Una neuróloga que examinaba a enfermos de Covid-19 en coma en busca de signos de derrame se topó con una nueva pista acerca de cómo el virus afecta los pulmones, gracias a una prueba que emplea microburbujas de aire y un robot.
La doctora Alexandra Reynolds, del Mount Sinai Health System de Nueva York, escuchaba desconcertada “la cacofonía de sonidos” de las burbujas inofensivas al pasar por el torrente sanguíneo en un paciente tras otro.
Sin embargo, el extraño hallazgo despertó el interés de los especialistas en pulmón, que tratan de hallar una explicación de por qué los enfermos más graves de coronavirus no reciben suficiente oxígeno incluso conectados a un respirador.
En mayo, cuando los enfermos inundaban los hospitales de Nueva York, la unidad de cuidados intensivos de Mount Sinai –que en general atiende problemas cerebrales– se transformó en un pabellón de Covid-19, en el cual los respiradores mantenían con vida a los pacientes, fuertemente sedados.
“Cuando los despertemos, ¿hallaremos que padecen alguna horrible lesión cerebral?”, se preguntaba angustiada Reynolds, quien al principio no tenía manera de observar la función cerebral, aparte de mirar las pupilas de los enfermos.
La prueba eco doppler transcraneal permitía rastrear el flujo de sangre en el cerebro, pero era demasiado peligroso estar mucho tiempo junto a la cabeza del paciente.
Por eso, Reynolds recurrió a una nueva versión robot: un artefacto que se coloca sobre el enfermo y realiza automáticamente el rastreo. Practicó un rastreo de burbujas, método indoloro para determinar si hay riesgo de derrame y que consiste en inyectar en una vena solución fisiológica con microburbujas de aire. Al circular éstas, los vasos sanguíneos más pequeños en los pulmones sanos –llamados capilares– las filtran y retiran del torrente sanguíneo.
“Eslabón perdido”
A lo largo de varias noches, Reynolds hizo la prueba a algunos de sus pacientes más graves, y una y otra vez, el robot doppler de NovaSignal medía unas burbujas que, lejos de ser filtradas, llegaban al cerebro.
“Era realmente extraño”, destacó Reynolds. A veces las burbujas esquivan el filtro al atravesar un defecto cardiaco, conocido factor de riesgo de derrame, pero “era imposible que todos tuvieran de repente un orificio en el corazón”.
Para Hooman Poor, experto en pulmón de Mount Sinai, el misterio de la burbuja podría ser el “eslabón perdido” a fin de determinar por qué esos enfermos no reciben suficiente oxígeno. Quizá lo que permitía el paso de las burbujas era la dilatación anormal de los capilares del pulmón.
Poor y Reynolds continuaron las pruebas. Al finalizar la piloto, 15 de los 18 enfermos tenían microburbujas en el cerebro. En respaldo de la teoría de Poor, los enfermos con mayor cantidad de ellas mostraban los niveles más bajos de oxígeno, informaron los investigadores en la revista American Journal of Respiratory and Critical Care Medicine.
¿Cuál es la importancia de los capilares en este caso? Los enfermos de coronavirus conectados a respiradores tienen síndrome de dificultad respiratoria aguda, inflamación que provoca insuficiencia pulmonar cuando otras infecciones endurecen los pulmones al bloquear el oxígeno, pero el coronavirus no lo hace de la misma manera, sostuvo Poor.
Según la nueva teoría de Poor, el estudio con burbujas sugiere que la sangre es desviada de los vasos obstruidos a otros dilatados de forma anormal y por eso fluye con excesiva rapidez, lo cual impide absorber debidamente el oxígeno.
Un trastorno raro llamado síndrome hepatopulmonar provoca la misma anormalidad y se diagnostica mediante el estudio con burbujas.
Estos hallazgos preliminares no demuestran que el problema está en los vasos sanguíneos dilatados, pero ciertas autopsias han vinculado el Covid-19 con capilares pulmonares deformados.
Fuente: Agencia ID.
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