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Gilberto Pérez Roldán, pasión por la arqueología y la docencia

Originario de San Martín Texmelucan, Puebla, Gilberto Pérez Roldán se considera a sí mismo una especie de ratón de biblioteca. Un hombre que desde una edad temprana quedó fascinado por la historia y el mundo antiguo. Una pasión que marcaría desde pequeño el rumbo que tomaría su vida en el marco de las ciencias sociales, en especial con la arqueología.

“Mi primer acercamiento con las bibliotecas fue en la de un tío sacerdote que tenía más de dos mil libros. En esa biblioteca me pasaba horas husmeando enciclopedias y textos bíblicos o históricos. Recuerdo que había uno sobre Mesoamérica de Pedro Armillas de los años 50. Había otro de Bernal Díaz del Castillo. Me gustaba mucho la parte prehispánica en esos documentos, lo cual me hacía pensar si realmente éramos originarios de las dos grandes culturas famosas de aquellos tiempos. Eran problemáticas que a mí me gustaban”.

Durante la preparatoria estuvo en el sistema de los colegios de bachilleres, aún apasionado por la historia no contada, aquella que no se encontraba en los libros. Y durante una Olimpiada Estatal del Conocimiento, donde ganó uno de los primeros lugares, viajó a la Universidad de las Américas Puebla donde presenció dos conferencias sobre arqueología. Una charla le hizo ver que esta ciencia es una disciplina que conjuga ciencias naturales y sociales para apoyar la reconstrucción del pasado.

Entre tierra y huesos

La Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) es una de las instituciones formadoras de científicos sociales más prestigiosas de América Latina. Fundada un año después que el Museo Nacional de Antropología e Historia, durante décadas ha sido el bastión del cual surgieron grandes intelectuales, científicos y docentes expertos en diversos campos como la lingüística, la antropología, la historia o la arqueología de renombre internacional. Pero también tiene una fama muy extraña debido a la rebeldía erudita de sus estudiantes más brillantes y el activismo social que se respira, prácticamente, en todas sus instalaciones.

“Decidí estudiar arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en 1997. Llego a la escuela y para mí es un choque de mundos porque es una escuela muy diversa. Yo venía de escuelas muy disciplinadas y rigurosas, uniformado todo el tiempo. Entonces esa escuela me dio otro panorama. Ir de provincia a la escuela fue un choque pero también algo favorable porque las estrategias que yo traía y mi gusto me facilitaron muchas cosas”.

La disciplina adquirida durante el bachillerato le permitió superar los desafíos que enfrentó. Posterior a ello decidió que el Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) sería la casa donde realizaría sus posgrados, los cuales concluyó en 2013 con su tesis doctoral titulada La producción artesanal vista a través de los objetos de hueso en Teotihuacan (100 d. C. al 650 d. C.).

“La UNAM para mí ha sido lo más significativo, porque a diferencia de la ENAH, que es muy chiquita comparada con la UNAM, en esta casa se me abrió la oportunidad de convivir con investigadores de otras áreas del conocimiento como biología, ciencias de la Tierra, física, etcétera. Un conocimiento abrumador descubrí cuando me fui acercando, y entonces decidí centrarme en algo en la vida y escogí analizar fauna”.

Su juventud la vivió en el rancho de sus padres donde convivía con diversos animales domésticos. Una vida que le dotó de una perspectiva que durante sus posgrados le permitió convertirse en uno de los mejores especialistas internacionales en un campo conocido como arqueozoología: un campo de estudio que aplica técnicas arqueológicas, químicas, biológicas e históricas para la comprensión de las relaciones que los antiguos grupos humanos tenían con el mundo animal en el pasado.

Pasión por la docencia universitaria

“Fui becario del Laboratorio de Paleozoología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y después me invitaron a dar clases durante la licenciatura. Se me abrió la oportunidad a los 22 o 23 años, donde descubro que la docencia es complicada como hacer otra profesión, pero me gusta. Inicio como docente alrededor de 2002, y la escuela me permitió entrar a cursos para profesorado y me nació la inquietud de la docencia; aunque también estaba la parte de la investigación”.

El ambiente académico en que se formaba a principios de este siglo le permitió rodearse de grandes arqueólogos como Manuel Gándara, Román Piña Chan o la mundialmente famosa Linda Manzanilla, la mujer de hierro, una erudita científica de un intelecto memorable que acogió a Gilberto dentro de su proyecto arqueológico internacional en Teotihuacan.

“Sin quererlo tenía una licenciatura que me llevaba a dos tipos de formación: una en investigación y la otra en docencia. Dos cosas que quería hacer. Entonces me propuse siempre estar ligado a una institución que permitiera ese perfil. Para mí, en aquel entonces, nunca me vi en las filas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Mi sueño era estar en una universidad”.

