La Tierra tiembla porque es un planeta vivo. A diferencia de Mercurio o de Marte, que ya no tienen actividad interna, la Tierra sufre una revolución en sus entrañas. La enorme energía acumulada en su centro se libera cuando material ardiente sube de las profundidades hacia la superficie y se enfría.
Una de las consecuencias de esta revolución interna es el movimiento de las placas tectónicas que puede resultar en un uno o varios sismos en la corteza terrestre.
Para Gerardo Suárez Reynoso, investigador del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el término placa no permite imaginar fácilmente la forma en la que la Tierra se mueve, el investigador considera que una forma más didáctica para imaginar los movimientos de la corteza es si se ve a las placas como un rompecabezas de cascarones, que se mueven unos respecto a otros al ser arrastrados por el movimiento del material en el interior del planeta.
Entonces, en la zona de contacto entre dos placas, o cascarones, existe una fuerza de fricción que puede generar temblores. Fue así como se generó el sismo del 85. Pero los sismos del 2017 fueron ocasionados por otro fenómeno.
Cuando una placa se introduce debajo de otra, la placa superior conserva su sitio y la placa que queda debajo se va deformando y doblando en dirección al centro de la Tierra.
Pero penetrar al interior de un planeta vivo no es como cortar mantequilla con un cuchillo, la placa tiene que abrirse paso entre una mezcla de roca sólida y magma, y los esfuerzos generados por la placa inferior para abrirse camino hacia el núcleo del planeta pueden también cimbrar la corteza terrestre. A estos fenómenos, muy poco comunes, se les denomina eventos profundos, y justamente fueron los ocurridos en 2017.
Fenómeno natural, desastre humano
Lo extraordinario del sismo del 19 de septiembre es que es uno de los sismos que ha ocurrido más cerca de la Ciudad de México. Claro que sabíamos que los sismos existen y que pueden ocurrir en cualquier momento, lo inesperado fue que ocurriera tan cerca de la capital y fuera de tan alta magnitud, explica Gerardo Suárez.
Pero el problema no es únicamente el sismo, la forma en que los seres humanos se preparan y afrontan las situaciones que viven es uno de los factores más importantes en situaciones de desastre. Por esta razón los expertos suelen decir que no existen los desastres naturales, existen los fenómenos naturales y los desastres humanos. Reflexión con la que concuerda el investigador de la UNAM.
“El del 19 de septiembre fue sismo grande, un sismo importante, pasó los 100 kilómetros en distancia horizontal y los 50 kilómetros en profundidad, ¿pero por qué los daños? justamente porque en esta ciudad hemos construido de manera verdaderamente sistemática, dedicada y crónica, un escenario de desastre”.
Un problema heredado
Desde el siglo XVII el cosmógrafo del rey de España, Enrico Martínez, recibió la consigna de desarrollar la tecnología adecuada para vaciar los lagos, porque había que construir la capital de la Nueva España en el mismo sitio donde los aztecas tenían sus centros ceremoniales para suplantar una cultura con otra, explica Gerardo Suárez.
“Desde entonces muchas obras que enorgullecieron a los ingenieros, como el gran canal, el divisor oriente, el divisor poniente, todas esas que fueron en su momento y han sido grandes obras de ingeniería son grandes obras de desastre porque nos heredaron un problema”.
El problema es que las arcillas sobre las cuales se ha decidido, desde hace siglos, construir la hoy Ciudad de México son arcillas altamente deformables, que tienen un alto contenido de agua, en algunos lugares incluso llegan a ser cuatro partes de agua por una parte de sólido. Además, considera el investigador, que la que se ha construido es una urbe desordenada y sin cultura de la prevención.
¿Se debe todo a la corrupción?
En 1985 existía un solo criterio que debía respetarse para realizar alguna obra de construcción. Es triste aceptarlo como ingenieros, comenta Gerardo Suárez, pero fue una lección muy dura que nos hizo darnos cuenta que el reglamento no era suficiente, no teníamos idea de que la Ciudad de México vibraba como vibra, pues antes no teníamos ni los instrumentos, ni este tipo de ciudad con enormes construcciones.
El reglamento actual, revisado hace seis años, sí establece las medidas de seguridad para cubrir este tipo de fenómenos. Un edificio construido según la normativa vigente no se hubiera derrumbado. El problema es que muchos edificios, como el colegio Enrique Rébsamen, estaban construidos con criterios anteriores al 85, explica el investigador.
El país de las leyes perfectas
México tiene uno de los reglamentos de construcción más estrictos y completos del mundo. ¿Pero se cumple? El investigador de la UNAM comenta que existen dos artículos en la reglamentación que fueron suspendidos, uno que establece que el responsable estructural, quien verifica que las normas de construcción se cumplan, debe ser una persona independiente a la constructora; y el otro que decreta la necesidad de un segundo inspector en ocasiones que lo ameriten.
