La ingeniería genética es una de las tecnologías que más inquieta a la población. Parte de la sociedad siente desconfianza y tal vez no sepa que llevamos miles de años beneficiándonos de ellos. Los transgénicos son solo una sofisticación que nos permite saciar necesidades más complejas. En esa línea, un grupo de investigadores ha logrado desarrollar animales transgénicos capaces de combatir la contaminación por mercurio, uno de los metales pesados más tóxicos a los que estamos expuestos.
En un estudio recientemente publicado en Nature Communication, investigadores de la Universidad de Macquaire describen cómo han utilizado la ingeniería genética para crear peces y moscas capaces de degradar una de las formas más contaminantes en las que se presenta el mercurio. Si sus investigaciones continúan dando frutos, podríamos estar ante parte de la solución que estábamos buscando para controlar la bioacumulación de mercurio en los animales marinos que, finalmente, terminan en nuestros platos. Pero empecemos por el principio, porque cómo es posible que hayamos contaminado el inmenso mar con una sustancia que la mayoría de nosotros solo ha visto dentro de los termómetros.
Del bosque al marmitako
La quema industrial de carbón, así como otras actividades, emiten a la atmósfera un total de 2.000 toneladas métricas de mercurio al año que viajan miles de kilómetros. No obstante, la atmósfera no es el final de su recorrido, pues termina precipitándose sobre la tierra y el mar a través de diferentes mecanismos. Por un lado, la deposición seca, donde las partículas acaban cayendo “por peso”, por otro lado, la propia lluvia, que arrastra a estas partículas y las va reuniendo en escorrentías que se unen en regatos, ríos y finalmente en el mar. Es más, el mercurio puede presentarse como una sustancia llamada “metilmercurio” que es especialmente tóxica. Y, de hecho, durante su viaje algunos microorganismos se encargan de reaccionar con el mercurio para dar lugar a este metilmercurio, aumentando su toxicidad.
Pero el mar es absolutamente descomunal y parece mentira que podamos contaminarlo de manera significativa, por muchos litros de contaminantes que vertamos. Sin embargo, las temperatura y la salinidad no es igual en todo el océano y entre esas diferencias y las corrientes, nuestros vertidos se acaban concentrando en zonas más pequeñas. Por si fuera poco, los animales que habitan estos espacios ingieren los contaminantes del medio y sus predadores de ellos. El pez grande se come al chico y el muy grande al grande, magnificando poco a poco la cantidad de sustancias que hay en su cuerpo. Superpredadores del mar como son los atunes, o los peces espada, que finalmente, nosotros ingerimos.
Cajas de herramientas microscópicas
La pregunta clave era “cómo deshacernos del dichoso metilmercurio” y el camino “fácil” siempre ha sido buscar soluciones en la naturaleza. Se trata de una sustancia que está presente y entre la inconmensurable cantidad de formas de vida que existen en el planeta, es probable que algunas hayan aprendido a sacarle partido. En ese sentido, las bacterias y arqueobacterias son las cajas de herramientas de los biotecnólogos. Durante miles de millones de años han desarrollado todo tipo de mecanismos ingeniosos que les permiten aprovechar las más variadas sustancias en su beneficio. Así pues, los investigadores dieron con una bacteria capaz de convertir el metilmercurio en mercurio elemental, mucho menos dañino y que, de hecho, en lugar de acumularse se libera al medio en forma de gas.
«Cuando probamos los animales modificados, encontramos que no solo tenían menos de la mitad de la cantidad de mercurio en sus cuerpos, sino que la mayor parte del mercurio estaba en una forma mucho menos biodisponible que el metilmercurio», afirma la Dra. Kate Tepper una de las autoras del artículo científico.
Y como esta habilidad no sale de la nada, los investigadores solo tuvieron que buscar en qué parte del ADN bacteriano se encontraba la “información” necesaria para que la célula produjera las moléculas que descomponían el metilmercurio. Como si fuera un apartado en un manual de instrucciones, los expertos pudieron extraer ese fragmento e introducirlo en el manual de instrucciones de otros organismos más complejos. En este caso: peces cebra y moscas de la fruta, dos de los animales más utilizados en laboratorios. Y, aunque suene a ciencia ficción, estamos hablando de resultados reales obtenidos en el presente. Todo un éxito que promete seguir dando frutos en el futuro, a medida que las tecnologías genéticas mejores y abaraten sus costes.
Fuente: Agencia ID.
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