Alrededor de 2010, ganó la plaza de supervisor técnico en el Laboratorio de Arqueología de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP), donde venció a 49 participantes gracias a una propuesta de Laboratorio en Arqueozoología.

“Los proyectos que fui desarrollando desde la licenciatura al presente eran sobre la fauna en el México prehispánico y el estudio del ‘hueso trabajado’. El autofinanciamiento era para mí muy importante porque los iba haciendo conforme a la marcha y los espacios. Al llegar a la universidad, se consolida el laboratorio. Y me di cuenta que para 2012 ya era un laboratorio con infraestructura y un apoyo muy fuerte, que fueron los estudiantes”.

Con el tiempo no llegaron a faltar los extraños alumnos entusiastas que al encontrarse animales muertos por doquier, se los llevaban para armar muestras o colecciones óseas en el laboratorio que había creado con el apoyo del doctor Nicolas Caretta, otrora fundador de la carrera en arqueología en la misma universidad. Apoyo con el que el investigador está grandemente agradecido tanto con estudiantes y profesorado, según sus palabras.

“Encontré un buen nicho al llegar aquí. Desde 2011 a 2013, busqué un espacio para estar en un proyecto de campo, y se dio la oportunidad de estar con el doctor Niklas Schulze en un proyecto de prospección y excavación en el sitio arqueológico La Montesita en Aguascalientes, un sitio importante para entender las fronteras mesoamericanas del periodo Epiclásico en el norte”.

Con más de seis temporadas de campo, tesis y artículos publicados, Gilberto Pérez se considera una persona afortunada. Ha participado en congresos internacionales, publicado capítulos de libros y promovido la divulgación de la ciencia hasta alcanzar la plaza de profesor investigador en la misma universidad en 2015. Algo que en su visión personal, le permitiría alcanzar su sueño como docente.

“Me faltaba otro reto: entender la fauna que se extinguió cuando llegaron los primeros pobladores al continente. En 2016, se da la oportunidad de armar un proyecto en Córdoba, Cedral, en San Luis Potosí. Fue una oportunidad caída del cielo, por el apoyo de un grupo de investigadores de restos de mamut encontrados en la región Altiplano del estado. Me invitaron para analizar los restos de animales ya extintos que en el laboratorio no tenía”.

Este proyecto y sus resultados le han llevado a querer investigar el poblamiento humano antiguo en la región a través de la relación del hombre y la fauna. Algo que aún hoy está en marcha para un hombre cuya filosofía de vida está fundada en los retos.

“Me he caracterizado como un hombre que viene de cero a más, algo que no me da miedo. Todo reto que venga lo puedo asumir porque siento que tengo todas las herramientas para enfrentarlo. La vida es de retos y de enfrentar esos retos. Y también se trata de decisiones y de tener la fortaleza para tomarlas”.

Nuevos retos

“La arqueología es una ciencia divertida. Cualquier ciencia, si te diviertes, no te mueres de hambre. El chiste es verla como algo que te guste. También es buena para comprender que lo que somos como seres humanos tiene un origen (…) Es interesante porque entendemos lo que somos por ella. El estudio del pasado nos ayuda a entender el presente y lo que somos ahora”, opina sobre el valor de la ciencia a la cual ha dedicado su vida.

Actualmente no solo dirige el Laboratorio de Arqueozoología de la UASLP, sino que es secretario de Vinculación de la facultad de la cual es profesor investigador, además de un docente en arqueología especializado con un gran repertorio académico y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Para él, los desafíos que vengan serán bienvenidos.

“Ya encontré mi lugar en este planeta, que es ser profesor e investigador, tal vez los siguientes retos sean buscar a los hombres más antiguos en San Luis Potosí. Seguir buscando la fauna, problemáticas que atiendan a cuestiones de por qué la fauna del Pleistoceno se extinguió. No creo fueran solo los seres humanos ni un evento catastrófico. Pienso que debemos hacer las preguntas correctas para tener las respuestas más cercanas”.

La continuidad de sus trabajos de investigación prosigue, así como la formación de recursos humanos, tratando de transmitir en sus palabras un entusiasmo para socavar el sentimiento de derrota en las juventudes, para que los retos sean aceptados como medios para alcanzar fortaleza humana.

“Me divierto con lo que hago. Aprendo con lo que hago. Conozco gente, lugares y yo creo que esta parte de mi vida va a terminar hasta que me dé un paro cardiaco, me caiga un rayo o me caiga de una pirámide sin que nadie me rescate. Todo es apasionante en esta área llamada arqueología. Y si el destino propusiera que muriera a una edad temprana, moriría feliz porque estoy haciendo lo que me encanta”.

Fuente: CONACYT.

 

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