José Roberto Pérez Cruz
El doctor es coordinador de la Maestría en Ciencias y Tecnologías de Seguridad del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE); por su parte, la doctora Kelsey Alejandra Ramírez Gutiérrez es representante docente de la Maestría en Ciencias y Tecnologías de Seguridad, también en el INAOE. Crédito de la ilustración Imagen proporcionada por los autores.
La Internet ha revolucionado nuestras vidas, permitiéndonos realizar una amplia variedad de actividades, desde entretenimiento hasta transacciones bancarias; no obstante, estos servicios también han creado un fuerte vínculo de la vida cotidiana con el ciberespacio.
Diversos documentos con información personal como la Clave Única de Registro de Población (CURP), el Registro Federal de Contribuyentes (RFC), las actas de nacimiento o información financiera se gestionan en dicho entorno.
Todas las piezas de información que, voluntaria o involuntariamente, producimos y depositamos en internet generan un rastro digital.
Con tales huellas es fácil integrar un perfil con las características individuales de una persona y determinar sus actitudes, aptitudes y comportamientos. Se estima que en promedio cada persona genera 1.7 megabytes de contenido digital por segundo. Además, es importante señalar que el rastro digital es recopilado y almacenado por sitios web o aplicaciones haciendo casi imposible borrarlo; es decir, «lo que pasa en Internet se queda en Internet».
La información que le cedemos a la web paulatinamente constituye una identidad digital, esto es, la versión 2.0 de aquello que nos caracteriza y nos distingue de los demás. Por esta razón, la identidad 2.0 se vuelve atractiva para muchos delincuentes, ya que puede convertirse en el «caballo de Troya» para un ciberataque. Asimismo, en el ciberespacio seguimos perteneciendo a las mismas familias, instituciones o empresas, y no podemos suponer que somos entidades aisladas.
A menudo, el usuario representa al eslabón más débil de un sistema informático, pues es propenso a acceder a sitios maliciosos o ser engañado con técnicas psicológicas para revelar información confidencial; estas técnicas, denominadas ingeniería social, se enfocan en explotar las debilidades humanas en lugar de las vulnerabilidades técnicas.
A medida que crecemos, adquirimos costumbres que aseguran nuestra salud y nuestro bienestar. Muchos de estos hábitos ayudan a mantener una buena higiene personal, convirtiéndose en parte de nuestra rutina diaria. Del mismo modo en que la higiene personal nos permite llevar una vida saludable en el mundo físico, en el ciberespacio es fundamental adoptar sanas prácticas de higiene digital; esto implica entrenarnos para desarrollar buenos hábitos de ciberseguridad para reducir nuestra exposición a las amenazas y problemas de seguridad en línea.
México destaca como el país latinoamericano con más intentos de ciberataques, habiendo registrado 85,000 millones durante el primer semestre de 2022; con estas cifras, cada habitante tiene una probabilidad del 28% de ser víctima de un ciberdelito. Para evitar ser parte de estas estadísticas, debemos procurar adoptar buenos hábitos de higiene digital.
En primer lugar, hay que ser conscientes de la atemporalidad del ciberespacio. Incluso después de fallecer, es posible que la información que generamos siga siendo accesible, legible y compartida por otros. Por lo tanto, es fundamental abstenerse de divulgar información en exceso, en especial, si se trata de detalles que nadie requiere conocer.
En segundo lugar, es esencial tomar precauciones al visitar sitios web antes de ingresar información, sobre todo, si es personal. Se recomienda verificar que las direcciones de los sitios web inicien con el término «https://» para garantizar una comunicación confidencial.
Sin embargo, si es necesario registrarse en alguna página que no cumpla tales características, lo mejor es usar un correo electrónico y datos que no estén directamente vinculados a nuestra persona.
Proteger nuestras contraseñas es de suma importancia ya que suelen ser la primera línea de defensa; para lograrlo, es crucial no usar las mismas contraseñas en diferentes sitios, no compartirlas y actualizarlas con regularidad. Según algunos expertos, las contraseñas deben cambiarse cada tres meses. Otra favorable costumbre es evitar las claves simples que incluyan palabras comunes o datos personales, como el nombre o las fechas de nacimiento.
Existen algunas herramientas, como el Kaspersky password checker, [1] que nos permiten verificar la fortaleza de una contraseña.
Mantener los equipos y los dispositivos actualizados permite acceder a las soluciones de seguridad más recientes y reducir la vulnerabilidad del usuario. Además, es fundamental instalar sólo aplicaciones certificadas y evitar aquellas que provengan de fuentes dudosas: es común encontrar aplicaciones que ofrecen acceso a servicios restringidos sin costo, pero que infectan los equipos con software malicioso o espía, sin cumplir lo prometido.
Navegar gratis en Internet es atractivo para cualquiera. Sin embargo, los puntos de acceso gratuitos deben ser evitados, especialmente al manejar información confidencial, cuentas bancarias o credenciales de acceso, pues no hay garantía sobre la privacidad de la conexión.
De ahí que la frase «cuando el producto es gratis, el producto eres tú» cobra sentido, sugiriendo que nuestra seguridad es el verdadero precio de la navegación «gratuita».
En la actualidad, la tecnología actúa como un hilo conductor que nos mantiene unidos. Sin embargo, la dependencia tecnológica aumenta los riesgos asociados a la seguridad de la información y a la privacidad. Por lo tanto, adoptar buenos hábitos de higiene digital es crucial para cuidar que el hilo conductor no se rompa.
Nota
[1] La dirección donde pueden verificar sus contraseñas es https://password.kaspersky.com
Fuente: Agencia ID.
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