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COVID-19 acelera la destrucción de empleos a manos de robots

En el supermercado Schnucks en St. Louis, Missouri (EE. UU.) las existencias de papel higiénico y productos de repostería casi se han acabado. Un robot con ruedas gira la esquina de otro pasillo repleto de salsas y tacos. Se topa con un cliente que lleva mascarilla y empuja un carrito de la compra con pan dentro.

El robot se parece a un altavoz de pie colocado encima de una aspiradora doméstica autónoma: es alto y delgado, y unas pantallas redondas que se mueven hacia la izquierda y hacia la derecha le hacen de ojos. Una señal roja en su alargada cabeza lo presenta: “¡Hola, soy Tally! ¡Controlo las existencias en las estanterías!” Entonces se genera un momento de incertidumbre. Al detectar a un ser humano Tally se para, y el cliente se detiene, sin saber qué hacer. ¿Debería rodear al robot? ¿Esperar a que se mueva solo? Después de unos segundos, el cliente decide proseguir por otro pasillo. 

Tally continúa comprobando la cantidad de galletas, latas de atún y nuez moscada. Los clientes no se sorprenden por su presencia.

Puede que les hubiera sorprendido hace un año, cuando Tally irrumpió en el establecimiento. Pero ahora, en medio de la pandemia de coronavirus (COVID-19), él ya no es lo más raro que se ve en la tienda. El robot se ha convertido en parte del ambiente y representa una amenaza mucho menor que los demás compradores, provoca bastante menos preocupación que otras cuestiones más apremiantes como la seguridad personal, la posible escasez de carne y cuándo podría llegar el próximo suministro de las toallitas.

Estas máquinas no solo están en los supermercados. Los especialistas en robótica de la Universidad de Texas, A&M y el Centro para la Búsqueda y Rescate Asistido por Robots (todos en EE. UU.) han analizado recientemente más de 120 informes de todo el mundo sobre los usos de robots durante la pandemia de COVID-19. Encontraron casos de robots rociando desinfectantes, paseando perros y mostrando propiedades en sustitución de los agentes inmobiliarios. Pero donde más han ayudado a salvar vidas ha sido en los hospitales, en tareas de desinfección, admisión de pacientes y entrega de suministros.

En una sala de un hospital con enfermos de COVID-19 el ambiente es el siguiente: un montón de tubos atraviesan las ventanas que succionan el aire contaminado, los pacientes con coronavirus están tumbados dentro de los “isópodos” (cubículos de metacrilato colocados sobre las camas para evitar el contagio), y el personal de enfermería lleva gafas de protección, gorras, guantes, mascarillas y batas desechables, mientras administran los medicamentos con precaución, cuidando a los enfermos y sosteniendo iPads para los miembros de sus respectivas familias que no pueden estar dentro.

Aquí es donde aparecería Moxi. Hasta ahora, este robot de atención médica, que ya estaba trabajando en dos hospitales en Texas antes de la pandemia de COVID-19, se la ha pasado entregando muestras de laboratorio, vías intravenosas, medicamentos y equipo de protección. Pero aún no se ha puesto a trabajar dentro de las unidades de cuidados críticos, intensivos o en las salas con enfermos de COVID-19. El brote ha obligado a los creadores de Moxi, Diligent Robots a pensar en cómo podría ayudar allí también.

“Si descubrimos cómo automatizar las actividades más peligrosas, deberíamos hacerlo”.

En mayo, la cofundadora de Diligent Robots Vivian Chu me presentó su invento en una videollamada. Blanco como una nube, con el torso en forma de barril, Moxi es algo entre lindo y no muy espantoso. Tiene una cámara en su cabeza móvil, que puede girar, pero no 360 grados, ya que eso parecería extraño para un observador humano. Sus ojos son focos de una cálida luz azul (pueden convertirse en corazones rosados que brillan suavemente en un momento adecuado) y va sobre ruedas, con un brazo robótico que saluda casi alegremente a los que se encuentra.

Moxi no llama mucho la atención, algo deliberado. Mientras Chu, que mide 1,63 metros, me hablaba desde el laboratorio de su compañía, de pie parecía solo unos centímetros más alta que el robot que se encontraba a su lado, aunque me explicó que su altura se podía ajustar y se elevaba más si la tarea lo requería.

Moxi casi siempre actúa como una especie de camarero mecánico. Dentro de su cuerpo puede llevar una bandeja de “recipientes cerrados” que contienen medicamentos o suministros colocados allí por los sanitarios. Una línea en la cabeza de Moxi se vuelve roja si su interior está bloqueado y verde si está desbloqueado.

Moxi no mantiene conversaciones, pero emite unos “ruidos” adorables mientras trabaja. Chu afirma: “Es muy parecido a R2-D2. Diferentes para transmitir si el robot está contento de haber entregado algo con éxito o disgustado porque abrió algo incorrectamente”.

