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Alfonso Aguirre, la tenacidad de conservar y restaurar

La fibra de vidrio es la materia prima con que artistas locales esculpen los señuelos, miles de figuras que simulan ser aves marinas descansando sobre la isla, ahora libre de la especie invasora —rata, gato, ratón o cabra— que por años fue un implacable depredador de las aves o destructor de su hábitat.

El atractivo visual no va solo. El sonido de aves capturado digitalmente en otra isla se reproduce sin descanso desde una computadora que funciona con pilas solares y viaja hasta conquistar la atención de alguna de las aves que dejaron de considerar la isla como su hogar, expulsadas por la fauna invasora o la perturbación humana, muchos años atrás, a veces más de un siglo.

Son los llamados métodos de atracción social aplicados por el Grupo de Ecología y Conservación de Islas (GECI), asociación civil sin fines de lucro que despliega diversas acciones para la restauración, conservación y desarrollo sustentable de las islas del país.

Hablar del GECI y su destacado trabajo para erradicar especies invasoras en islas de México y el mundo, remite necesariamente a la figura de Alfonso Aguirre Muñoz, oceanólogo con doctorado en estudios regionales y desarrollo sustentable por El Colegio de la Frontera Norte (El Colef) y especialista en conservación ambiental, quien durante 15 años lideró los esfuerzos de la organización donde ahora colabora como consejero en temas estratégicos.

Su pasión por la conservación combinada con su tenacidad y visión estratégica, condujo al GECI a importantes logros: las declaratorias de creación como área natural protegida (ANP) de la Reserva de la Biosfera Isla Guadalupe y la Reserva de la Biosfera de las Islas del Pacífico de la península de Baja California, así como la declaratoria del Archipiélago de Revillagigedo como patrimonio de la humanidad por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés).

De la oceanología a la conservación

La sensibilidad y conciencia por el cuidado del medio ambiente atañe a su infancia. Originario del estado de Coahuila, Alfonso Aguirre Muñoz creció en un entorno familiar que le inculcó el valor de la naturaleza, la vegetación, la fauna.

Sentado en la sala de su hogar, con semblante tranquilo, reflexiona sobre su vocación, desarrollada ya a lo largo de 43 años: “¿Cuál es la vocación, ‘el llamado’, con relación a tu destino, con relación a tus capacidades? Estas carreras de ciencias naturales yo creo que tienen mucho que ver con un impulso, una intuición, un interés del sujeto en hacer algo positivo por su entorno y por los demás. A mí me parece que sí hay un sentido altruista original, instintivo, en las personas que tenemos este tipo de motivación y, sin duda, eso fue lo que a mí me trajo a Ensenada”.

El arribo a la ciudad y puerto bajacaliforniano significó el inicio de su carrera profesional como estudiante de la carrera de oceanología en la Facultad de Ciencias Marinas de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), donde confirmó su vocación. Ahí entrevió su entrega al desarrollo sustentable y luego a la conservación de la naturaleza.

Al egresar de la UABC, Aguirre Muñoz viajó a Japón para estudiar una especialidad en acuacultura y tras su regreso a México —en 1982— se integró al Banco Nacional Pesquero y Portuario (Banpesca), institución financiera constituida por el gobierno federal para promover la pesca y la acuacultura.

“Había dinero público y la voluntad de la institución de que se aprovechara el talento, las nuevas tecnologías, ya incorporadas en una nueva generación de mexicanos, y que desarrolláramos con fomento oficial la acuacultura que ahora llamamos sustentable. Me tocó estar involucrado como pionero, dando confianza al sector financiero para que se hicieran las inversiones y los apoyos. De ahí nació la acuacultura regional comercial de ostión, mejillón y almejas, eso fue algo maravilloso”.

El contacto con el sector productivo dedicado a la acuacultura en Baja California gestó su primer vínculo con la conservación y el respeto de la naturaleza, tomando clara distancia de técnicas de cultivo y especies perjudiciales para el océano y las costas.

Tras su experiencia como promotor de proyectos de acuacultura en Banpesca, Alfonso Aguirre Muñoz fundó la empresa Agromarinos, dedicada al cultivo de ostión, etapa que recuerda como sus primeros lazos con los temas relativos a las aves marinas y, en general, la conservación costera, ante una serie de proyectos y desarrollos turísticos que amenazaban las lagunas costeras de Baja California.

