El Trastorno del Espectro Autista (TEA) afecta al 1% de la población mundial, y su prevalencia ha ido aumentando entre un 6% y un 15% en lo que va de siglo según alertaba Naciones Unidas. Aunque se han detectado una gran heredabilidad en esta condición, hasta un 80 % de los casos no muestran ninguna mutación en los genes relacionados que puedan explicar por qué se manifiesta el trastorno.
En estos casos en los que no se pueden identificar una alteración genética precisa, lo que se diagnostica es un cuadro de autismo idiopático. La persona no tendrá asociado ningún rasgo específico en su apariencia externa ni síntomas neurológicos severos. El TEA, que se tiende a identificar a partir de los tres años, se manifestará únicamente por el interés restringido del paciente a ciertas actividades y la dificultad para relacionarse.
En 2018, un equipo de investigadores con participación del IRB Barcelona describió una relación entre esta forma de autismo común y las anomalías en la proteína CPEB4. Ahora el grupo ha completado la investigación descifrando el mecanismo tras este vínculo, que publican en la revista Nature. Según los doctores Xavier Salvatella y Raúl Méndez, que han liderado el estudio, se trataría de un «avance clave en el autismo».
La proteína CPEB4 coordina la expresión de cientos de genes necesarios para la actividad neuronal. Originalmente, su intención era comprobar el papel que cumplía en una enfermedad neurodegenerativa, el mal de Huntington. Sin embargo, al analizar las alteraciones de la expresión de la CPEB4 en un modelo de ratón modificado, los investigadores se sorprendieron al ver que esto afectaba a la mayoría de los genes de susceptibilidad al trastorno del espectro autista.
Ahora, los investigadores han podido describir por qué ocurre esto. La proteína forma moléculas con aspecto de gotas que permiten almacenar y liberar ciertas instrucciones que le permiten replicarse. Sin embargo, en los individuos con autismo se producen pequeñas pérdidas durante el proceso. Esto provoca que se formen acúmulos más sólidos que, en momentos clave del desarrollo neurológicos, impiden la liberación de instrucciones clave para el funcionamiento neuronal.
Los autores del trabajo postulaban que en la génesis del autismo también pueden participar factores ambientales que alteran el correcto desarrollo del cerebro, tales como infecciones durante el embarazo. Al conocer que la proteína CPEB4 regula numerosos genes durante el desarrollo embrionario, puede tratarse de un posible nexo entre estos factores que pueden interferir con el crecimiento neurológico y la expresión de genes que predisponen al autismo.
Según el equipo, el trabajo «podría explicar por qué algunas personas desarrollan autismo sin una mutación genética» y «permite vislumbrar un posible enfoque terapéutico con nuevas terapias» dirigidas a reinstaurar la función de la proteína alterada.
Aunque la malformación de las estructuras neuronales de los pacientes no podría corregirse por completo en pacientes adultos, la recuperación de la transmisión de la información transmitida por la CPEB4, acompañada de rehabilitación, abriría la puerta a la mejora de los síntomas asociados al TEA.
Fuente: Agencia ID.
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