Viajes en kayak, observación de la naturaleza, recorridos en senderos, visitas a cenotes son algunos servicios que se ofrecen al turista en la península de Yucatán, uno de los destinos más populares en México para la industria creciente del ecoturismo.
The International Ecotourism Society define el ecoturismo como la actividad de viajar en forma responsable a las áreas naturales, conservar el ambiente y mejorar el bienestar de la comunidad local. Agrega, también, que el ecoturismo está a favor de la conservación que conecta a las comunidades y el recorrido sostenible.
En México, el ecoturismo ha experimentado una tasa de crecimiento anual de 25 por ciento en las últimas dos décadas, de acuerdo con la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio).
La Secretaría de Turismo (Sectur) y la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) son las instituciones gubernamentales que promueven la actividad ecoturística como una forma de desarrollo para pueblos rurales, principalmente aquellos que poseen riqueza cultural, vestigios arqueológicos, playas, fauna, flora y paisajes, como una alternativa para fomentar su crecimiento económico.
Desde la realización de su tesis de doctorado, en 2003, Manuel Pinkus Rendón, adscrito actualmente al Centro de Investigaciones Regionales “Dr. Hideyo Noguchi” de la Universidad Autónoma de Yucatán (Uady), tuvo la inquietud sobre los aspectos socioambientales vinculados con las reservas y áreas naturales protegidas, observando particularmente la falta de inserción del elemento social.
“La principal preocupación, más que la crítica a la política pública, era aportar los conocimientos para que los tomadores de decisiones tuviesen estos elementos para poder generar políticas públicas en materia ambiental más incluyentes”, describió en entrevista para la Agencia Informativa Conacyt.
Formado en sociología y antropología, para el investigador era importante evaluar el impacto social de los decretos de áreas naturales protegidas, tanto a nivel municipal como estatal y federal. “Ahí empecé a observar cómo esta situación de conservacionismo que se da sobre las áreas naturales protegidas dejaba a un lado el aspecto social”, expresó.
Sustentabilidad y ecoturismo
El concepto de desarrollo sustentable aparece por primera vez en el Informe Brundtland (Our Common Future: Brundtland Report), elaborado en 1987 para la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Desde entonces, se incorporó en los discursos de diversos países del mundo —incluido México— y su vigencia se ha mantenido en las últimas tres décadas.
“No obstante, supimos que este concepto no se refería propiamente a la integración de tres elementos: desarrollo social, económico y preservación del medio ambiente. Qué es lo que dice el Informe Brundtland, nuestro futuro común: el aprovechamiento de los recursos naturales para las generaciones actuales, sin menoscabo de agotarlos para las generaciones futuras”, expresó el investigador.
El término ecoturismo empezó a sonar desde la década de los setenta como una actividad en la que se llevaban a cabo recorridos en paisajes naturales y se entraba en contacto con la naturaleza, a diferencia de las actividades del turismo de masas, también llamado “turismo de sol y playa”.
Entre los estudios realizados por investigadores como Gustavo Marín Guardado («Turismo: espacios y culturas en transformación», publicado en la revista Desacatos en 2015) y Ángeles López Santillán («Turismo y desarrollo sustentable en áreas protegidas o sobre los ‘nuevos’ contrasentidos para la producción y el marasmo en el ámbito rural», publicado en la revista Desacatos en 2015), se ha planteado que el ecoturismo no se considera como una alternativa de subsistencia para las poblaciones que habitan en las áreas naturales protegidas, y tampoco para las que habitan fuera de estas.
“Particularmente en áreas naturales protegidas, hoy por hoy, no ofrece una alternativa de subsistencia, más que nada por la forma en que el mismo estado pide que se organice”, señaló Pinkus Rendón.
Reservas de la biosfera
Las reservas de biosfera son zonas compuestas por ecosistemas terrestres, marinos y costeros, reconocidas por el Programa sobre el Hombre y la Biosfera de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). En México, existen siete categorías de áreas naturales protegidas federales y las reservas de la biosfera se encuentran en la categoría más alta.
“Estas son las de más grande importancia, no solo por la biodiversidad que encierran en sí en cuanto a recursos naturales, sino porque el elemento humano está presente, por eso se llama reserva de la biosfera”, indicó Pinkus Rendón.
La Comisión Nacional Forestal (Conafor) describe que el programa de Pago por Servicios Ambientales fue creado como un incentivo económico para los dueños de los terrenos en donde se generan estos servicios, con la finalidad de fomentar la conservación de los ecosistemas forestales y compensar tanto el costo de oportunidad, derivado de realizar actividades que dañan los ecosistemas, como los gastos en los que incurren al hacer prácticas de buen manejo forestal.
