Inspirada por su madre, bióloga de formación, y su padre, físico, Lorena Parra Rodríguez entendió a temprana edad que si elegía una carrera que le permitiera desenvolverse en el ámbito académico, a la larga tendría un trabajo en el cual jamás se aburriría y se divertiría resolviendo problemas.
Fue así como desde pequeña surgió en ella la idea y convicción de convertirse en científica y aun cuando fue hasta terminada la preparatoria que se inclinó por la física, desde niña supo que deseaba hacer investigación. “No sabía en qué, pero tenía claro que quería dedicarme al quehacer científico”.
Actualmente trabaja en el Instituto Nacional de Geriatría (Inger), ahí se desempeña como investigadora en ciencias médicas nivel A donde, a pesar de ser una investigadora joven, ya tuvo oportunidad de liderar un proyecto de gran envergadura, fondeado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
Pero el camino hasta ese momento no fue fácil para la joven de 32 años de edad, pues antes tuvo que formarse, superar adversidades propias de una carrera universitaria, adaptarse al ritmo de trabajo de una maestría, e incluso esforzarse al máximo para cursar un doctorado en dos instituciones de manera paralela.
La ruta hacia la investigación
La doctora Lorena Parra cursó la licenciatura en física en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), posteriormente, apoyada por una beca del Conacyt, realizó una maestría en física en el Instituto de Ciencias Nucleares, también de la máxima casa de estudios, donde continuó su formación a través de un doctorado también en física.
Mientras cursaba el doctorado en el Instituto de Ciencias Nucleares —justo a la mitad del camino—, se le presentó la oportunidad de realizar una estancia en el extranjero, decidió tomarla y fue así como se trasladó a Groningen, Holanda, para sumarse al equipo de trabajo del profesor Eric A. Bergshoeff, con quien de manera inicial trabajaría por espacio de cinco meses en un proyecto sobre extensiones de la gravedad.
No obstante, una vez que estuvo allá, y tras concluir su estancia, el doctor le ofreció sumarse a su equipo de trabajo a través de un doctorado y gracias a un convenio entre la UNAM y la Universidad de Groningen pudo obtener el grado de doctora en ambas universidades.
De la teoría de campos a los proyectos en física médica
Cuando la joven Lorena Parra decidió realizar un posgrado, tenía claros los dos caminos a seguir, la física pura/teórica o la física médica, y tras meditar la decisión se inclinó por el área teórica, fue así como su proyecto de maestría, que significó su primer acercamiento formal con la investigación —en la licenciatura se tituló por excelencia académica— giró en torno a transiciones de fase en dos cúmulos nucleares esféricos, asesorada por el doctor Peter Hess.
“Mi primer proyecto fue muy abstracto, netamente teórico y aunque fue en torno a un tema que me gustaba, no logró apasionarme. De hecho, fue en la recta final de la maestría que tuve mi primer contacto con temas que realmente me entusiasmaron. Hasta ese momento siempre pensé que me dedicaría a la física nuclear pero me cambié por completo de área hacia la teoría de campos; hasta ese momento encontré algo que verdaderamente me apasionó”.
Fue así como inició su proyecto doctoral, asesorada por el doctor David Vergara en la UNAM, y más adelante por el profesor Eric Bergshoeff en Holanda, en torno a extensiones y límites de la gravedad.
“En este campo se buscan modificaciones a la teoría de la relatividad general de Einstein, la cual pierde precisión cuando los efectos de la gravedad son muy fuertes o muy débiles. Yo en particular trabajé con un equipo que construye modelos modificados de la gravedad suponiendo que los gravitones tienen masa. Hasta el momento, los gravitones no se han podido observar, así que buscamos una teoría matemáticamente consistente que reproduzca la relatividad general en los límites adecuados y que nos brinde una descripción de los fenómenos que aún no podemos explicar. Al final, estos modelos tendrán que ser validados o descartados cuando alguien logre observar esas partículas”.
Una vez que concluyó su doctorado y decidió regresar a México, la doctora Lorena Parra lo hizo pensando que buscaría una oportunidad para un posdoctorado en Chile, donde ya había identificado un grupo de investigación que estaba trabajando temas afines al que ella desarrolló.
No obstante, mientras estaba en México y aguardaba una respuesta de aceptación al posdoctorado, se encontró con una convocatoria del Conacyt para concursar por una plaza de investigación en el Inger y decidió participar.
“No buscaban un físico, pero sí alguien que dominara técnicas de estadística, cuya formación estuviera enfocada en la solución de problemas y los problemas son lo que más me apasiona de mi carrera, así que decidí participar, lo hice, me entrevisté con la doctora María del Carmen García Peña, directora del Departamento de Investigación, y al finalizar el proceso, en el cual compitieron muchos candidatos por tratarse de una convocatoria abierta, fui aceptada”.
La aplicación directa de su trabajo, su nueva pasión
Tras un ejercicio de reflexión del porqué decidió dejar de lado la línea de investigación en la cual trabajó durante tres años en Holanda, la doctora dijo que en primera instancia se debió a que la convocatoria del Conacyt cumplía la principal meta que se fijó como estudiante, obtener una plaza de investigadora en una institución de prestigio.
Pero en una segunda instancia, a que una vez que probó lo gratificante que resulta realizar investigación y que sus resultados se traduzcan en una aplicación directa, en beneficio para la sociedad, entendió que eso es más apasionante aún. Ejemplo de ello es el proyecto que encabezó y que llevó a cabo con fondos de la convocatoria en salud del Conacyt, a través del cual desarrolló una aplicación para pronosticar y prevenir caídas en adultos mayores, aún en fase de prototipo.
“El siguiente paso en mi carrera es explorar aún más la línea de gerontotecnología —aplicación de la tecnología al estudio del envejecimiento humano— porque se trata de trabajo tangible, de investigaciones que tienen los pies en la tierra y que en realidad tendrán impacto en la salud de las personas. Quiero en un futuro poder decir: ‘Alguien realmente salió beneficiado del trabajo que yo hice’”.
Fuente: CONACYT.
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