Luis Bernardo López Sosa es originario de la comunidad indígena de Naranja de Tapia, perteneciente al municipio de Zacapu, Michoacán. A sus 28 años cursa el doctorado en ciencias en metalurgia y ciencia de los materiales en el Instituto de Investigaciones en Metalurgia y Materiales, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH).
Su trabajo se enfoca en el desarrollo de tecnología que no se quede en el escritorio, en el diseño o simulación, sino que se articule con las dinámicas de las comunidades, sin imponerse.
Estudió la licenciatura en desarrollo sustentable con tecnologías alternativas en la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán (UIIM). Debido a que creció en un entorno en que los métodos de consumo energético tradicionales generan afectaciones, como problemas respiratorios que derivan en muertes prematuras asociadas a prácticas no sustentables, decidió formarse en el ámbito ecotecnológico para proponer soluciones a los problemas que enfrentan muchas comunidades.
Ha recibido reconocimientos como el Premio Nacional de la Juventud, Premio Estatal al Mérito Juvenil, Premio Estatal de Ciencia Michoacán 2017, premio IER-UNAM al desarrollo tecnológico, la Medalla Santiago Cendejas por la Asociación Michoacana de Ciencias, Premio Nacional Universidad del Valle de México al Desarrollo Social, entre otros.
Del escritorio al campo
Bernardo afirma que no es fácil articular su identidad con la ciencia, porque existe una percepción social de los indígenas muy arraigada; vistos siempre desde el folclor y no en el rigor metodológico de las ciencias exactas en México y el mundo.
“En un congreso al que asistimos para presentar nuestro avance tecnológico, no encontraban en qué mesa ponernos, entonces incluyeron nuestra ponencia en la mesa de personas con discapacidades. Eso nos dejó ver cómo se concibe a las comunidades indígenas actualmente”.
Tomó la decisión de dar ese enfoque a sus estudios porque considera que es necesario que la investigación migre del escritorio al campo: a su implementación, monitoreo y adaptación al contexto. “De nada sirve el conocimiento científico almacenado en estantes, en una tesis, en un paper, si no podemos trasladarlo a que genere impacto en la sociedad”.
Articular la ciencia y la cultura
El mayor reto es repensar la ciencia, es por eso que su esfuerzo se enfoca en que el desarrollo no esté determinado por el simple avance progresivo de la tecnología, sino que esté en función de tener una aplicación real y un beneficio tangible.
Se ha dado cuenta de cómo el éxito de los proyectos ecotecnológicos no depende de lo innovadora que sea la idea, lo que asegura su logro es que se realice un trabajo de adaptación y monitoreo que permita establecer parámetros: ¿cómo se usa?, ¿cada cuánto tiempo?, ¿de qué forma?, ¿qué cambios genera en su dinámica socioambiental?, ¿a quiénes les sirve?
Menciona el caso de las estufas de leña hechas en su totalidad de lámina metálica que se implementaron como medida gubernamental en su comunidad. “Las personas las recibieron porque eran gratis, pero no las utilizaban porque están acostumbrados a una dinámica distinta”, afirma.
Ha evaluado cómo el avance de la ciencia no siempre considera las implicaciones sociales, y asume que el desarrollo tecnológico genera beneficios intrínsecos; sin embargo, lo que sucede en la realidad es que representa un choque cultural al que no siempre están dispuestas las personas en un plano de costo-beneficio.
Bernardo busca primero realizar propuestas para satisfacer problemáticas energéticas en sectores vulnerables, como las comunidades indígenas, y posteriormente escalar estas alternativas a todos los sectores de la población. Por esa razón es “primero purépecha, después mexicano”.
Lo que don Juan aporta a la ciencia
Un producto exitoso, en su experiencia, debe ser capaz de ser apropiado por la persona que lo utiliza. En la aplicación de los productos tecnológicos que han desarrollado, le han dado mucha importancia al monitoreo constante, pues les ha dejado ver que las tecnologías aun ya aplicadas deben continuar modificándose y que, de la vivencia, pueden surgir ideas transformadoras para generar desarrollo tecnológico apropiado.
Es el caso de Juan Campos, de la comunidad de Zipiajo, a quien se implementó en su casa un sistema solar de cocción con recubrimientos que transforma la radiación solar en energía para calentar alimentos.
“Este sistema es una base que se calienta con la energía del sol, sobre ella se coloca una olla que tiene un recubrimiento que mantiene el calor, pero con el uso se le cayó; cuando hicimos la visita de monitoreo nos dimos cuenta que residuos de combustión de biomasa forestal se habían adherido a ella y que estaban haciendo la misma función del recubrimiento”.
Hoy en día se encuentra en proceso de optimización, investigando las aplicaciones del recubrimiento de residuos forestales que puede ser utilizado como material fototérmico de la radiación solar y está en trámite de patente la aplicación y procesamiento del material y recubrimiento. Ha formado parte de su trabajo de investigación de maestría y doctorado, y también de la investigación doctoral de la maestra Hermelinda Servín Campuzano.
“Lo hacemos porque vimos que funciona, tiene mejores propiedades, menor costo y un menor impacto ambiental”.
Este recubrimiento que surgió de monitorear el uso verdadero de los productos, ya se ha utilizado en tecnologías solares térmicas que se han implementado en comunidades indígenas.
Tecnolingüistas
Ante este contexto y la necesidad de generar herramientas que permitan un acercamiento más armónico, el grupo de investigadores del que forma parte desarrolló el concepto: tecnolingüista.
«Un tecnolingüista es una persona que forma parte de la comunidad que se ha capacitado en ciencias exactas y sociales, con la finalidad de acercar el desarrollo tecnológico de forma armónica. Comparte ambos lenguajes (indígena-español) de forma literal y simbólica: como forma de comunicación, pero también como la posibilidad de ver su comunidad desde adentro y desde afuera”.
Explica que se trata de una herramienta accesoria pero fundamental de las actividades de investigación y de desarrollo tecnológico que generan; una apuesta por lograr la integración de los criterios que permitan la convivencia de las tradiciones con los medios para vivir mejor. Él se considera a sí mismo un tecnolingüista.
Haber crecido en un contexto que lo educó para pertenecer a su pueblo, le dicta el compromiso de hacer cosas por su comunidad, su estado, su país, y hace la acotación que es en ese orden. Al interactuar con dos realidades y tener acceso al conocimiento ha concluido que la tecnología debe adaptarse al usuario.
Siempre “nosotros”
El Grupo Multidisciplinario de Investigadores Indígenas para el Desarrollo de Tecnologías Sustentables, del que Bernardo es uno de los fundadores, ha logrado más de 40 artículos en memorias de congresos, cerca de 20 artículos en revistas indexadas, tres patentes en trámite, cuatro libros publicados por editoriales internacionales, la implementación de 250 prototipos beneficiando a 250 familias y cuatro mil 500 personas capacitadas en más de 30 comunidades en Michoacán.
Bernardo Sosa se refiere siempre a sí mismo como “nosotros”, si bien la razón que comenta es que en su comunidad el sentido de pertenencia lo hace volver siempre a esa unidad que forman todos, lo hace ya de forma inconsciente porque nunca ha estado solo y nunca lo estará. El afán es colectivo, así como los esfuerzos y los medios. Considera que no se puede construir estando solo, por lo que su actuar ha sido siempre de la mano del doctor Mauricio González.
Fuente: CONACYT.
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