“¿Que tengo que hacer? Preservar esta zona sin hacer nada, preservar que se desarrolle sin que haya ninguna actividad. Luego el estado les decía ‘ahora te voy a pagar por captura de carbono’, y luego llegaba Conafor y les decía: ‘te voy a pagar por reforestación’”, expresó Pinkus Rendón.
Aunado a aquello, la reforestación que se aplicó fue invasiva, a diferencia de la reforestación enfocada en la recuperación de la vegetación endémica que se ha degradado por las actividades humanas. “Lamentablemente estos programas de reforestación llegaban no para recuperación, sino para el monocultivo de maderables. Estaba en contradicción totalmente”, apuntó.
Abandono del agro mexicano y despegue del ecoturismo
En el estudio, se plantea que el ecoturismo se desarrolla con mayor fuerza a raíz de la modificación del artículo constitucional 27, en 1992. “El estado abandona el agro mexicano. Hace la liquidación y pensión de los ejidatarios, les entrega a título de propiedad sus tierras y parcelas, y desaparece”, expresó Pinkus Rendón.
A raíz de este abandono, las políticas públicas empiezan a incorporar el ecoturismo como parte de una serie de programas y actividades de tipo asistencialista en las que se retomaba la visión de la conservación del medio ambiente, pues desde entonces el país se había incorporado a las cumbres mundiales del medio ambiente más importantes (Estocolmo, 1972; Kioto, 1997; etcétera).
La Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) fueron las encargadas de promover en el seno de las áreas protegidas la actividad ecoturística, contemplada como aquella que iba a generar recursos económicos adicionales a la población. “Pero realmente no resolvió el problema porque los programas se aplicaban de manera vertical, sin tomar en consideración a las poblaciones”, señaló el investigador.
El conflicto: impacto ambiental
y bajos ingresos económicos
Una de las problemáticas principales de la iniciativa fue que los pobladores de las áreas naturales protegidas no tenían la vocación de prestadores de servicios, pues se dedicaban mayoritariamente a la agricultura y la pesca como actividades primarias. Sin embargo, los estímulos económicos, la dotación de infraestructura y la oferta de empleos por parte de los programas gubernamentales los entusiasma y comienzan a fomentarse los proyectos ecoturísticos en las comunidades rurales.
“Desde el inicio, la desventaja que nosotros hemos visto a estos proyectos ecoturísticos es que no ha sido que, a través de una concientización y educación ambiental, la población gestione este tipo de actividades y proyectos, sino que es el estado el que llega a ofrecérselos. Una vez que estos proyectos están en marcha, no hay un proceso constante de educación ambiental y de capacitación”, apuntó.
Otro aspecto negativo es la falta de estudios de impacto socioambiental, ya que en la actualidad no se cuenta con las herramientas necesarias para determinar la capacidad de carga que los proyectos ecoturísticos representan en el seno de las áreas naturales protegidas para saber cuántos usuarios puede soportar el nicho ecológico sin tener repercusiones negativas, por ejemplo, con actividades como el senderismo (caminar por un sendero), montar caballo o usar vehículos motorizados y cuatrimotos, que generan que la tierra se compacte.
Así como el ecoturismo está planteado como una actividad de bajo impacto ambiental, también se asimila que es de bajo impacto económico, ya que no cuentan con una gran infraestructura para recibir a un número elevado de visitantes y, por ende, tampoco puede haber tantas personas involucradas como beneficiarios.
En un estudio realizado en Tabasco, se identificó un proyecto que contaba con más de 900 ejidatarios como beneficiarios para la atención de ocho cabañas. Conforme pasó el tiempo, los ejidatarios —que de por sí eran demasiados— fueron abandonando el proyecto hasta abandonarlo por completo, como ha ocurrido en diversos sitios del país, como fue el caso de la Reserva de la Biosfera Ría Celestún.
De acuerdo con las experiencias observadas, Pinkus Rendón considera que son muy limitados los casos exitosos de proyectos ecoturísticos. Además, en estos se suele ofrecer un alojamiento convencional, sin el uso de materiales propios de la región o ecotecnias.
“Lamentablemente el ecoturismo hoy por hoy no ha ofrecido una alternativa y la gente piensa que de esa actividad van a vivir, entonces hacen a un lado sus actividades primarias para abocarse al ecoturismo. Cuando ven que no funciona, regresan a sus actividades primarias y se abandonan los proyectos”, apuntó.
Fuente: CONACYT.
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