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El reto de entender las contradicciones de la tecnología y su impacto social: del empleo a la pobreza o la salud mental

Bienestar: el conjunto de las cosas necesarias para vivir bien. La definición que nos ofrece el diccionario para esta palabra apenas roza la superficie de un concepto tan amplio, abstracto y, al mismo tiempo, conocido por todos… pero con significados notoriamente distintos según quién conteste. Lo que sí sabemos es que todos queremos alcanzar ese estado de bienestar, ya sea como individuos o como sociedades. Y tanto es así que hasta la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) lleva ya siete encuentros internacionales para garantizar e impulsar este bienestar a escala global.

El último de ellos se ha producido esta misma semana en Roma, con el apoyo del Ministerio de Economía y Finanzas italiano. Una cita de esas que pueden llamarse multidisciplinares, en la que se han congregado sociólogos, politólogos, economistas y un largo etcétera de especialistas. También de tecnólogos, puesto que la digitalización -con la inteligencia artificial como punta de lanza- se atisba como un reto (y oportunidad) para alcanzar ese bienestar.

Fruto de esa visión heterogénea es la participación en esta cita de la exdirectora de cine, Beeban Kidron, conocida por la secuela de Bridget Jones. Contundente y polémica como pocos sobre los riesgos de la inteligencia artificial para el tan genérico como esencial bienestar social: «Muchos piensan que la IA puede llegar pensar por sí misma, tener sus propios intereses y acabar con la Humanidad. Otros ven en esta tecnología una oportunidad para liberarnos de todo aquello que nos ata a lo tedioso. Pero, desde cualquier perspectiva utópica o distópica, yo veo destrucción, especialmente para niños y las próximas generaciones».

Ahora baronesa y miembro de la Cámara de los Lores, Kidron también ha formado parte del Órgano Consultivo de Alto Nivel de Naciones Unidas para la Inteligencia Artificial (que copresidió la española Carme Artigas) y dedica sus esfuerzos al activismo sobre los derechos de la infancia en el entorno digital. Y, para ella, la IA no alberga más que temores y desafíos difíciles de controlar…

«Hay una amenaza existencial con esta tecnología, que amplifica los sesgos y la discriminación, que amenaza la privacidad, nos expone a contenidos dañinos y nos impide distinguir la realidad de la ficción. La IA también provocará un gran desplazamiento de profesionales y mano de obra, especialmente en los más jóvenes. Todo el potencial que tiene para hacer el bien queda oscurecido por las formas y circunstancias en que se está desplegando, primando los intereses comerciales», ha explicado durante su intervención.

Riccardo Barbieri Hermitte, director general del Tesoro italiano y en representación de la presidencia italiana del G7, puso una nota de realismo y pragmatismo a la visión más filosófica de Kidron: «Ahora mismo, hay mucha incertidumbre sobre cómo será el futuro y la implementación de esta tecnología sigue siendo muy incipiente. Ya tenemos el proceso de Hiroshima, un primer código de conducta para la IA a escala global, pero los principales retos identificados hasta ahora están en materia de fiscalidad y del impacto laboral».

Y no todo el peso recae en los reguladores, como algunas voces parecen indicar. «Los investigadores y desarrolladores muchas veces nos decimos que lo que hacemos es neutral, que no somos responsables de los resultados de nuestro trabajo. Pero ya estamos en un estado lo suficientemente maduro como para admitir que eso no es verdad, porque los sesgos comienzan con los equipos y las decisiones inconscientes que tomamos en el proceso de creación de cualquier sistema de IA», admite al respecto Barbara Caputo, profesora de la Universidad Politécnica de Turín.

Impacto, ¿positivo o negativo?

En cualquier caso, el rápido avance de la tecnología digital, y la IA en particular, está teniendo un profundo impacto en la vida de las personas a nivel individual y social. El propósito compartido es cómo darle la vuelta a la tortilla, para que estas herramientas sean un habilitador para un futuro más equitativo, próspero y sostenible para todos, de una manera segura, ética e inclusiva.

El mejor ejemplo del lado bueno de la tecnología lo encontramos en la conectividad. «Todavía hay un 30-35% del mundo que no está conectado, alrededor de 2.600 millones de personas. Nosotros somos los privilegiados porque gracias a esa conectividad podemos cuidar a nuestras familias, tener una casa y un empleo. Pero para el resto, para los desconectados, esto es una causa de pobreza y discriminación», introduce en este particular debate Guy Diedrich, vicepresidente senior y Global Innovation Officer en Cisco.

Y los números le dicen a Diedrich que llevar la conectividad a todos los puntos del planeta «no sólo es lo moralmente correcto, no sólo es defender un derecho fundamental, también es lo más inteligente desde un punto de vista económico». De acuerdo a las cifras que maneja, conectar a toda la Humanidad a internet permitiría sacar a 500 millones de personas de la situación de pobreza en que viven y, de paso, añadir 6.700 billones de dólares al PIB mundial. «No hay ninguna razón para que no estén conectados y con ellos veremos cuál es el impacto de la era digital en sus sociedades, si lo verán como una ventaja o como una potencial amenaza», añade el directivo de Cisco a este periodista.

