan actividades para conocer de dónde vienen los niños y sus familias, hacia dónde viajan, qué palabras aprenden en este proceso de migración y quiénes son. El apartado “Usos de mi lengua” consiste en observar y conservar el uso de la lengua y, finalmente, “Nuestra existencia en la lengua de casa”.

Cecilia Caloca, doctoranda en antropología por la UNAM, expone que los migrantes indígenas que llegan a Colima sufren discriminación, ya que en el corte de caña hay personas locales que también trabajan en lo mismo; sin embargo, ganan el doble y tienen seguro todo el año, por lo que hay un proceso de discriminación que, desafortunadamente, los hace visibles para algunas cosas, pero invisibles para otras.

En el producto derivado de su investigación, Cecilia Caloca también solicita a las instituciones y a los organismos respectivos que impacten positivamente en lo educativo, pues “estamos ante una realidad en la que se tiene que cubrir la educación, no solo llevarles dulces el Día del Niño o suéteres en las posadas (…) Necesitan educación”.

La profesora Jéssica Carrillo Reyes, responsable de impartir clases de primaria a los quince niños actualmente inscritos en los diversos grados de 1o a 6o, comenta en entrevista que el proyecto coordinado por Cecilia Caloca “es muy bueno y a los niños les ha gustado mucho, pues incluye dinámicas atractivas para motivarlos a hablar su lengua materna en la escuela”.

Refiere que una de las estrategias en la aplicación del proyecto fue propiciar que los niños elaboraran láminas con imágenes de las partes del cuerpo con los nombres en español y en la lengua materna respectiva del alumno o alumna, con la inclusión de juegos para reforzar y hacer atractivo el aprendizaje, vinculando las actividades con otros contenidos del programa educativo oficial.

Egresada hace cinco años del Instituto Superior de Educación Normal de Colima (Isenco) y con dos años de antigüedad en la escuela del albergue cañero de El Cóbano, la maestra Jéssica Carrillo considera que el modelo construido por Cecilia Caloca es muy útil, con una planeación didáctica diferente y actividades de mayor motivación para los niños.

“En realidad ha servido mucho; nos dio un taller en torno a la lengua materna; nos recomendó buscar la forma de relacionarnos con los niños, de manera que ellos no se sientan apenados por su lengua, también nos dijo que buscáramos material en su lengua para aplicar otras dinámicas”.

El objetivo principal del proyecto, dice Jéssica Carrillo, es motivar a los niños a que no dejen de hablar su lengua materna, porque a veces les da pena, no les gusta. “Yo les digo a mis alumnos que si ellos me enseñan su lengua, yo les enseño inglés, entonces dedicamos un tiempo a ver palabras en diferentes idiomas: los números, los colores y otras cosas”.

La profesora comenta que los niños son muy celosos con su lengua, pues parece que no les gusta que los demás la sepan, incluso a veces cuando ella les pregunta por alguna palabra, ellos replican: “¿Y para qué quiere saber, maestra?”.

—¿A qué atribuye usted que sean celosos con su lengua?

—Me he dado cuenta de que están muy a la defensiva. Piensan que todo mundo les va a hacer algo. Llega gente externa y están muy tensos. A lo mejor es la manera como ellos mismos se entienden y se comunican, entonces no quieren que la demás gente se entere de lo que están hablando. Puede ser que en su casa se los aconsejen como una manera de protegerse, para que puedan hablar entre ellos sin que nadie les entienda. Incluso cuando hago las reuniones aquí en la escuela hay mamás que entre ellas hablan su idioma (…) Ya después dicen: “Ah, es que le preguntaba esto”.

La docente, quien antes estuvo asignada en planteles tradicionales de Tecomán y Manzanillo, indica: “He aprendido más aquí que en todas las escuelas donde he dado clases antes; me ha servido para sensibilizarme en la situación en que estamos, y sí, siempre viendo qué se necesita y todo, conociendo y entendiendo más a los pueblos indígenas”.

Jéssica Carrillo menciona que como profesora debe realizar esfuerzos extraordinarios, pues a veces tiene que ir a las casas de los niños que faltan a clases, porque sus padres acostumbran ponerlos a trabajar o a cuidar bebés, aunque no vayan a la escuela. “Cuando pasa esto último, les digo que se traigan al niño y el salón de clases hay días que parece guardería”.

La escuela cuenta con dos salones, uno para las clases del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) y el otro para la Secretaría de Educación Pública (SEP). Aunque el inmueble cuenta con baños, estos no funcionan. En la cocina, que consta solamente de un pretil, hay un refrigerador también inservible. El patio, que no está cercado, es utilizado por las mujeres del albergue para tender ropa.

Población indígena

Cecilia Caloca comenta que la población indígena migrante de Colima se encuentra diseminada sobre todo en los municipios de Cuauhtémoc y Tecomán, de los pueblos nahua, mixteco y amuzgo, y en algunos casos hay familias que ya se quedaron en el estado desde hace 20 años.

Una parte importante del proyecto, subraya, es que los profesores de los albergues reconozcan la diversidad lingüística en su salón de clases y sepan qué hacer con esa diversidad, con el propósito de recordar a los maestros que pueden hacer actividades en el aula que les ayuden a entender esa diversidad y fortalecer el proceso de aprendizaje.

La investigadora advierte que el proceso migratorio en Colima ya tiene años y es una comunidad que aunque sí recibe apoyos de varias instancias, permanece relegada en muchos sentidos y ese no reconocimiento genera que ellos vayan perdiendo la lengua porque ya no quieren enseñársela a sus hijos.