Los diseñadores se esforzaron mucho para crear un robot amigable, como un compañero de equipo, explicó Chu. No debía parecerse demasiado a un ser humano, “pero tampoco a una tostadora en una esquina que a nadie le importa”.

Chu y la también cofundadora Andrea Thomaz son expertas en robots sociales, y su visión a largo plazo es la de ayudar a los profesionales sanitarios de primera línea. Ya llevaban dos años y medio siguiendo al personal de enfermería mediante cuestionarios y observando su interactuación con los pacientes. Notaron que los enfermeros se veían obligados a ir de un lado a otro para buscar suministros y medicamentos en vez de dedicar ese tiempo a la atención personal de los pacientes.

Thomaz recuerda a una asistente de enfermería que dejó un momento su taza de café al empezar su turno y no la volvió a tocar más, porque estaba muy ocupada. La empresaria afirma: “Los seguíamos durante sus turnos completos, y nos dimos cuenta de que 12 horas es mucho tiempo de pie”.

Cuando un profesional sanitario se dio cuenta de que Thomaz y Chu estaban diseñando robots para hospitales, su primera reacción fue de desconfianza. Thomaz recuerda que le preguntó: “A ver, ¿quiere crear un robot para hacer nuestro trabajo?” A lo que Chu responde: “El robot no puede ser un enfermero. Nunca lo será. Pero es perfecto para contribuir y ayudar a calmar a un trabajador que está tan sobrecargado”.

Cuando la COVID-19 desbordó los hospitales, Thomaz recuerda: “realmente sentimos un llamamiento a la acción. El personal de enfermería siempre ha sido parte de nuestra misión. Simplemente nos miramos pensando: ‘Necesitan más ayuda que nunca’”.

El director del Laboratorio de Percepción Computacional y Robótica de la Universidad Johns Hopkins (EE. UU.), Russell Taylor, cree que la necesidad de disponer de robots se extenderá más allá de la enfermería a las unidades de cuidados intensivos, cirugías y asistencia médica a docmicilio. Al inicio de la pandemia, su laboratorio comenzó a trabajar en un robot pequeño y económico que podría ayudar en las habitaciones de los pacientes.

“A menudo, el personal de enfermería tiene que entrar a la habitación solo para presionar un par de botones en un respirador”, explica Taylor. Eso requiere usar el equipo de protección completo, y por eso algunos hospitales tienen bombas de infusión que se pueden manejar desde los pasillos, fuera de las habitaciones de los pacientes. En cambio, un robot podría entrar ahí sin problema, afirma.

Thomaz y Chu ya están hablando con varios hospitales sobre cómo los robots podrían ayudar mejor al personal sanitario, para realizar tareas más arriesgadas en las habitaciones de los pacientes o entregar muestras al laboratorio. Los robots también podrían encargarse de la limpieza y desinfección. Esto liberaría al personal de enfermería para poder realizar algunos trabajos más importantes como sujetar la mano a los pacientes enfermos. Thomaz detalla: “Si conseguimos encontrar formas de automatizar las actividades más peligrosas, lo deberíamos hacer. Para eso están los robots”.

Pero, aunque los robots pueden ser útiles para los sanitarios de primera línea en las salas de los hospitales y en los centros médicos, también podrían amenazar directamente el modo de ganarse la vida de otras personas.

Desde que era niño, a Brian Tieszen le encantaban los robots. Es un gran aficionado de Star Wars, y ahora un padre soltero con dos hijos. Mantuvo su fascinación por R2-D2, por los imperios y por las realidades futuristas la hasta la edad adulta, y en 2000 obtuvo un título de grado en electrónica. En 2014 se unió a Amazon en lo que veía como una oportunidad emocionante que podía ser el comienzo de una carrera de toda la vida. Al principio, trabajaba en el turno de noche en un almacén a una hora de su casa; era un buen trabajo, pero apenas veía a sus hijos. Luego, en 2016, se enteró de la apertura de una nueva instalación con robots en otro sitio mucho más cerca de su domicilio, y pidió un traslado de inmediato.

Estuvo allí en el día de la inauguración oficial. Los nuevos empleados publicaron fotos sonrientes en las redes sociales, chocando las manos cuando el almacén se puso en marcha. Para celebrarlo, Tieszen y otros trabajadores firmaron sus nombres en tres robots naranjas.

Tieszen empezó descargando camiones llenos de productos como televisores y parrillas de barbacoa, y se abrió camino para llegar a formar a los nuevos empleados. Trabajó duro, y afirma: “Era realmente bueno en mi trabajo y muy rápido”. Pronto se dio cuenta de que los robots (esos dispositivos rodantes que se mueven por su propia autopista virtual y transportan estanterías llenas de mercancía) se parecían más a unas gigantes bandejas móviles que a droides futuristas. Dentro del almacén, se movían con su monótona rigidez, trasladando montones de papel de regalo, cintas y champú. Estaban separados de los trabajadores humanos por cercas de metal, con una cinta amarilla que advertía de los peligros de cruzar la línea, como en una escena del crimen.

