A1000 años luz de aquí, en medio de la negrura de nuestra galaxia, hay una estrella joven en pleno baile. No está sola, su pareja es otra estrella y, juntas, forman el sistema conocido como NGC 1333-IRAS2A. Es lo que conocemos como una “estrella binaria”; y hace tiempo que sabemos que son relativamente frecuentes en el cosmos. Estas dos estrellas están envueltas por un disco de polvo y gas que empaña nuestra visión y si supiéramos cómo despejarla, podríamos encontrar algunas respuestas a preguntas sobre de dónde venimos y a dónde vamos. Eso tenía en mente un grupo de científicos de la Universidad de Copenhague cuando comenzaron a observar esta estrella binaria.
Toda información es valiosa cuando estamos intentando responder preguntas fundamentales como si estamos solos en el universo. El cuerpo nos pide decir que no, que “probablemente” haya otras formas de vida, pero no lo sabemos. El Sol es la única estrella en torno a la que sabemos que ha aparecido la vida y la Tierra el único planeta. Es posible que sean solo sesgos, que, en el fondo, la vida sea más ruda de lo que parece, y que no necesite las estrictas condiciones que se presentan en este lugar del universo en el que nosotros hemos aparecido. No podemos saberlo, pero eso no quita que debamos restringir un poco nuestras definiciones para buscar de manera eficiente esa aguja en el pajar que es la vida en el universo. Por eso solemos enfocar la búsqueda en planetas y estrellas parecidos a los que conocemos, para ir a “lo seguro”. Sin embargo, es un apaño, una aproximación, y la clave para el éxito pasa por encontrar algún tipo de prueba de que la vida sería más o menos viable en otro tipo de sistemas solares, de modo que podamos estrechar o ampliar la búsqueda para aumentar las posibilidades de dar con esos ansiados compañeros de universo. Ahí es donde entra NGC 1333-IRAS2A.
Una cuestión de gravedad
La clave está en ese disco de polvo que envuelve a NGC 133-IRAS2A. La suerte de vivir en un universo determinista es que puedes hacer predicciones y deducir lo que ha sucedido en un pasado a partir, en ambos casos, de cómo están las cosas en el presente. Si yo siento hambre es posible que no haya comido (un estado pasado de las cosas), y por supuesto, también parece bastante plausible que coma en un futuro reciente (predicción). Por supuesto, este ejemplo es una banalidad poco precisa, pero si tratamos con eventos más “básicos”, como aquellos de los que se ocupa la física cuántica o la astrofísica, las predicciones aciertan con mucha más finura.
Así que, aunque el “actual” disco de polvo de este sistema binario sea tan solo un instante de su vida, podemos medir su velocidad, la dirección en que se mueve y otras propiedades de esta, para calcular cómo será y cómo ha sido, ampliando nuestra visión de este disco mucho más allá del presente. En estas simulaciones, los científicos han descubierto que, posiblemente, el sistema binario pasara por periodos de 10 a 100 años cada milenio en que el gas aumentaba su movimiento y las estrellas su brillo hasta hacerlo unas 100 veces más intenso que en condiciones normales. Eso parece estar relacionado con la ubicación de estas dos estrellas entre sí y respecto al disco, haciendo que, “sumen” sus fuerzas de gravedad, haciendo que, en estos casos, una mayor cantidad de gas y polvo.
Vida binaria
Al precipitarse este hacia la estrella, aumentará su temperatura y, por lo tanto, su brillo. En las predicciones, la situación podía terminar desgarrando el disco y ese punto es el que más nos interesa. Porque los planetas se forman a partir de ese disco de acreción, por lo que la relación de los sistemas binarios con mundos como el nuestro podía ser complicada. Incluso aunque el disco de acreción vuelva a formarse, podría influir en el sistema planetario final. Y, aunque no parezca muy relevante, como hemos dicho, hay una gran cantidad de estrellas binarias. De hecho, se estima que le 50% de las estrellas similares a nuestro sol se encuentran en sistemas binarios.
Con esta información podemos sacar incluso una conclusión más. Porque el aumento de temperatura afectaría a los cometas y otras masas heladas que hubiera en el sistema solar, evaporándolas. Y, aunque ya es algo triste vivir en un vecindario cósmico sin cometas, el verdadero problema es que estos podrían ser determinantes para la aparición de vida, por lo que, si eso es cierto, su falta podría ser realmente problemática. Estos suelen actuar como “cajas fuertes” capaces de proteger las moléculas orgánicas que necesitamos para la aparición de vida. Moléculas que se precipitarían sobre planetas fértiles que, en el pasado, no podrían haber albergado vida. Así pues, si el estudio está en lo cierto, tenemos un nuevo motivo para buscar vida en sistemas simples como en nuestro, y no en los evocadores binarios, como tantas veces ha sugerido la ciencia ficción.
Fuente: Agencia ID.
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