Originaria de San Luis Potosí, Martha Leticia Santos Martínez es profesora investigadora titular de la División de Biología Molecular del Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica (Ipicyt) desde 2003. Con una formación de química farmacobióloga egresada de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP), posteriormente adquirió el grado de maestría en ciencias biomédicas básicas en la misma institución.
Con una diversidad de experiencias y oportunidades que parecieran de película, Leticia Santos comparte en entrevista un poco de su historia de vida, sus experiencias y aprendizajes pero, sobre todo, un vistazo a la vida de una mujer de ciencia caracterizada por una sed de conocimiento imparable que busca contribuir, «aunque sea un poco», al beneficio de la humanidad por medio de la ciencia.
Después de haber realizado una estancia en el Departamento de Biología Molecular y Bioquímica del Centro de Salud de la Universidad de Connecticut (Uconn Health Center) en 1996, realizó sus estudios de doctorado en la Universidad Técnica de Múnich (1997-2002) al trabajar en el mundialmente famoso Instituto Max Planck de Bioquímica (Martinsried, Múnich, Alemania), donde contribuyó al proyecto de secuenciación del genoma de la arqueobacteria Thermoplasma acidophilum.
“Y me quedé en Múnich un año más en una estancia posdoctoral: trabajé en la identificación de microorganismos patógenos por un método denominado FISH. Esto se realizó dentro de un proyecto muy grande entre varias universidades alemanas y una empresa de biotecnología (QIAGEN); se buscaba identificar simultáneamente una serie de microorganismos que causan enfermedades nosocomiales (aquellas contraídas en el hospital). Yo me dediqué a diseñar sondas específicas para la clasificación filogenética de esos microorganismos y, a la par, el consorcio se encargaba de identificar genes resistentes a antibióticos para cada microorganismo”.
Posterior a esto y gracias a una beca de repatriación, llegó al Ipicyt en 2003 con un perfil poco más que extraordinario, especializada en biomedicina, biología molecular, microbiología, etcétera. Sin embargo, la prioridad institucional del centro de investigación en aquel tiempo fue el estudio del cáncer cervicouterino (CaCu), con el propósito de mejorar el diagnóstico a través de marcadores biológicos, lo cual impuso un reto cuyos frutos aún continúan.
“En mi laboratorio trabajamos en el desarrollo/mejoramiento del diagnóstico del CaCu a través del estudio de la vía de señalización Notch, que involucra una serie de receptores transmembranales presentes en las células y que se han visto involucrados en la patogénesis de distintos tipos de cáncer y otras enfermedades crónicas como el Alzheimer. En la enfermedad de Alzheimer, una o varias moléculas de la vía de señalización Notch no funcionan correctamente en la degradación de proteínas, así, la maquinaria celular empieza a acumular péptidos y a formar placas amiloides que se quedan en ciertas zonas del cerebro y que producen esta enfermedad”.
De genética, proyectos secretos y huracanes
En 2004, la investigadora viajó a Japón por tres meses donde estableció nuevas colaboraciones, entre ellas, con su amiga arqueóloga Claudia Ramírez, en un proyecto en el que estudiarían los microorganismos presentes en el sitio arqueológico maya Joya de Cerén, en El Salvador, llamado en ocasiones la Pompeya de América, con el fin de colaborar en estrategias de conservación. Proyecto que aún está pendiente.
Posteriormente, en 2006, viajó a Finlandia para especializarse en temas clave de los mecanismos moleculares por los cuales se produce el melanoma, la variedad de cáncer de piel más peligrosa conocida.
“Estuvimos trabajando muy poco tiempo en ese proyecto pero de manera efectiva, sobre todo porque los servicios de salud de Finlandia están muy controlados. Como la población finesa es pequeña, casi cien por ciento está registrado en el servicio de salud y, por lo tanto, se conoce el background genético de casi toda la población —cosa que también ocurre con los islandeses—. Estos elementos han ayudado para dilucidar procesos moleculares involucrados en la tumorigénesis del melanoma”.
