Cuando el neurocirujano José Hinojosa por fin extrajo la aguja del cerebro de Sara, de cuatro años, la veintena de personas que había en el quirófano del hospital pediátrico de Sant Joan de Déu empezaron a aplaudir. Era el final feliz de una pesadilla que había empezado 44 horas antes en la consulta de un dentista del distrito del Eixample, en Barcelona, en una intervención banal para curar una caries.
“No es habitual aplaudir en el quirófano. Fue la manera de liberar la tensión acumulada en una operación compleja en la que hicimos algo que nunca habíamos hecho antes y de la que dependía el futuro de Sara”, recuerda Hinojosa.
La caries estaba situada en la mandíbula derecha, en la parte inferior de la boca. Era profunda y se aplicó anestesia para tratar a Sara sin dolor. Montse, su madre, se puso detrás de ella y le aguantó la cabeza para que no se moviera durante el pinchazo.
La aguja de la anestesia para tratar una caries se le quedó clavada y migró hasta el sistema nervioso
“Cuando la dentista retiró la jeringuilla, no tenía aguja”, recuerda Montse. “Le pregunté: ¿dónde está la aguja?”. Se había quedado clavada. Acudieron otros dos dentistas para intentar sacarla pero, cuanto más la tocaban, más se hundía. “Al cabo de un rato nos dijeron que nos enviaban a Sant Joan de Déu. Llamaron a una ambulancia, que puso la sirena, y nos llevaron directamente a urgencias”.
Por una afortunada coincidencia, uno de los dentistas había sido compañero de facultad de Josep Rubio, jefe del servicio de cirugía maxilofacial de Sant Joan de Déu. Al ver que no podía extraer la aguja, le llamó para pedirle consejo y le envió radiografías de la boca de Sara por whatsapp . Fue Rubio, que aquel miércoles por la tarde estaba en un congreso en Tenerife, quien le indicó que llevaran a Sara a Sant Joan de Déu y quien llamó al hospital para que la atendieran de inmediato.
La aguja se coló por uno de los orificios por los que pasan nervios y arterias en la base del cráneo
“Cuando llegamos, todo parecía controlado. Sara aún tenía la cara anestesiada. No tenía dolor ni estaba asustada. Se la llevaron y nos dijeron: ‘ahora le quitamos la aguja’”, relata Montse. “Nos quedamos esperando y, cuando volvieron, nos dijeron: ‘no hemos podido; tenemos que hacer un TAC para ver dónde está”.
Tras hacerle la prueba, se decidió que Sara se quedara ingresada acompañada de sus padres. Habría que operarla. “El jueves por la mañana nos dijeron que aquel día no podía ser y que había que esperar al viernes para tener un quirófano equipado con TAC”, recuerda Josep Maria, el padre de Sara. El doctor Rubio, que tenía previsto quedarse en el congreso de Tenerife hasta el viernes, adelantó el regreso para realizar la operación.
“El viernes a las ocho de la mañana vinieron a buscar a Sara a la habitación para llevarla al quirófano”, explica Montse. “A las diez nos llamaron y pensé: ‘ya está, todo habrá ido bien’. Nos estaban esperando los jefes de cirugía maxilofacial, de neurocirugía y de anestesia. Nos dijeron: ‘la aguja se ha movido, ha llegado al cerebro’. Nos dijeron que había que hacer una intervención diferente de la que habían planificado, que nunca habían visto un caso así, que no sabían cuánto tiempo necesitarían, podían ser ocho o nueve horas, y nos avisaron de que había riesgo de lesionar alguna arteria o algún nervio en la operación. A mí se me cayó el mundo encima”.
Lo que había ocurrido hasta entonces en el quirófano es que Rubio había decidido hacer un TAC antes de empezar la intervención para asegurarse de que la aguja seguía estando en el mismo sitio. “Es un tipo de aguja muy fina y, si se había movido, hubiera sido como buscar una aguja en un pajar”, recuerda el cirujano. Y efectivamente se había movido.
