“Se está hablando de otro tipo de tiempo, que a veces también es el sueño de la física. Porque a veces en la física se sueña con este nivel en el que se unifican todos los puntos de la naturaleza”, de esta forma describió José Gordon la puesta en escena La huida de Quetzalcóatl, único texto dramático del filósofo e historiador Miguel León-Portilla.
La obra de teatro formó parte del programa El Aleph. Festival de Arte y Ciencia, y fue montada por la arquitecta y diseñadora Mónica Raya, quien realizó un experimento dramático a través de la danza, poesía mítica y obra de León-Portilla, con el fin de mostrar la idea de tiempo y la filosofía de los toltecas. “El dilema del tiempo es un dilema que todos cargamos, es inevitable preguntarnos cuánto tiempo tenemos para hacer cosas, y si el tiempo que tenemos aquí es suficiente”, señaló Raya.
José Gordon consideró que la obra de teatro representa la dimisión de búsqueda y lo que significa encontrarla. “En este caso, se está hablando de una búsqueda de los que son los rasgos más profundos de identidad de una cultura, de un tiempo, de un momento que además se erosiona”, subrayó.
Añadió que el tiempo se puede explorar desde el mundo y la mirada de la física a partir de una estructura ligada al espacio y tiempo, pero el concepto también se puede explorar desde el arte. “Vamos a ver que tanto arte como ciencia tienen extrañas coincidencias con la búsqueda de un tiempo que se escapa del tiempo”.
En la puesta en escena, se plantea un tiempo mítico y la búsqueda de León-Portilla por entender el tiempo más allá de su prisión, a través de Quetzalcóatl, quien en la historia descubre que todo lo grandioso, incluso la cultura, la flor y el canto, perecen.
El texto en el tiempo
León-Portilla escribió la pieza teatral en 1952, cuando tenía 29 años, posteriormente realizó su tesis titulada La filosofía náhuatl, y su texto más popular La visión de los vencidos.
La huida de Quetzalcóatl representa la reunión de las investigaciones del joven historiador acerca del pensamiento mesoamericano y su interés por las lenguas prehispánicas. El relato se encuentra embebido de filosofía, alrededor del mito de la desaparición del sacerdote y gobernante de Tula, Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, uno de los personajes más importantes de la cultura mesoamericana. La historia se plantea desde el razonamiento del tiempo. “El dilema del tiempo es un dilema que todos cargamos, es inevitable preguntarnos cuánto tiempo tenemos para hacer cosas, y si el tiempo que tenemos aquí es suficiente. Todos nos preguntamos si hay más allá del tiempo en la Tierra”, señaló la directora de la obra.
Gordon describe que en esta visión León-Portilla se arriesgó a explorar un drama universal desde la mexicanidad, con una postura contemporánea que anticipa el ejercicio del colonizador. Por lo cual, representa un hallazgo en términos de recreación de nuestra identidad cultural y nuestra reflexión.
De igual forma, Gordon hizo la analogía de la obra de León-Portilla y Lincoln Barnett, con su texto El universo y el doctor Einstein (1957), editado por el Fondo de Cultura Económica, en donde ambos investigadores hacen una reflexión acerca del tiempo. Barnett desde la física expone que “excepto en los carretes de nuestra conciencia, es decir, en nuestros carretes de nuestra percepción, la realidad no transcurre, simplemente es. Nosotros la ordenamos egocéntricamente en términos de pasado, presente y futuro”.
Para León-Portilla, el “pasado, presente y futuro dividen y unifican al hombre. Siendo solo una forma cambiante de materia viva. Alguien nos flechó al nacer y nos partió el corazón en tres: fui, soy, seré”.
Mónica Raya comentó que en la construcción de la narrativa de la obra se tuvo que enfrentar al concepto de tiempo mesoamericano, además de los diferentes mitos que existen alrededor del personaje de Quetzalcóatl, que se ubica 400 años antes de la Conquista. Añadió que la gran pregunta científica en la obra es: ¿Cómo planea Quetzalcóatl escapar del tiempo?
En la historia de León-Portilla, el mítico personaje decide escapar a la ciudad roja Tlapalan, ciudad que no existe. Para lograrlo, hace un vehículo con el fin de desmaterializarse, abandonar el cuerpo. Para ataviarse, enciende una hoguera y se arroja en ella. Al arrojarse, desencarna y llega una gran cantidad de pájaros a acompañarlo para unirse con su constitución estelar y convertirse en estrella. Para la directora, esto representa una clara imagen de que todos estamos hechos de polvo de estrellas y somos parte del cosmos.
“El doctor Alfredo López Austin afirmaba que Quetzalcóatl no escapa del tiempo, va a otro tiempo. Esta posibilidad de tiempos lo que hace es renunciar a su materialidad humana para reincorporase a su material estelar. El personaje se convierte en estrella, en Venus, en perro Xólotl para bajar al Mictlán. Organiza un ciclo infinito”, comentó Mónica Raya.
La puesta en escena
El ejercicio escénico está conformado por varios artistas, como actores, músicos, escenógrafos digitales, danzantes y acróbatas. La dirección de Mónica Raya se vio apoyada por Diana Eréndira Reséndiz, quien realizó la dramaturgia y fue asistente de dirección. El elenco está integrado por Gastón Yáñez y Miguel Ángel López, miembros de la compañía mexicana Teatro de Ciertos Habitantes; Alfonso Cárcamo, Ginés Cruz y Juan Carlos Vives, egresados del Centro Universitario de Teatro (CUT); Luis Lesher, Julio Escartín, Diana Reséndiz, Andrea Pacheco y Adriana Vadillo, Muriel Ricard y Aris Pretelin, del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras.
El diseño sonoro y las intervenciones musicales están a cargo de Rodrigo Castillo Filomarino y Jorge Reyes; la escenografía digital y el diseño gráfico son de Ary Ehrenberg, Medusa Lab y Sergio Carreón.
Mónica Raya consultó a distinguidos investigadores, como Alfredo López Austin, Juliana González, Mercedes de la Garza, quienes realizaron la supervisión filosófica; Eduardo Matos Moctezuma ejecutó la supervisión arqueológica; y el montaje estuvo supervisado por Miguel León-Portilla.
Fuente: CONACYT.
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