Desde que se detectaron los primeros casos de esta enfermedad en diciembre de 2019 en la ciudad china de Wuhan y mucho antes de que la mayoría de países empezaran a tomar medidas de confinamiento, la comunidad científica se afanó en escudriñar el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, y enseguida un equipo de investigadores chinos logró la secuenciación de su genoma completo.
La obtención de su “libro de instrucciones” y que este se compartiera en abierto para toda la comunidad científica permitió investigar sobre su origen, sus antepasados (es muy parecido a otros virus aislados en murciélagos), su evolución o su relación y similar a los otros dos coronavirus que han causado en el pasado infecciones importantes en humanos: el MERS y el SARS-CoV-1.
La llave del virus
Conocerlo -aún quedan mecanismos por desvelar- fue fundamental para afinar en el desarrollo de las vacunas, y una de las cuestiones claves fue la de averiguar qué “llave” utiliza el coronavirus para entrar en la célula humana e infectarla: es la misma que usaba el anterior SARS, una proteína denominada S (Spike) o proteína de la espícula que se une a otra llamada ACE2 (la “cerradura”) y que está en nuestras células.
Precisamente, las vacunas de Pfizer/BionTech, Moderna y la de Astrazeneca y la Universidad de Oxford, aunque con tecnologías distintas, producen la proteína Spike del SARS-CoV-2 para que el organismo la detecte y genere defensas contra el virus.
Pero antes de conseguir vacunas eficaces por encima del 90 % (otro récord) y comenzar la vacunación en Estados Unidos, México, Gran Bretaña o España, la ciencia fue revelando cuestiones importantes sobre los síntomas -como la pérdida del olfato y del gusto- o sobre aquellas patologías que pueden aumentar el riesgo, como las enfermedades cardiovasculares y pulmonares o el cáncer.
También sobre la dinámica de transmisión del virus: a menos de dos metros, por contacto, cuando se tose, estornuda o habla alto.
Sigue sin conocerse qué cantidad de virus es necesaria para una infección, pero sí que es siempre peor en sitios cerrados, con mucha gente, con personas en contacto cercano y durante largo tiempo.
Se sabe que hay personas y eventos “supercontagiadores” y también que las mascarillas, la higiene frecuente de manos y la distancia social son parte imprescindible del manual de la protección.
A vueltas con los aerosoles
Pero también en el tema de la transmisión ha habido polémica, en concreto con los aerosoles, las gotas más pequeñas (de menos de 5 micras) del virus. Aunque no está clara la duración y distancia de estas gotículas, que por su tamaño podrían permanecer en suspensión más tiempo, hay estudios que hablan, por ejemplo, de virus “viable” en el aire de una habitación de hospital a casi cinco metros del paciente, muy por encima de las recomendaciones actuales.
El debate sobre el papel de los aerosoles y su peso en la infección ha durado prácticamente hasta final de año.
No fue hasta julio -con dudas y especificidades que aún recoge- cuando la Organización Mundial de la Salud comenzó a incorporar el riesgo sobre estas gotículas, coincidiendo, además, con una carta de 200 científicos advirtiendo de la transmisión aérea COVID.
En España, el Ministerio de Sanidad se hizo eco de las evidencias científicas el mes pasado y estableció que el riesgo -por aerosoles- aumenta en entornos cerrados y concurridos, especialmente mal ventilados, y con actividades como el deporte, hablar alto o cantar.
Así, según Sanidad, la transmisión por aerosoles debe considerarse una vía de contagio adicional a las ya reconocidas, un reconocimiento que, según científicos consultados por Efe, llegó tarde aquí, en la OMS o en Estados Unidos, y con el que se envió a la población un mensaje incompleto sobre las pautas de protección.
La inmunidad, una de las incógnitas
Una de las incógnitas en las que aún indaga la ciencia es por qué muchas personas infectadas no presentan síntomas (hay estudios que las cifran en un 20%). Se ha sugerido que por desarrollar una respuesta inmune rápida, por presentar una inmunidad previa por una reacción cruzada con otros coronavirus, por factores genéticos o porque la carga viral sea muy baja en el momento de la infección.
En los niños se ha mencionado, entre otros, que pueden tener un sistema inmune inmaduro que no desarrolle esa tormenta de citoquinas (moléculas inflamatorias) que hace que el sistema inmunológico se descontrole, pero en este caso, como en el resto, faltan evidencias.
Tampoco está clara la reinfección (en el mundo no llegan a 30 casos) ni cuánto dura la inmunidad; hay estudios que dicen que los anticuerpos neutralizantes duran tres meses, otros cinco o seis, pero lo cierto es que la COVID-19 es una enfermedad nueva y aún no ha pasado el tiempo suficiente para hacer seguimiento a los pacientes.
Además, la gran heterogeneidad de la respuesta inmunitaria es otro de los factores que complican su conocimiento. Lo más complejo está siendo entender el vínculo entre respuesta inmunológica humoral de inmunoglobulinas -anticuerpos- y la respuesta celular de los linfocitos T -leucocitos esenciales para eliminar infecciones-.
Y también queda por responder cuánto estarán inmunizadas aquellas personas vacunadas; aquí ocurre lo mismo, no ha pasado el suficiente tiempo, desde que se inoculó a los voluntarios de los ensayos clínicos hasta ahora, para conocer estos detalles. El tiempo dirá.
El paso de los meses ayudará asimismo a establecer las secuelas, por ejemplo, de una covid grave y a aclarar la utilidad de algunos tratamientos. Medicamentos como la hidroxicloroquina o el remdesivir han sido sometidos a ensayos clínicos y han pasado en este año de servir como tratamiento a no ser útiles, o a serlo con limitaciones.
Una variante de última hora
Para las vacunas es positivo que el coronavirus no mute muy rápido; parece que no lo hace, aunque sí muta, lo que es normal.
Hay miles de mutaciones y por ahora se cree que no afectan a las vacunas. Entre las mutaciones que han llamado la atención está la D614G en la proteína S, que en un primer momento se pensó que con ella el virus infectaba más que el original, y las que se acaban de conocer en una variante del coronavirus identificada en Reino Unido.
Se trata de 17 mutaciones, 8 de las cuales se encuentran en la proteína S; con esta variante (VUI-202012/01) la preocupación es mayor -se han llegado a cancelar vuelos y bloquear fronteras-, pero a día de hoy los científicos insisten en que si bien parece que se propaga con más facilidad no hay evidencias de que sea más mortal.
Sostienen además que no afectaría a la efectividad de las vacunas y que en todo caso las tecnologías empleadas permiten su fácil rediseño para adaptarlas a las nuevas variantes. Aún así, las certezas sobre la VUI-202012/01 son pocas y la investigación sigue.
Después de las buenas noticias en torno a las vacunas -conseguidas en tiempo récord gracias al conocimiento previo sobre otros coronavirus y los recursos humanos y económicos concentrados a un mismo fin- el año termina con sobresaltos respecto a este virus.
Hay un aumento de casos y muertes en muchos países y esas nuevas variantes que preocupan -otra en Sudáfrica-, además de las fiestas de por medio. La ciencia seguirá trabajando y colándose en las conversaciones de los ciudadanos, a los que toca ser prudentes.
Fuente: Agencia ID.
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