Con 1,85 metros de altura y fuerte, de talla XXXL de camiseta de Star Wars, Tieszen es un hombre enorme. Pero dentro del almacén de Amazon, era un simple puntito. Un día, después de llevar seis meses trabajando, Tieszen recibió la tarea de descargar libros de una plataforma de su misma altura. Estuvo ocho horas agachándose, colocando un libro tras otro. En un momento sintió que su espalda se torcía y, al final del turno, ya no podía mantenerse de pie. Acabó con dos hernias discales. Estuvo en reposo en cama durante varios meses y aún no se ha recuperado del todo. “Bezos”, dice, refiriéndose al fundador de Amazon, “todos somos como sus pequeños soldados de asalto”.

Tieszen encontró a un abogado, Brian Freeman, que ha representado a 72 clientes de Amazon. El letrado afirma: “Están todo el día agachándose para levantar cajas. Se inclinan de muchas formas a las que no están acostumbrados, y de repente, les empieza doler muchísimo la espalda y apenas pueden moverse”. A menudo es el desgaste, por esa rutina constante. La mayoría de los seres humanos, añade, no están hechos para aguantar ese tipo de demanda física. Los empleados de Amazon, según Freeman, son como una especie de “robots humanos”.

Los verdaderos robots en Amazon, con nombres como Kiva, Pegasus y Xanthus, ya transportan muchas de las cargas más pesadas. Según la compañía, gracias a ellos los almacenes resultan más eficientes y el trabajo de los empleados es más seguro y fácil, y eso le permite pagar salarios más altos. Los futuros robots podrían liberar a los trabajadores humanos de las tareas por las que podrían lesionarse.

Pero la pandemia podría cambiar esta previsión. Antes del brote de COVID-19, muchas compañías, no solo de logística o medicina, querían usar robots para reducir costes y proteger a los empleados humanos de las tareas peligrosas. Pero ahora, quienes representan el peligro son los seres humanos, ya que podrían contagiar a otros con el coronavirus. “Ahora el problema consiste en que un trabajador con salario mínimo en realidad podría ser un portador”, afirma el director del Instituto de Robótica Contextual de la Universidad de California en San Diego (EE. UU.), Henrik Christensen.

Esto convierte el trabajo humano en una tarea de mayor responsabilidad. Como los pedidos online se han disparado, Amazon ha contratado a 175.000 nuevos trabajadores. Los activistas laborales y los empleados han exigido equipos de protección, desinfección de los almacenes, más tiempo libre, salarios más altos y test de diagnóstico. Amazon no quiso concretar cuántos de sus empleados se han contagiado o fallecido por COVID-19, pero, igual que otras empresas, tiene un claro incentivo para sustituir de forma permanente a más trabajadores con robots. Al fin y al cabo, los robots no necesitan mascarillas faciales, atención médica o distanciamiento social, y tampoco organizan huelgas exigiendo mejores condiciones laborales.

“Los puestos de trabajo básicos y de mano de obra no cualificada van a desaparecer debido a los robots”.

Este cambio significa que algún día, quizás pronto, los robots no solo podrían controlar las existencias en los supermercados, sino también limpiar los suelos y los estantes, dejando para los trabajadores humanos solo las tareas más complejas. Christensen asegura: “Habrá robots limpiando en los hospitales a un nivel mucho más alto que antes. Me encantaría saber que mi supermercado se desinfecta una vez al día, y así sabría que no está contaminado. No creo que la industria de los cruceros pueda reactivarse a menos que encuentren una forma de realizar la limpieza muy diferente a como lo hacían antes”.

Eso supone que los “trabajadores esenciales” de hoy en día, los repartidores, los cajeros, los conductores de autobuses y trenes, y los que procesan carne en los establecimientos de envasado, podrían ser sustituidos por máquinas incluso más rápido de lo que se preveía antes de la pandemia. Sin protección laboral ni acceso a formación y educación, estos empleados no solo arriesgan sus vidas para mantener a flote la economía, sino que corren el riesgo de perder sus medios de vida cuando se la economía se recupere.

Algunas de esas personas, predice Christensen, podrán encontrar trabajo ayudando a los robots que los sustituyeron. “Habrá una cantidad de nuevos trabajos para asistir a los robots a hacer tareas aún difíciles de realizar con software e inteligencia artificial”, afirma.