Esto quiere decir que en la Ciudad de México hay un mezcla compleja de construcciones previas al 85, construcciones que cumplen con normas adecuadas y construcciones en las que se han dado prácticas de corrupción.
Para Gerardo Suárez este es un momento en el que se presenta una nueva oportunidad, la oportunidad de preguntarse qué se quiere para el futuro, qué tipo de ciudad se seguirá construyendo. “Perdimos la oportunidad en el 85, no creo que podamos darnos el lujo de volver a dejar pasar este momento para descentralizar y reordenar la ciudad”.
El altruismo y el sismo de 2017
Durante la sesión Terremoto: retos políticos y respuesta social, desorden y caos, del Seminario Permanente de Bioética del Programa Universitario de Investigación en Salud de la UNAM, se analizó la respuesta social de la Ciudad de México ante la catástrofe en el sismo del 19 de septiembre. El seminario busca discutir temas bioéticos en el ámbito universitario y en esta ocasión analizó las diferentes aristas de la distribución de bienes durante la emergencia.
Alejandra Armenta y Paula Viveros, organizadoras estudiantiles del seminario buscaban reflexionaron acerca de la ayuda que la sociedad civil brindó después del sismo, tanto en forma de donativos como en forma de trabajo en el caso de los rescatistas. Y formularon la pregunta ¿la ayuda en verdad respondía a las necesidades de los afectados?, ¿qué sucede con el excedente de donativos?, ¿pueden las intenciones de ayuda ser más perjudiciales que benéficas?
Eitan Kraus, no de los invitados al seminario, respondió a estos cuestionamientos.
México, un país que no espera
Eitan Kraus estuvo en 2010 en Haití, iba con la delegación mexicana de rescate para apoyar en las labores posteriores al sismo de 7.3 grados, en el que murieron más de 200 mil personas.
La ciudad estaba devastada y el equipo mexicano fue asignado a una región en la que había una universidad, fue allí donde los rescatistas concentraron sus labores.
«Tuvimos la fortuna de rescatar a mucha gente con vida, y también muchos cuerpos, hasta que nos dimos cuenta que a los cuerpos que sacabamos no había nadie que los esperara. A diferencia de México, lamentablemente, la gente no estaba ayudando, la gente estaba esperando a que los ayudaran. También estuve en el terremoto de Turquía en la zona de kurdistán, y la gente no hacía nada hasta que llegaban los rescatistas oficiales del gobierno”, narra el miembro de la asociación civil Comité de Ayuda a Desastres y Emergencias Nacionales (Cadena).
Para Eitan Kraus, la reacción de la sociedad civil fue buena, y a pesar de que la ayuda pudo haber sobrado, él cree que aunque el Estado tuviera la capacidad para responder al 100 por ciento de las situaciones, aun así el apoyo de la sociedad civil es positivo. Aunque acepta que no basta con “hacer el bien, hay que hacer el bien, bien”, definir protocolos de emergencia y realizar simulacros más realistas, que incluyan a los cuerpos de bomberos y de rescate.
La sociedad se empodera
Otra de las posturas presentadas en el seminario fue la de Emilio Lezama, Licenciado en Ciencias Políticas por la UNAM, escritor y analista político.
Lo que el analista observó fue una sociedad civil empoderada, que recordaba el 85 y si no lo había vivido había escuchado y tenía presente que había que actuar. Espontáneamente organizaciones no políticas reaccionaron. Grupos que ya existían, como el de los motociclistas, salían a las calles armados de palas, cascos y víveres.
Además, una generación que meses antes había sido muy criticada, los millennials, no solo salió a las calles, sino que utilizó la tecnología para brindar una herramienta de comunicación con la que no se contaba en desastres anteriores.
Respecto a este punto, las organizadoras estudiantiles del seminario se preguntan, ¿de quién es la responsabilidad de generar información ante una situación de desastre?, ¿por qué el gobierno fue incapaz de generar información veraz en tiempo real posterior al terremoto del 19 de septiembre?
Y aunque el seminario concluye aceptando que es difícil dar respuesta a todas las preguntas que surgen de un evento como el del 19 de septiembre, insiste en que continuar con la reflexión es necesario. Y la palabra resiliencia surge como la posibilidad de recuperarse del desastre, pero no para volver al punto de partida, sino para decidir qué dinámicas sociales deben modificarse para prepararse en una ciudad que seguirá sufriendo el embate de los sismos.
Fuente: CONACYT.
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