Egresado de la carrera de ingeniería mecatrónica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Aldo Enrique Vargas Moreno es hoy en día estudiante de doctorado en la sección de ingeniería aeroespacial, en la División de Ciencias Aeroespaciales, en la Universidad de Glasgow, en el Reino Unido.
En aquella institución, el joven becario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) se especializa en el diseño y control de drones, para los cuales desarrolla algoritmos de GNC (guidance, navigation, and control). «Básicamente me dedico a decirle al dron a dónde irá, cómo irá y cómo moverse».
No obstante, para el joven mexicano dicho trabajo es solo un peldaño más en el camino a su gran sueño, a su meta más importante que es convertirse en astronauta. De cara a ese gran objetivo, el camino no ha sido fácil, pues para llegar al punto donde se encuentra actualmente, ha tenido que sortear diferentes dificultades.
Su formación académica
«Desde la preparatoria ingresé a la UNAM, estudié en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Plantel Sur, posteriormente entré a la Facultad de Ingeniería donde estudié la carrera de ingeniería mecatrónica. Recuerdo que desde pequeño mi gran sueño fue ser astronauta, pero cuando era niño leí que para ser astronauta una clave era tener un doctorado», dijo.
Relató que desde que leyó eso, se metió en la cabeza que en algún momento tenía que estudiar un doctorado. A decir de Vargas Moreno, fue precisamente ese deseo de ser astronauta y su pasión por los vehículos aéreos, así como por los robots, lo que le motivó a estudiar la carrera de ingeniería mecatrónica y más adelante a realizar el doctorado que actualmente cursa.
Su incursión en el mundo de la investigación e innovación tecnológica
«Siempre me han gustado los vehículos que vuelan y mi tesis de licenciatura fue en torno a ello. Trabajé la estabilización de un helicóptero a escala a través de la utilización de sistemas neurodifusos. Técnicamente le enseñé a volar, el vehículo sencillamente replicaba la manera en cómo yo volaba. Si yo volaba feo, el helicóptero volaba feo y lo contrario», dijo entre risas el joven.
En un ejercicio de memoria, recordó que durante su etapa de estudiante de licenciatura, los drones se convirtieron en una tendencia importante, ante lo cual él desarrolló una afición personal que lo llevó a convertirlos en su objeto de estudio. «Siempre han sido parte de mí los vehículos que vuelan y la robótica, por eso estudié mecatrónica; combinar las dos áreas, la robótica con los vehículos que vuelan es lo que realmente hago en mi doctorado».
Cultura del trabajo y del esfuerzo
A decir de Aldo Vargas, siempre fue un niño curioso y con una gran afición por los vehículos voladores, tal fue el gusto que desarrolló por ellos que incluso aprendió a esforzarse y trabajar para poder comprarse uno. Al respecto, recordó que ahorró los domingos que le daban sus papás para emprender un pequeño negocio con la finalidad de conseguir dinero.
«Mi hermano y yo utilizamos el dinero ahorrado de nuestros domingos para comprar máquinas expendedoras de chicles, las cuales pusimos en escuelas cercanas y desde ahí empezamos a ganar pesos. Eran 100 pesos a la semana, pero para un niño, 100 pesos a la semana era muchísimo», dijo.
Añadió que todo ese esfuerzo, ahorrar sus domingos, emprender un negocio junto a su hermano y ahorrar el dinero que obtenían, le permitió comprarse su primer helicóptero a escala. «Era uno bastante grande, con hélices de casi un metro de diámetro y con motor a gasolina», señaló con alegría y añoranza en su timbre de voz.
Una vez que ingresó a la preparatoria, dijo, cambió el giro de su negocio y se enfocó en la venta de soporte técnico para usuarios de Pocket PC y Palm (antecesores de los smartphones). «Eso me duró muchísimo, incluso cuando entré a la facultad aún prestaba servicios de soporte técnico».
Ya más adentrado en la carrera, relató que se acercó al Programa de Tecnología en Cómputo (Proteco) en el que inició como estudiante y, una vez que lo acreditó, tuvo la oportunidad de impartir cursos. «Se trata de un curso donde inician 30 o 40 personas y al final se selecciona solo a cinco, quienes al concluir el programa tienen la oportunidad de impartir cursos a cambio de un pago económico».
Al referir los retos más grandes durante su etapa de estudiante y previo al inicio de sus trabajos doctorales, explicó que se trató de los cursos de Proteco, los cuales fueron muy demandantes. Incluso, recordó que al buscar convertirse en becario del programa destinó menos tiempo a su familia.
Mencionó que aun cuando el doctorado le ha resultado una experiencia placentera y muy enriquecedora, también ha sido el reto más grande en su vida hasta el momento.
«El doctorado es como un par de carreras más, es totalmente diferente a lo que estudiaste previamente y te tienes que preparar todo el tiempo, investigar constantemente cosas nuevas. Sumado a ello, el tema cultural, el idioma, son sin duda retos a vencer».
La anécdota
Al respecto, precisó que en materia del idioma, el acento de Glasgow es muy complejo de entender. «La primera vez que estuve frente a mi supervisor, a pesar de que yo dominaba el inglés, no le entendí nada por el acento, solo asentía a todo lo que él decía sin entender más allá de algunas palabras», concluyó entre risas el joven doctorando.
Fuente: CONACYT.
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