A unos 30 kilómetros del almacén de Amazon, donde trabajaba Brian Tieszen, se encuentra el Centro de Aprendizaje Técnico Industrial, o InTech. Es un centro de formación donde los estudiantes se preparan para el día en el que los robots se conviertan en trabajadores convencionales. Cuando lo visité antes de la pandemia de coronavirus, el asistente de formación Steve Ward me dijo: “Sí, los robots están ocupando algunos puestos de trabajo. Pero las cosas cambian”.

Ward aconseja a sus alumnos que no se queden en trabajos que luego ocuparán los robots, y les explica: “Hay que ser la persona que arregla ese robot. Eso es seguridad laboral. Y buenos sueldos”.

En el plan de estudios de mecatrónica, los estudiantes aprenden a programar un robot para distinguir, por ejemplo, un bloque acrílico de uno de aluminio. Pueden indicarle que detecte sandías o botellas de agua que pasan por una cinta transportadora. “Si esto ocurre en una gran fábrica, se trataría de miles de euros por hora en pérdidas de producción. Siempre hay alguien detrás de ese robot que se gana un buen sueldo”, subrayó Ward.

También reconoció no todos pueden ir a la universidad o quieren cargar con la deuda de los préstamos estudiantiles. Pero esta profesión emergente puede ofrecer buenos ingresos, y los trabajadores a menudo pueden asistir a clases gratis gracias a las subvenciones o contratos de la empresa. “No son los cuatro años de la universidad, eso seguro”, admitió.

Ward pasó al lado de una máquina que parecía un brazo de metal amarillo varias veces más grande y más grueso que el suyo. Y dijo: “En este caso, el robot simplemente recogerá las piezas y las moverá de una estación a otra cuando no sea posible llevarlo a cabo de otra manera”. Luego explicó que había visto un prototipo de robot de Amazon durante una reciente visita a un fabricante. Parecía similar al brazo robótico amarillo, excepto que “el de Amazon tenía visión artificial”.

Había observado a seis personas que realizaban pruebas tirando hacía el robot sobres con direcciones, y añadió: “Mientras tiraban los sobres, este espeluznante robot los recogía, les daba la vuelta, los miraba y los colocaba. Leía cada código de barras y cada dirección, y lo ponía todo en el lugar adecuado”. Incluso para un conocedor de los robots como él, Ward admitió que, “era un poco extraño de ver”.

Pero, ¿habrá suficiente demanda de nuevos empleos para cuidar robots y compensar todos los puestos de trabajo perdidos? ¿Qué pasará cuando los robots se vuelvan más sofisticados y menos dependientes de la mano humana?

Un informe del año pasado de Oxford Economics estimó que 20 millones de empleos de fabricación global podrían desaparecer en 2030 por la automatización, el 8,5 % del total mundial. Ya está claro que “los trabajos de mano de obra no cualificada de nivel inicial están desapareciendo debido a los robots”, reconoce el coordinador de la formación de la fuerza laboral a través de un colegio comunitario local en InTech, Jon Fox. “Esos son los tipos de trabajo en los que la mayoría de la gente no quiere quedarse toda su vida”, añade. Las personas capaces de formarse como cuidadores de robots podrían acabar ganando más dinero a largo plazo.

Pero no todos lo conseguirán. Los trabajadores más mayores que no quieren reciclarse, las personas que no disponen del tiempo necesario para formarse de nuevo en un campo diferente o aquellos que simplemente no tienen los medios físicos o mentales para convertirse en reparadores de robots, podrían quedarse atrás.

La pandemia puede cambiar para siempre la forma en la que trabajamos y compramos. espeluznante no existe un algoritmo capaz de decirnos exactamente cómo las personas terminarán colaborando con robots como Moxi o Tally. Pero el futuro no permanecerá sombrío para siempre.

Para los fundadores de Diligent Robotics, el problema no tiene que ver con contar con suficientes operadores: se trata del momento. La parte más frustrante de la pandemia ha sido saber que Moxi podría intervenir para ayudar más de lo que ya hacía. Su diseño está listo. Pero los robots aún se fabrican a demanda y la tecnología tarda en adaptarse a una nueva ubicación: los mapas y los sensores ayudan a la integración en el flujo de trabajo, pero eso requiere que los programadores pasen algo de tiempo en el sitio. Lanzar una fuerza laboral compuesta por robots en medio de una pandemia no es una buena idea, opina Thomaz, no con los hospitales en modo de supervivencia.

Por eso, esperan un futuro en el que los robots asistentes médicos se vuelvan tendencia. Recientemente recaudaron casi nueve millones de euros para sus proyectos y planean lanzar más robots hospitalarios en el próximo año y medio. Thomaz concluye: “Podríamos tenerlos en marcha dentro de unos meses, a lo mejor al final de esta pandemia, pero lo que de vedad queremos es estar listos para la próxima”.

Fuente: Agencia ID.

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