Para 2007, la investigadora fue contratada por la empresa internacional Merck Serono en Ginebra, Suiza, para colaborar en un proyecto importante de alto nivel financiado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). El proyecto consistió brevemente en realizar una campaña de rastreo (HTS, high-throughput screening) de alrededor de 10 mil compuestos químicos para la posible erradicación de la malaria.
“La OMS hacía el contacto entre Merck Serono y un centro de investigación en el Reino Unido. No te puedo dar muchos detalles por la secrecía del proyecto, pero básicamente el centro de investigación nos enviaba una proteína específica, y nosotros probábamos los compuestos químicos para detectar si podían inhibir la actividad enzimática de esa proteína a través de la modificación de un ensayo bioquímico. Me llevé más o menos ocho meses solamente en implementar el ensayo, y al final cuando este estaba perfecto, me programé con el equipo de trabajo de robótica de Merck Serono para realizar la campaña de rastreo, ya que por el número de compuestos a analizar no lo puedes hacer manualmente. Y encontramos por lo menos unos cinco compuestos que eran muy efectivos para inhibir esa proteína. Por supuesto nada de eso se publicó. La secrecía es un asunto muy serio en la industria”.
Este vasto cúmulo de experiencias le ha hecho posible la incursión en distintos campos como la genética o el trabajo en geociencias. Otro ejemplo ha sido el trabajo que realizó en colaboración para estudiar la laguna Nichupté-Bojórquez en Cancún, alrededor de la cual se encuentra la zona hotelera y que además es un espacio que a lo largo de los años ha sido el escenario constante de la práctica de infinidad de deportes acuáticos. Sin embargo, el asentamiento humano ha provocado contaminación de la laguna. El proyecto buscaba la identificación de microorganismos con el fin de sanear la laguna.
“Sucedió que previamente se tomaron muestras de agua de la laguna días antes del huracán Wilma —aquel que en 2005 devastó Cancún de manera trágica—. Así, me contactó el doctor Noel Carbajal, de la División de Geociencias Aplicadas del Ipicyt, encargado directo del proyecto, y propuso realizar un estudio en colaboración para conocer la población de microorganismos antes y después del huracán. Descubrimos que la laguna fue saneada parcialmente con el paso del huracán. Encontramos muchas diferencias entre el antes y el después. De hecho, encontramos microorganismos que, según reportes en la literatura, habían sido arrastrados desde Australia”, comentó con entusiasmo.
Investigaciones actuales
Respecto al cáncer cervicouterino, explicó que inicialmente trabajó en la búsqueda de marcadores moleculares para mejorar diagnóstico y pronóstico. “Ya se sabe que el CaCu es causado por el virus del papiloma humano, así el diagnóstico ya ha hecho evidente qué moléculas están involucradas. Por lo que decidí cambiar el rumbo de mi investigación hacia la vía de señalización Notch con fines pronósticos y de desarrollo de nuevas terapias. Encontramos que la sobreexpresión de uno de los receptores (Notch-3) era muy alta, resultando en una publicación reciente. Entre las moléculas que reportamos con mayor expresión, queremos estudiar más a fondo su participación en la tumorigénesis y las terapias dirigidas”.
Otra de las líneas de trabajo de impacto en la cual la investigadora se encuentra trabajando —a partir del proyecto de doctorado sobre la arqueobacteria Thermoplasma acidophilum— es la caracterización de proteínas con función similar a la de humanos y también explotar su potencial biotecnológico.
“Y es en lo que estamos trabajando. Dentro del genoma de Thermoplasma detectamos un gen que codifica a una proteína que me interesa mucho: una asparaginasa. Esta proteína actualmente se utiliza para tratar pacientes con leucemia y, por otro lado, para mitigar el contenido de acrilamida (molécula que se supone puede estar relacionada con afecciones cancerígenas) en alimentos fritos y horneados como las papas fritas, pan, café, entre otros”.