“Entre mi interés y las condiciones que fueron propicias, logré dedicarme de tiempo completo a la conservación y esta fue la ruta: de la oceanología a la acuacultura y la pesca ribereña, a la empresa propia, a la defensa ambiental y después a ser proactivo en los temas y retos de la conservación ambiental”.

El crecimiento de una organización

Habían pasado cuatro años desde que se constituyó y solamente tenía un empleado, con experiencia en cacería, habilidad útil para una organización que se especializaría en la erradicación de especies invasivas.

La austeridad del GECI en su etapa de nacimiento no abrumó a Aguirre Muñoz, por el contrario, se entusiasmó en hacerla crecer y buscar su consolidación. Hoy está integrada por alrededor de 100 profesionales: biólogos, matemáticos, oceanólogos, ingenieros en ciencias ambientales y, en general, personas apasionadas por la conservación.

Gradual y ágilmente, la cobertura del GECI se fue ampliando geográficamente. Primero islas del golfo de California e islas del Pacífico de la península de Baja California; luego el Archipiélago de Revillagigedo e Isla Guadalupe; finalmente, el Caribe y golfo de México. Hoy el GECI, a través de su trabajo, tiene presencia en todos los mares de México.

“Se despliega todo el equipo por todas partes. Una marabunta de las buenas o una metástasis positiva. Eso por un lado en cuanto a cobertura geográfica, luego por otro lado en cuanto a complejidad de las técnicas y métodos, también empezó a haber una fuerte evolución”, refiere el exdirector del GECI.

Aclara que el GECI emprendió sus primeros proyectos con la erradicación de gatos en islas y la aplicación de métodos tradicionales, para después dominar técnicas sofisticadas. Para sus actividades, la organización siempre se ha conducido bajo los estándares más altos a nivel mundial en lo que respecta al sacrificio de animales: “Tenemos que ser congruentes, si somos compasivos no podemos ser al mismo tiempo atrabiliarios”.

Un aliado para las aves marinas

Para Alfonso Aguirre, hablar de conservación de islas implícitamente es hablar de aves marinas, grupo en el que México ocupa el segundo lugar en endemismos y el tercer lugar en diversidad a nivel mundial, es decir, una de cada tres especies de aves marinas del mundo, tiene presencia en el país.

“Las aves tienen esta cualidad maravillosa, y es que son indicadores de calidad ambiental de grandes regiones debido a sus épicas migraciones. Las aves marinas, en particular, pasan muchos meses en el océano abierto para luego regresar una y otra vez al mismísimo sitio de anidación, que suele ser una isla. Por su historia natural, las aves nos llaman a la unidad, son puentes, puentes aéreos, puentes marinos, nunca barreras”.

Lejos de ignorar la responsabilidad que implica la protección de tal megadiversidad, estima que el país está lleno de retos y oportunidades para que científicos mexicanos desarrollen sus conocimientos y habilidades a favor del medio ambiente.

“Tenemos una gran base, experiencia y a la vez juventud y energía para seguir adelante, siendo que más de la mitad del personal son distinguidas mujeres profesionistas. En realidad, por sus logros, capacidades y experiencia, el GECI es la organización más destacada en el mundo en el tema de restauración de islas”.

Por su trabajo en pro de las aves marinas y sus hábitats, la trayectoria del doctor Alfonso Aguirre fue reconocida el pasado 23 de febrero por la organización internacional Pacific Seabird Group, conformada por científicos expertos dedicados al estudio y la conservación de este tipo de aves.

El especialista en conservación y desarrollo sustentable compartió que el premio lo percibe como un reconocimiento y un refuerzo hacia el trabajo de equipo realizado por todos los integrantes del GECI.

“Recibir un premio así es antes que nada un orgullo como mexicano, pues lo otorga un gremio que agrupa a cientos de investigadores de más de 15 países del Pacífico, formado hace 46 años. Que se le conceda ese prestigioso premio a un mexicano por trabajo hecho por mexicanos a favor del cuidado de su propio país, es un gran regalo”.

Fuente: CONACYT.

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