Los médicos destacan que no es motivo para dejar de llevar a los niños al dentista o para no anestesiarles
Al no estar sujeta a nada, había migrado empujada por los movimientos de la musculatura, con tan mala suerte que se había colado por el foramen oval , uno de los pequeños orificios por los que pasan nervios y vasos sangíneos en la base del cráneo. El viernes por la mañana la aguja estaba alojada bajo el lóbulo temporal derecho. Si no se hubiera extraído, “hubiera seguido migrando hacia el interior del cerebro, empujada por los impulsos sutiles del latido cardíaco y de la respiración; hubiera podido causar daños graves y hubiera sido más difícil de extraer”, informa José Hinojosa, jefe de neurocirugía de Sant Joan de Déu.
Hinojosa estaba aquella mañana en otro quirófano del hospital a punto de empezar una intervención menos compleja. “Hablé con el doctor Rubio y vimos que el caso de Sara requería un abordaje completamente diferente al que se había planificado”, explica el neurocirujano. “Decidimos qué íbamos a hacer y cómo, y reorganizamos los equipos para atender a todos los pacientes”.
El caso se ha presentado en un congreso y se publicará en una revista científica
La cirugía se inició haciendo una incisión de varios centímetros en el lado derecho de la cabeza de Sara. La incisión se le hizo en una zona habitualmente cubierta de pelo para evitar que le quede una cicatriz visible. “Tuvimos que abrir las meninges para acceder a la aguja”, explica Hinojosa. “La intervención se realizó en un quirófano híbrido, que nos permite realizar angiografía y angioTAC, y con la ayuda de neuronavegación. Hay pocos hospitales con quirófanos equipados para hacer una intervención así. Esto nos permitió localizar la aguja justo donde esperábamos que estuviera”.
Fue entonces, cuando Hinojosa extrajo la aguja, que los cirujanos, los radiólogos, los anestesistas, las enfermeras, los celadores y la coordinadora que estaban en el quirófano estallaron en un aplauso. “Fue un momento emocionante; había una carga de tensión extra en esta operación. Lo más importante es que conseguimos sacar la aguja sin hacerle daño a Sara. No le quedará ninguna secuela neurológica”, destaca el neurocirujano.
A Sara, que estuvo una semana ingresada, no le ha quedado ninguna secuela excepto la cicatriz de la operación
Llamaron a Montse y a Josep Maria a las dos y media de la tarde. El doctor Rubio había salido del quirófano para decirles que habían extraído la aguja y que el cerebro no había sufrido daños. Una hora después salió el doctor Hinojosa. “Nos dijo que la estaban cosiendo, que todo había ido perfecto”, recuerda Montse.
La pudieron ver a las siete de la tarde. Sara estaba en la uci, con la cabeza vendada, la cara hinchada, con ocho vías conectadas a otras tantas partes el cuerpo, y con su peluche de la gata Hello Kitty. Montse se quedó a pasar la noche con ella. A la mañana siguiente la transfirieron a planta, donde estuvo ingresada una semana para administrarle antibióticos por vena y controlar la evolución postoperatoria.
-Mamá, ¿puedo hacer el pino? -preguntó Sara en cuanto pudo levantarse.
Montse le dijo que no.
Sara insistió:
-Mamá, ¡quiero hacer el pino!
-Pues que lo haga -dijo el doctor Hinojosa–. Lo que la puede limitar es el dolor. Si no la limita, puede hacerlo.
A Sara le ha quedado un buen recuerdo de la semana que pasó en el hospital. Estuvo más tiempo en la sala de juegos que en la habitación, la dejaban hacer el pino cuando le apetecía y la fueron a ver amigos de la Escola Entença, su maestro, la directora, el padre de un compañero de clase que es cocinero y le trajo una tortilla de patatas… “Pueden parecer detalles menores, pero han sido importantes para que a Sara no le haya quedado ningún trauma de esta experiencia”, agradece Montse.
El viernes, ocho días después de entrar por urgencias en ambulancia por urgencias, el doctor Hinojosa, a quien Sara ahora llama Pepe, la fue a ver a la habitación y le dijo: “El lunes, al cole. Vida normal”. Salió del hospital con la cabeza todavía vendada y lo único que no podría hacer durante unas semanas sería ir a la piscina para que la cicatriz se acabara de formar bien.
Fuente: Agencia ID.
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