Bajo estas circunstancias, señala, “yo no quería hacer únicamente un trabajo de investigación, quería dejar algo, por lo que el proyecto tiene más que ver con una investigación-acción en el que hubo participación de los niños, los profesores, los padres de familia”.

El producto de esta investigación es aplicable en cualquier región del país donde haya población indígena migrante, por lo que ya envió materiales a algunas entidades del país donde se presenta este fenómeno. Cecilia Caloca ofrece compartir el manual con las personas interesadas en aplicarlo.

“Yo pensé desde el principio compartir este texto, porque no es tan académico, para mí sí es importante la aplicación, y es como un hijo de mi tesis doctoral, sobre la vitalidad lingüística en dos bachilleratos de la zona norte de Jalisco, en dos comunidades huicholes”.

Con el manual, la académica considera que los maestros pueden lograr entenderse con el otro, conocer, saber quién es, de dónde viene o el camino que ha recorrido, lo que puede ayudar a conocer las necesidades lingüísticas y enfocar el programa educativo en ese sentido.

La profesora María Concepción García Ruvalcaba, coordinadora del área de Migrantes del PIEE en la Secretaría de Educación, explica que el objetivo de este programa es atender a los hijos menores de jornaleros agrícolas migrantes que llegan al estado provenientes de Guerrero, Oaxaca, Michoacán y Veracruz.

Entre las lenguas que han detectado a lo largo de los años en los grupos de jornaleros migrantes se encuentran náhuatl, amuzgo, tlapaneco y mixteco, por lo que los maestros se han preparado para atender la situación, pero la mayoría de los niños son bilingües y muchos su lengua materna solo la hablan en su casa.

“Cuando uno les pregunta se cohíben, no quieren que uno sepa que hablan otra lengua, pensamos que les da pena, creen que nos vamos a reír. Yo les he dicho que hablar otra lengua es algo que debe darles orgullo, que deben hablarla y transmitirla a sus hijos porque se están extinguiendo”, cuenta María Concepción García.

Alcances

El PIEE atiende a 465 niños durante este ciclo en 21 centros educativos: ocho de primaria, cinco de preescolar y dos de secundaria. En comparación con los meses anteriores, las cifras han bajado, pero la cantidad varía a lo largo del año porque según la temporalidad del cultivo adonde lleguen a trabajar, se determina el tiempo que estarán en esa zona. En Cuauhtémoc y la zona norte del estado los jornaleros se emplean en el corte de caña, zarzamora y arándano, mientras que en Tecomán las opciones son limón, coco, mango y papaya.

María Concepción García considera que el proyecto implementado por la maestra Cecilia Caloca es importante para que los profesores conozcan la diversidad cultural, el comportamiento de los niños y las razones por las que en ocasiones no aprenden pronto a leer y escribir.

Así también, el modelo propone formas de comunicación del profesor con el alumno cuando este último no sabe hablar español, además han notado que “cuando el niño entiende poco español tiene desventaja para captar al maestro, que está atendiendo todos los grados”.

De acuerdo con la funcionaria, los 23 maestros que atienden a los menores migrantes en la entidad están muy contentos con el proyecto de intervención lingüística diseñado por Cecilia Caloca, porque se ha logrado generar una mejor comunicación con los niños y se ha conocido más el contexto del que provienen.

Argumenta: “La maestra Caloca ha estado en varias regiones del país donde se hablan diferentes lenguas y tienen distintas costumbres, por lo que este trabajo es muy importante porque nos ha abierto más ese panorama que tenemos que observar en nuestra comunidad infantil”.

María Concepción García refiere que en los últimos exámenes de medición de conocimientos ha visto mejores resultados entre los niños migrantes, y dijo esperar que poco a poco los padres de familia también les dejen un poco más a los niños a los profesores, porque si el niño no quiere ir a clases, no lo motivan en su casa, por lo que ha faltado responsabilidad y compromiso con la escuela por parte de los padres de familia.

“En la escuela tratamos de que los niños no piensen que se van a dedicar a lo mismo que sus papás, sino que se tienen que preparar y no repetir esa historia; que sepan que hay otras opciones, otro modo de ver el mundo que no sea ese, para que tengan mejores oportunidades”, concluye.

En su momento, Adriana Cruz Manjarrez, integrante del Centro Universitario de Investigaciones Sociales de la Ucol, calificó el proyecto de Cecilia Caloca como una contribución al conocimiento de lo que ocurre en la población infantil en un contexto de migración laboral de los padres, y cómo es que estos niños se adaptan a los lugares adonde llegan.

Durante la presentación del libro, la académica dijo que en este se trabajan dos temas muy importantes: el contacto lingüístico y la revaloración de la lengua materna en los contextos educativos, por lo que “puede ser usado como un modelo a seguir para aquellos que les interese el tema de la investigación lingüística y, específicamente, el de la intervención”.

Adriana Cruz apuntó que en el caso de los migrantes en general, y en particular los indígenas que migran dentro de México, existe el gran reto de mantener sus lenguas fuera de su lugar de origen: “Las lenguas indígenas en contextos migratorios no se hablan debido a la discriminación, pues se avergüenzan de su lengua materna, incluso de sus familias, y en las escuelas no se les enseña o alfabetiza en sus lenguas maternas”, puntualizó.

Fuente: CONACYT.

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