El Colegio de San Luis (Colsan) y la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA) publicaron el libro Escenarios de riesgos y desastres por sismos e inundaciones en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, que aborda los distintos elementos que constituyen este tipo de riesgos.
El autor de la obra es Jorge Damián Morán Escamilla, doctor en ciencias sociales con especialidad en sociología que se desempeña como investigador del programa Cátedras del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), adscrito al Colsan en el programa Agua y Sociedad.
Este libro es producto de la investigación de tesis doctoral del experto y da cuenta de los fenómenos naturales más importantes que se presentan en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM).
“De los fenómenos naturales que se experimentan en México, 83 por ciento es de origen hidrometeorológico y son los que más afectaciones generan a la población. Mientras que los sismos, que tienen menor incidencia (15 por ciento), son los que más muertes producen en México y en el mundo. Ambos se presentan en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, específicamente, por las condiciones de la propia cuenca del Valle de México”, dijo.
Desastres ¿naturales?
En entrevista con la Agencia Informativa Conacyt, el doctor Morán Escamilla destacó que diferentes áreas del conocimiento plantean que los desastres no son naturales, sino complejos procesos construidos socialmente y en donde intervienen factores económicos, políticos, culturales y científicos.
“No es culpa de la naturaleza. La lluvia y los sismos siempre han existido, el problema radica en la forma como ocupamos los espacios y como construimos, eso es lo que hace que se presenten afectaciones, es decir, que un fenómeno natural que siempre ha existido empiece a generar afectaciones a la población y se constituyan en emergencias y desastres”.
El investigador explicó que en el caso particular del territorio que ocupa el Valle de México se tienen tres tipos de suelo: firme, de transición y fangoso, este último favorece la amplificación de las ondas sísmicas producidas durante los movimientos telúricos.
El desastre —puntualizó— no es el momento preciso en que se presenta la emergencia, sino es un proceso que se gesta mucho antes y que continúa con la respuesta ante el suceso. Esto se puede ver reflejado con el terremoto de 2017, pues todavía hay personas que a un año de la emergencia continúan experimentando el desastre porque aún no han visto resuelta su situación después de que el sismo afectó sus vidas.
El terremoto de 1985 fue un suceso clave que, además de haber provocado daños en la ciudad, también hizo necesaria la creación del Sistema Nacional de Protección Civil (Sinaproc) y del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), así como la conformación de fondos para la prevención de desastres; pero a pesar de estos avances, siguen generándose afectaciones a la población.
“A pesar de que tenemos las instituciones y la normatividad, lo que podemos observar es que no se está cumpliendo y que las instituciones carecen de los instrumentos, del capital humano y económico para poder llevar a cabo acciones de prevención”.
Lo que se ha observado cuando se presentan lluvias dentro de la ZMVM es que las inundaciones son de aguas negras que, a diferencia del agua del río o del mar, vuelven inservible todo lo que entra en contacto con ellas y, aunque se trate de limpiar, prevalecen restos de materia orgánica que pueden ser perjudiciales para las personas.
“Prácticamente toda la ciudad es susceptible a inundaciones porque no solamente tiene que ver con la cantidad de lluvia que cae, también tiene mucho que ver el estado de los drenajes y el manejo del mismo sistema, que es muy complejo y requiere la coordinación de autoridades locales, delegacionales, municipales y estatales”, dijo.
Asimismo, el investigador destacó que otro de los problemas que contribuyen a que sigan existiendo afectaciones a la población es la falta de continuidad en las estrategias a causa de las transiciones de gobierno, pues el cambio de actores políticos conlleva una reinvención de la forma en que se administran los riesgos.
A esto se suman las condiciones fisiográficas propias del Valle de México, en donde además de tener una cuenca cerrada susceptible a las inundaciones y sismos, existe un proceso de degradación ambiental que va de la mano con la expansión de la mancha urbana y el crecimiento de la densidad poblacional, pero no de la infraestructura.
“Uno de los grandes problemas que tiene la Ciudad de México es que en ella viven aproximadamente ocho millones de habitantes y otros 12 millones están fluctuando, es decir, duermen en otra parte pero hacen sus actividades cotidianas en la ciudad. Eso complica la prevención de riesgos porque es difícil que una persona tenga una actitud proactiva ante estos cuando pasa ocho horas trabajando en un lugar, cuatro horas en tránsito y el resto descansando en un lugar distinto”.
Conocer para prevenir
El investigador señaló que el riesgo nunca va a desaparecer. Siempre existirá un riesgo porque los fenómenos naturales son dinámicos y no es posible prever claramente cómo se manifestarán y qué consecuencias tendrán, pero lo que sí se puede hacer, como sociedad, es asumir que vivimos en áreas de riesgo e informarse sobre los riesgos potenciales de la zona en que vivimos.
“Tenemos que empezar a contar con información suficiente, adecuada y accesible para que podamos tomar decisiones, con mayores elementos, respecto a dónde vivir y con qué riesgos coexistir. Se trata de una decisión que debe ser asumida tanto por la sociedad como por el gobierno, y en función de eso encaminar acciones colectivas para reducir las posibles afectaciones”.
Fuente: CONACYT.
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