Conectar las contradicciones del bienestar y la tecnología

La propia OCDE quiere poner números al impacto de la tecnología en este concepto líquido del bienestar para, así, poder modelar políticas más inclusivas para la era digital. En ese sentido, la organización anunció el pasado enero una colaboración con la estadounidense Cisco que ha dado vida esta semana al Digital Well-being Hub, plataforma para profundizar en temas esenciales y tan variopintos como la satisfacción vital, la salud mental, las herramientas de IA y su ética, las competencias digitales, la ciberseguridad, el compromiso cívico, la conciencia climática y las conexiones sociales.

Romina Boarini, directora del Centro de Bienestar, Inclusión, Sostenibilidad e Igualdad de Oportunidades (WISE) de la OCDE, en entrevista con DISRUPTORES – EL ESPAÑOL, «queremos entender el rango de beneficios y riesgos que encontramos en la era digital. En primer lugar, concentrando todo el conocimiento, estadísticas e informes que existen en once indicadores distintos que maneja la OCDE para medir el bienestar. En segundo lugar, rellenando los huecos que dejan esas estadísticas con la opinión de los ciudadanos, con su percepción inmediata de cómo les afecta la tecnología, la evolución que están viendo y su uso cotidiano».

Así pues, los aportes de los visitantes al hub enriquecerán el análisis y ayudarán a crear un mapa completo sobre cómo las personas experimentan la vida digital, desde sus efectos en la empleabilidad hasta las dificultades para adaptarse a las tecnologías emergentes. Según datos de la OCDE, el 58% de los usuarios de internet se preocupa por su privacidad online, mientras que el 40% de los adultos carece de competencias digitales básicas, una realidad que el hub pretende abordar con datos concretos y propuestas de mejora.

El primer estudio que surja de este centro (previsiblemente en primavera de 2025, según puede adelantar DISRUPTORES – EL ESPAÑOL) será también pionero en conectar diversas dimensiones del bienestar en una visión unificada, abordando las contradicciones que estamos viendo como inherentes al mundo digital.

Guy Diedrich, añade a un servidor que «se trata de un trabajo muy riguroso cuyas conclusiones podrán ser usadas de muchas formas: desde una aproximación académica hasta la influencia en las futuras políticas que se desarrollen en el mundo o, para compañías como la nuestra, a la hora de enmarcar mejor nuestros productos y ofrecer mayor confianza en el mercado».

Empleo: de la destrucción a sacar provecho

Regresemos al comienzo y a vueltas con las contradicciones del bienestar y la tecnología, con la baronesa Beeban Kidron mostrándose extraordinariamente crítica con el impacto de la IA en el mercado laboral, aludiendo a una destrucción de puestos de trabajo sin precedentes y con especial calado en los jóvenes, podemos anticipar que la realidad es muy distinta. Y es que, como todo en la vida, no se trata de blancos y negros, sino de escalas de grises.

Algunos datos pesimistas por delante: el Fondo Monetario Internacional estima que aproximadamente el 40% de los empleos a nivel mundial están expuestos a la IA, cifra que asciende al 60% en países desarrollados debido a la prevalencia de trabajos orientados a tareas cognitivas. Y otro estudio de Goldman Sachs prevé que la IA generativa podría automatizar el equivalente a 300 millones de puestos de trabajo a tiempo completo en Estados Unidos y Europa en la próxima década.

«La inteligencia artificial impacta al mismo tiempo en la cantidad y calidad de los empleos. Pero no debemos enfrentar este desafío desde una posición defensiva o neoludista, sino desde la perspectiva de mejorar las habilidades de los profesionales para sacar provecho de estas nuevas tecnologías», añade al respecto Mario Nava, director general para el Empleo, Asuntos Sociales e Inclusión de la Comisión Europea.

Esta oportunidad que ve Nava se constata asimismo en hechos (ahora sí, positivos): la Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que la IA generativa es más probable que complemente las tareas laborales en lugar de reemplazarlas. A su vez, un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) indica que solo el 23% de los empleos podrían ser reemplazados de manera rentable por la IA. Por su parte, el Foro Económico Mundial destaca que la IA puede crear más empleos de los que reemplaza, especialmente en sectores emergentes y tecnológicos.

Desde la Academia descartan también, en el marco de la OCDE, los presagios del desastre que protagonizó la baronesa: «No estamos confirmando los peores pronósticos del impacto laboral de la inteligencia artificial, aunque sí algunos efectos muy localizados y ligados a territorios y especializaciones concretas», sentenciaba Dario Guarascio, profesor de la Sapienza Università di Roma.

Fuente: Agencia ID.

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