“Desde que nacemos, los seres humanos tenemos deseo de investigar. Ya se sabe mucho sobre cómo los bebés van identificando los objetos, conociendo sus propiedades, clasificándolos (…) Y todo eso para poder interactuar con el mundo y con las personas que los rodean. Es decir, hay una disposición natural a la investigación del mundo, porque así nos posicionamos en él. Por eso es tan importante la enseñanza de la ciencia desde la educación básica”, afirma Alejandra García Franco, ingeniera química, doctora en pedagogía y profesora investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad Cuajimalpa.
La investigadora lleva años interesada en la enseñanza de las ciencias naturales en las escuelas del país. Basada en su trabajo de investigación, García Franco aboga por métodos que incorporen los contextos y saberes locales. Porque, desde su punto de vista, se puede “enseñar a los niños a hacer investigaciones más estructuradas, pero al mismo tiempo reconocer que hay otras formas de ver el mundo y que, en sus contextos, ellos también tienen saberes”.
Precisamente eso, la recuperación y valoración de los saberes locales, considera la doctora García Franco, es una de las claves para la enseñanza de las ciencias naturales en el país.
—¿Cómo participan en eso las maestras y maestros del país?
—Creo que es muy importante reconocer que todos tenemos saberes. Los niños, en kínder o cualquier grado, y los profesores, todos tienen saberes. Pero hay que preguntarse cómo se puede construir conocimiento a partir de esos saberes. Porque solo puedes construir a partir de lo que ya sabes, de lo que eres, conoces, te interesa y te gusta. Creo que eso a veces se pierde en la escuela, que se ha mirado como un lugar donde se aprende lo que está en los libros. Por eso los niños a veces no encuentran relación entre su realidad y la escuela.
La enseñanza de la ciencia en la educación básica necesita partir de fenómenos cotidianos para los niños, o que les interesen, aunque no sean cotidianos. Y eso vale también para los profesores, quienes pueden no ser expertos en ciencias, pero sí tener conocimientos en su propia realidad. Solo debieran ser capaces de hacer observaciones sistemáticas para explicar esa realidad, que al final es la idea de las ciencias.
Eso, afirma la académica de la UAM, vale tanto para el contexto urbano como el rural. En su artículo «La enseñanza de las ciencias en escuelas indígenas en México: caminos en la sociedad del conocimiento», García Franco dice que “la cercanía que suelen tener los estudiantes indígenas con su entorno natural podría permitir el desarrollo de contenidos que integraran aspectos de las ciencias naturales con otros de matemáticas, lengua, geografía, etcétera, logrando con ello el desarrollo de competencias por parte de los estudiantes”.
Otro ejemplo más. En la ponencia que presentó durante su participación en el segundo encuentro convocado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) «Conciencias por la Humanidad», en diciembre de 2017, García Franco habló también sobre la valoración de distintos tipos de saberes: locales, tradicionales, de las mujeres. En aquella ocasión, dio algunos ejemplos de conocimientos relacionados con las ciencias naturales que existen en las comunidades indígenas: las fermentaciones, el uso de papaya para ablandar carnes, la obtención de pigmentos colorantes, el secado de hojas de tabaco, la curtiduría de pieles animales, la nixtamalización del maíz y, en general, la cocina como laboratorio químico.
—¿Hay entonces un método en los saberes tradicionales?
—Todos tenemos curiosidad natural. Los campesinos, por ejemplo, han logrado una diversidad de maíces adaptados a condiciones climáticas muy distintas. Y eso se hace a partir de la experimentación. ¡Entonces, claro que hay un método ahí! Un método que a lo mejor no está registrado o sistematizado, pero lo hay, existe. Ahí también la educación científica puede contribuir.
Sí hay mucha química en la transformación del maíz en alimento, por ejemplo. Pero tienes que tener herramientas que te permitan verlo como química. Porque de ahí surgen preguntas. Por ejemplo: ¿cuánto tiempo debo dejar idealmente el maíz reposando después de cocerlo con la cal? ¿Es lo mismo si lo dejo cinco, ocho, diez horas? ¿Qué tipo de masa me da como resultado en cada caso? Creo que de ahí, de tener la ciencia como herramienta, puede venir mucha innovación. Por otro lado, hay quienes hacen eso. Pero debido a que es visto como parte de la vida cotidiana y no como resultado de la ciencia, entonces no se valora.
Eso es lo que puede aportar la enseñanza de las ciencias: la intención explícita de mirar y de explicar el conocimiento que construimos en nuestras vidas.
Creo que por ahí va la idea de que la formación científica puede contribuir a entender mejor nuestro mundo, es decir, el mundo que te toca y que puedes transformar.
—En algunos contextos suele decirse que no se enseña o se aprende arte o ciencia (o cualquier otro conocimiento) para convertirse en artista o científico, sino para tener vidas más ricas, para que nos ayude a vivir.
—Yo diría que al enseñar ciencias naturales no estamos tanto enseñando la verdad de las cosas, o diciendo cómo debe ser, sino sobre todo contribuyendo a crear opciones para que la gente viva la vida que quiere vivir, de la mejor manera posible, tomando la ciencia como una herramienta.
El arte y la ciencia son maneras de mirar el mundo. Solo que a veces parece que la ciencia fuera más pretenciosa, porque es una manera de mirar que ha conseguido mucho, que crea tecnología. Pero eso no quiere decir que sea la única forma de ver, ni que solo se pueda hacer en laboratorios, con gente especializada. Creo que más bien se trata de construir modelos para entender y transformar nuestra realidad.
—¿Consideras que en México estamos apoyándonos con la ciencia de esa manera?
—Creo que sería importante que cualquier discusión pasara por la ciencia. Por ejemplo: ¿debemos sembrar o no maíz transgénico? Hay grupos de científicos que están totalmente en contra y tienen argumentos valiosos. Pero también hay grupos de científicos que están a favor. Porque la ciencia no tiene una sola verdad, depende de las personas que la hacen, de sus intereses, de sus experiencias previas. Ahí también se discute. Y así debe ser.
Fuente: CONACYT.
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