Lo que se busca es saber si la asparaginasa tiene mejores propiedades que otras asparaginasas comerciales debido a que son derivadas de enterobacterias como Escherichia coli (esa que vive en el intestino humano y que a veces causa muchas formas de diarrea, algunas mortales). Estas en ocasiones producen reacciones alérgicas en pacientes con leucemia. Sin embargo, por métodos bioinformáticos, el equipo de la doctora ha encontrado que la proteína que estudian es similar a una serie de proteínas llamadas aspartil glucosaminidasas, que los humanos poseemos.
“Al momento de que se da este tratamiento al paciente con asparaginasa, la proteína quita (o depleta, en términos técnicos), toda la asparagina circulante (la asparagina es un aminoácido), así las células neoplásicas —aquellas leucémicas— entran en apoptosis (un proceso de muerte celular programado). O sea, esas células dañadas se morirían y las células normales no, porque pueden sintetizar asparagina. Otro aspecto es el tiempo de vida corto de la asparaginasa comercial (de dos a tres días), es un problema para los pacientes infantiles pues es un tratamiento en el que cada dos a tres días se les debe administrar la dosis intravenosa”.
Además, el equipo de la doctora Leticia Santos ha registrado en laboratorio que la asparaginasa derivada de Thermoplasma acidophilum es muy resistente a ciertas condiciones. Por ejemplo, tiene actividad hasta por más de casi 30 días de incubación, lo cual podría ayudar en gran medida al tratamiento prolongado contra la leucemia, sobre todo en infantes.
Ciencia y género
La doctora Leticia Santos, sin duda, ha transitado por proyectos épicos e instituciones de respeto global, lo cual la ha puesto en contacto con diferentes maneras de hacer ciencia a lo largo de su trayectoria, desde México hasta Suiza, y de Alemania hasta Estados Unidos. Y ser mujer para ella no ha implicado que reciba un trato diferente por parte de sus colegas varones.
“Creo que he tenido mucha suerte. No he sufrido ningún tipo de trato diferente por el género. Pero lo que sí te puedo decir es que desde que soy mamá las cosas han cambiado, porque mi productividad ha disminuido. Y no es que te distraigas, pero ya tienes muchas otras actividades aparte de lo que es la ciencia. Te cambia la vida la maternidad”.
Durante su estancia en diferentes países, descubrió que los horarios de guarderías aplican en simultáneo con el horario laboral estándar, mientras que en México no, ya que los horarios siguen otro régimen que dificulta el desempeño laboral de la mujer que trabaja en sistemas de horarios establecidos, lo cual para la investigadora es una situación que afecta en general a las madres.
“En Finlandia, por ejemplo, alguien se embarazaba y se iba un año a su casa con sueldo pagado y todo, para que estuvieras con tu hijo, y no pasaba nada con tu vida laboral, se mantenía. Simplemente te dan oportunidad de ejercer la maternidad, y aquí en México no. Te dan tres meses, más o menos dependiendo del régimen laboral. Es lo único que le veo de difícil a la parte de ser mujer científica aquí. Los hombres es muy poco probable que pasen por eso”.
Perspectiva a futuro
La investigadora tiene el anhelo de que las investigaciones recientes que tiene junto con sus estudiantes tengan un verdadero impacto social a corto plazo, sobre todo para ser usadas en el combate contra el cáncer cervicouterino y otras patologías como la leucemia.
“Estas moléculas que encontramos son clave de la vía de señalización que te comentaba, y yo creo que por ahí se puede sacar muchísimo provecho para mejorar la vida de los pacientes —investigación traslacional—. Lo que a mí me gustaría en el futuro es que a través de diferentes proyectos, no solo nacionales sino también internacionales donde el apoyo sea mucho mayor y no se corte la investigación por falta de recursos, se haga algo grande para completar muchos de los pasos que queremos implementar con alta tecnología para dilucidar lo que tenemos iniciado en el laboratorio”.
A Leticia Santos, eterna curiosa por el conocimiento del mundo, lo que más le gusta de ser científica es la enorme flexibilidad que esta vocación tiene, “de hacer lo que uno quiera o desee (…) Es decir, no tengo limitantes”.
Fuente: CONACYT.
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