Oriundo de Orizaba, Veracruz, y apasionado por las ciencias sociales, Alejandro Martínez Canales se define como una persona que se dedica a investigar en zonas rurales desde hace más de 12 años. Pero no es solo lo rural, sino también lo indígena y la educación intercultural lo que llaman su atención.
El investigador cuenta con una maestría en comunicación educativa y comunitaria por la Universidad de La Habana, así como un doctorado en antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Para obtener su grado doctoral, Alejandro Martínez presentó la tesis Tlen yawi ne wehka: cultura, trabajo y conciencia de los migrantes nahuas de la sierra de Zongolica, Veracruz, publicación que le valió la mención honorífica por la máxima casa de estudios.
Actualmente forma parte del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) nivel I, y colabora como académico e investigador en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), unidad Noreste.
Aunque sus artículos académicos hablan por sí solos sobre su trayectoria, las experiencias y las anécdotas que su trabajo de campo le han dejado son invaluables.
El trato con las comunidades
Como sus textos lo indican, Alejandro Martínez dedica gran parte de su tiempo a la labor de campo en las comunidades rurales e indígenas que sus proyectos así lo requieran, viéndose en la necesidad de pasar tiempo establecido en dicho lugar. Esto le ha permitido crear lazos cercanos con los habitantes, de quienes, a pesar de no ser originario de la comunidad, solo ha tenido momentos positivos.
“Yo me puedo considerar afortunado porque pudiera contar experiencias casi siempre positivas, en donde, a pesar de que hay una duda o pregunta inicial de las personas, porque físicamente, fenotípicamente no parezco de las comunidades. Pero lo que realmente termina marcando tu estancia, al final, es el trato, la capacidad que tienes para sentir y mostrar empatía con las personas con las que vas a trabajar”.
Pero el trabajo de campo no ha sido únicamente en las zonas rurales, puesto que en 2017 publicó el artículo “’Dependiendo de cómo sea la pregunta’. Notas sobre ‘profes indígenas’ y educación intercultural”, en la Revista Interamericana de Educación de Adultos, en el que cuenta lo visto con los “profes” a quienes acompañó.
Entender los riesgos, parte fundamental
Aunque las experiencias con tragos amargos han sido pocas, Alejandro Martínez asegura que en ocasiones, a pesar del respeto que pueda mostrarse con las comunidades, el riesgo de que los demás confundan las intenciones de los investigadores está presente.
“Esto varía de comunidad en comunidad. Si visitas 50 comunidades, es obvio que en algunas no vas a ser bien recibido, lo cual no implica necesariamente experiencias violentas o inseguras, simplemente herméticas. Hay gente que no te quiere platicar, o que no te da la información o la confianza que tu proyecto necesita”.
Entre las experiencias que el doctor en antropología recuerda, está una que sucedió en sus inicios como investigador, al momento de realizar estudios en Chiapas. Fue en 1995, cuando se vivía el apogeo del movimiento zapatista. La investigación se realizaba en los Altos de Chiapas.
“En una comunidad de Chamula tuvimos una situación con cierto nivel de inseguridad, porque la gente, debido al momento, debido al acoso, nos acusaba de llegar a la comunidad a robarnos algo, aunque no pudieron identificarlo. Hubo momentos de tensión y, encima, queríamos quedarnos en la comunidad. Creo que ha sido el momento más intenso que he vivido”.
Fuente: CONACYT.
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