La presencia frecuente en patios y viviendas del “zorro” —nombre común en Yucatán del mamífero marsupial Didelphis virginiana— está relacionada tanto con factores propios de su biología y ecología como al comportamiento humano y a la expansión urbana sobre los hábitats originales de estos animales.
Los marsupiales son animales cuyas crías nacen en estado de gestación poco avanzada y son incubadas generalmente en la bolsa ventral (o marsupio) de la hembra. A pesar de que el zorro (también conocido como zarigüeya o tlacuache) es un mamífero marsupial que habita comúnmente en Yucatán, existe un desconocimiento general de la población sobre este animal, que muchas veces es despreciado por alimentarse de aves y huevos que se crían en los patios de viviendas rurales y urbanas.
Desde el inicio de su carrera científica, Hugo Antonio Ruiz Piña, profesor investigador de la Unidad Biomédica del Centro de Investigaciones Regionales «Dr. Hideyo Noguchi» de la Universidad Autónoma de Yucatán (CIR Uady), ha concebido al “zorro” como su principal modelo de estudio desde un enfoque biomédico, ecológico y sociocultural, con el objetivo de conocer el impacto de las actividades humanas en las poblaciones de estos ejemplares y viceversa, principalmente en términos salud y contaminación ambiental.
“Es un animal que convive con nosotros y con otros animales que viven en el patio de las viviendas, y eso tiene un riesgo tanto para nosotros como para el mismo animal. Él no está aquí porque quiere sino porque ha tenido que adaptarse a estas condiciones, tiene infecciones que puede transmitirnos y también nosotros se las podemos transmitir a ellos”, señaló en entrevista para la Agencia Informativa Conacyt.
El investigador explicó que los marsupiales divergieron del resto de los mamíferos hace aproximadamente 100 millones de años y sus procesos evolutivos les han permitido adaptarse a las transformaciones del planeta desde las glaciaciones pleistocénicas.
“Una parte de las poblaciones de didélfidos americanos se vio restringida en el norte del continente, como consecuencia de ello Didelphis virginiana ha podido sortear diferentes eventos de adaptación”, apuntó.
Colonización de viviendas y patios de Yucatán
De acuerdo con Ruiz Piña, adscrito con nivel I al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), el “zorro” ha perdido gran parte de su hábitat tanto por la transformación de las condiciones climáticas y diversos fenómenos naturales, como por procesos antropogénicos, como el desarrollo urbano, la construcción de complejos turísticos y la implementación en ranchos de sistemas productivos. “Todo eso tiene un impacto en el ecosistema natural y estos animales tienen que buscar cómo sobrevivir ante dicho impacto”.
Como parte de su investigación, Ruiz Piña observó que el “zorro” ha logrado establecer poblaciones muy cercanas a las humanas mejor que otras especies. En 2008, realizó un estudio en el que colocó trampas en una zona de selva en el norte de la ciudad de Mérida y en patios de las casas ubicadas en un área cercana.
“Hicimos el muestreo por seis meses y capturamos 20 zarigüeyas en los patios y dos en la selva. Esto nos muestra que para este animal la selva ya no es su entorno principal para sobrevivir porque está más adaptado a lo que los humanos le damos en cuanto a alimento, protección y refugio”, indicó.
En Yucatán, las condiciones de los patios de las viviendas rurales y algunas áreas urbanas —gallineros, albarradas, árboles frutales, troncos y basura acumulada— permiten que la zarigüeya pueda habitar cerca o en los alrededores. También pueden encontrarse en estos sitios zorrillos, coatíes, zorros grises y mapaches, entre otros animales.
“Si comparamos una vivienda de Yucatán con una del centro del país, encontraremos que en la primera hay más espacios abiertos y más árboles frutales que sirven como alimento, por lo que la fauna puede adaptarse más fácilmente aquí que en otros lugares”, comentó el investigador.
Métodos de captura e identificación
La captura de ejemplares se realiza en casas y en áreas de la selva con trampas Tomahawk para evitar causarles daño físico. Las trampas se dejan usualmente en sitios resguardados donde las condiciones climáticas no puedan afectar al animal atrapado y se recogen lo más pronto posible para evitar que animales de los alrededores se acerquen a ellos y los estresen.
“Este animal es bastante noble para su manejo, al principio se resiste, pero cuando se le sujeta de manera adecuada, generalmente del cuello y la cadera, se relaja, por lo que no hay necesidad de anestesiarlo. Le limpiamos la cola para sacarle sangre, tiene dos venas laterales muy buenas para el sangrado, se revisan los genitales para aspectos de reproducción y los molares para conocer su edad”, describió.
De acuerdo con Ruiz Piña, los «zorros» presentan una secuencia de erupción de sus molares, por lo que dependiendo del número que tengan se puede saber si se trata de un ejemplar juvenil o adulto, y según el desgaste que presenten —principalmente en los caninos— se identifica si es un adulto joven o un adulto viejo.
También se pesan y se miden aspectos corporales como la oreja, la pata, la cola y el tronco en general. “En el caso de las hembras, se revisa las condiciones de la bolsa marsupial, haciendo una descripción de pelaje interior, tamaño de las tetillas y la presencia de crías para evaluar el estado reproductivo del animal. En el caso de los machos, se le miden los testículos”, indicó.
De acuerdo con el investigador, las crías en estado embrionario nacen aproximadamente del tamaño de un frijol y salen a través de la pseudovagina, tras lo que caminan hacia la bolsa marsupial hasta encontrar una tetilla. “Una vez que la encuentran se adhieren a ella. Cuando la madre siente el estímulo va introduciendo a la cría lentamente en la teta —el animal todavía no tiene desarrollados sus músculos mandibulares para poder sostenerse— y por goteo lo va alimentando. Cuando se desarrollan más ya pueden succionar por sí mismos”.
Esta etapa dura entre tres semanas y dos meses y medio, tras lo que las crías se independizan. Actualmente, Ruiz Piña enfoca el estudio de los «zorros» para evaluar las condiciones de transmisión de enfermedades zoonóticas, principalmente entre animales de patio y seres humanos, así como para el monitoreo de contaminación ambiental a través del estado de salud de estos organismos.
Como parte de estos estudios, el investigador publicó el artículo “El ‘zorro’ de Yucatán y su relación con la población humana” como parte de la compilación Estudios multidisciplinarios de las enfermedades zoonóticas y ETVs en Yucatán, editado por la Universidad Autónoma de Yucatán, donde se describen a detalle las características del medio rural y urbano yucateco que favorecen la colonización del «zorro», con el fin de generar un conocimiento preliminar que permita proponer estrategias para su estudio y conservación.
Fuente: CONACYT.
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