En los años setenta, Benjamin Libet, un neurólogo estadounidense, descubrió durante un experimento que cuando un sujeto toma una decisión, su cerebro comienza a activarse mucho antes de que el individuo sea consciente de que quiere realizar una acción.
Benjamin Libet colocó unos electrodos a un voluntario y le pidió que se sentara frente a una mesa en la que había un botón. La tarea del voluntario era esperar al momento en que sintiera ganas de apretar el botón, mirar la hora en un reloj y apretar el botón.
Mediante este experimento, Benjamin Libet quería colectar tres mediciones: el momento en que se activaba el cerebro para tocar el botón, la hora en que el sujeto sentía que había tomado la decisión de apretar el botón y la hora en que apretaba el botón.
Lo que el científico observó ha sido motivo de críticas y alabanzas: el cerebro del voluntario estaba listo para apretar el botón alrededor de 200 milisegundos antes de que el voluntario tuviera la sensación de haber decidido presionar el botón. Es decir, sus neuronas se habían estado preparando para pulsar el botón antes de que él decidiera hacerlo.
Esto hizo suponer a Benjamin Libet que las acciones voluntarias en realidad tienen origen en una actividad involuntaria de las neuronas, o como dice Ranulfo Romo: “Somos títeres de nuestras neuronas”.
En la conferencia magistral La tragedia griega en el cerebro. La breve ventana del libre albedrío, que se realizó durante el festival El Aleph. Festival de Arte y Ciencia, organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ranulfo Romo, investigador del Instituto de Fisiología Celular de la universidad, se cuestiona ¿los humanos toman sus decisiones de manera consciente o viven en la versión de una tragedia griega donde su destino está determinado por un conjunto de células llamadas neuronas?
La tragedia griega
La tragedia griega habla de las cosas antagónicas, de la vida y de la muerte y en la vida todas las cosas son antagónicas, incluyendo la toma de decisiones, y por supuesto si tenemos o no tenemos libre albedrío, comenta Ranulfo Romo.
Pero la ciencia, como el arte, también puede ocuparse de estos temas y es con esa herramienta con la que Ranulfo Romo ha decidido explorar la respuesta a si el oráculo puede predecir el destino de los individuos.
Con experimentos en primates, Ranulfo Romo estudia las neuronas relacionadas con la voluntad y ha consolidado la hipótesis de que la toma de decisiones se apoya en gran medida en la memoria.
En su laboratorio, el científico ha entrenado a primates para recibir dos vibraciones suaves en una mano, y con la otra mano apretar dos botones para indicar si la primera fue más intensa que la segunda. El animal podría no responder pero sabe que si lo hace, recibirá una recompensa, explica Ranulfo Romo.
A estos primates entrenados se les analiza para saber qué parte del cerebro se activa cuando toman la decisión de apretar un botón para responder. Posteriormente, se les coloca un filamento en el cerebro y, después de la primera vibración, pasado un momento se hace pasar una minúscula descarga eléctrica por el filamento para estimular el grupo de neuronas de la voluntad. Entonces, sin recibir la segunda vibración, el cerebro del mono se activa para juzgar qué botón apretar.
Esto dice a los investigadores que el cerebro tiene la capacidad de hacer una copia neuronal de los eventos del mundo externo y que la voluntad muchas veces tiene que ver con la repetición de conductas aprendidas y vamos a responder a un estímulo casi siempre de la misma forma. Si esta hipótesis es cierta, los individuos realizan sus acciones porque sus circuitos neuronales fueron entrenados para encenderse de cierta forma en cierta situación, una especie de autómata impulsado por un cerebro que toma las decisiones por él.
Una aterradora realidad, enterarnos que no tenemos control sobre nuestras propias vidas y todo lo que sucede desde que nacemos hasta que morimos está determinado por leyes físicas de la naturaleza ajenas a nosotros, comenta Ranulfo Romo.
Pero también explica que, aun así, existe un breve lapso de tiempo entre que surge en la mente de las personas la idea de realizar una acción y el instante en que deciden realizarla, así que los individuos tienen la posibilidad de decidir ignorar esos pensamientos y no realizar la acción.
En ese lapso de aproximadamente 200 milisegundos, aunque difiere en cada individuo, es la breve ventana del libre albedrío, en la que una persona puede aceptar esa idea que le acaba de surgir, por ejemplo tomar el paraguas en un día nublado, o dejarla pasar y no cargarlo, pero arriesgarse a volver empapado a casa.
Para Ranulfo Romo, pensar en el libre albedrío desde la ciencia deja un aprendizaje: hay que educar nuestras neuronas para tomar las decisiones que queremos, o por lo menos para alargar un poco más esa breve ventana de tiempo en la que podemos decidir si es conveniente lanzar la palabrota que estamos pensando a la persona que tenemos enfrente, o dejarlo pasar.
Fuente: CONACYT.
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